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EL ARTE DE LA GUERRA EN EL MUNDO MEXICA
ОглавлениеEn el caso del mundo mexica, cabría diferenciar entre las guerras convencionales, o de conquista (ocoltic yaoyotl), y las guerras rituales o ceremoniales, denominadas guerras floridas. Y, dentro del primer caso, quiénes participaban, pues eran tres los señoríos, como ya hemos visto, que conformaban la Triple Alianza, por ello así denominada. Tanto Tenochtitlan, como Tetzcoco y Tlacopan –que también era conocida como Tacuba– dominaban sobre diez o más reinos cada una, aunque la cabeza de la alianza, y siempre lo fue Tenochtitlan, comandaba las campañas militares. Los hombres de Tenochtitlan podían luchar en solitario o ayudados por sus aliados, pero cuando se trataba de una guerra de conquista sus enormes ejércitos buscaban el dominio de un territorio y la obtención de tributos.
Si no se había producido una entrega voluntaria del territorio, con el consiguiente pacto, los mexicas podían declarar la guerra cuando se daban los siguientes supuestos, según siempre Cervera Obregón: se había dado muerte a mercaderes mexica, es decir, se había atacado a una caravana de los mismos; en segundo lugar, cuando se ofendía o asesinaba a los embajadores del tlatoani; y, en tercer lugar, cuando se denegaba el pago de los tributos apalabrados. Cada 80 días se recaudaban los tributos establecidos, labor, como se ha señalado, de los calpixque y de aquellos que los supervisaban en un determinado territorio, es decir, los huey calpixque. A los señoríos remisos a la hora de satisfacer el pago de su tributo se le daban hasta tres avisos para conminarlos a abonarlo, si bien en cada ocasión se aumentaba el volumen del tributo o se exigían productos de difícil obtención en el territorio en cuestión.71
Una vez se había establecido que, en efecto, existía un casus belli,72 el tlatoani declaraba oficialmente la guerra tras consultar a su Consejo. Le seguía todo un ritual de proclamación del estado de guerra en la gran plaza central y el envío de emisarios hacia las zonas amigas por donde debía pasar el ejército para que contribuyesen a la logística tan necesaria para mantenerlo y moverlo, así como a la provincia o territorio que iba a ser atacada para intentar reconducir la situación por la vía diplomática. Una buena organización logística siempre fue dificultosa para cualquier ejército en cualquier momento de la historia, máxime en un ámbito como el mesoamericano con ausencia de animales de tiro, además de dificultades meteorológicas y orográficas notables.73 El abastecimiento de las tropas se fue convirtiendo en un problema mayor al aumentar el número de hombres en campaña y extenderse los límites del imperio. Por ello, la colaboración de los señoríos dominados, asimilados o aliados –un total de 38 a finales del siglo XV– era fundamental: debían aportar hombres, armas y, sobre todo, alimentos, a saber: tortillas de maíz tostadas, chile molido, frijoles, pinoles, pipas de calabaza y sal. Con un día de antelación con respecto a las tropas salían las armas, luego llegaban los soldados que eran aposentados en campamentos preparados ad hoc donde encontraban un mínimo menaje y mantas, además de tiendas para guarecerse (aoxacalli). El suministro de agua era imprescindible, como se puede comprender. Todo ello era movido merced a los tamemes, que hacían jornadas de hasta 25 kilómetros, pues se ha afirmado que tal distancia podían andar las tropas en un día, pero cargando con hasta 25 kilogramos de peso. El grueso de las tropas no viajaba al unísono, sino que lo hacía por separado, una buena estrategia para confundir al enemigo, que no sabría a ciencia cierta cuál era el total de fuerzas; se reducía el tiempo de la marcha, pues varias columnas por distintos caminos que convergen en un mismo punto circulan más deprisa que una columna enorme; y se podía atacar por distintos frentes al contrario, con lo cual se podían superar con facilidad los planes defensivos que hubiese trazado.
Armas de guerra aztecas fabricadas de obsidiana, una roca volcánica extremadamente cortante que hacía estragos entre los enemigos. Según las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, «pasan cualesquier armadura».
El ejército se estructuraba en formaciones de 8000 hombres llamadas xiquipilli, todos ellos aportados por los calpulli, que se subdividían en 20 unidades de 400 hombres a las órdenes de un oficial (centlamatin yaoquizque). Según el peligro al que se tuviesen que enfrentar, los mexicas podían reclamar la ayuda de los ejércitos de los señoríos tributarios, así como la ayuda de los jóvenes de las poblaciones sojuzgadas. El horizonte humano, 200 000 habitantes en Tenochtitlan, entre 1 200 000 y 2 650 000 habitantes en el valle central de México, según Ross Hassig, permitió a la Triple Alianza disponer del ejército más poderoso que viera Mesoamérica. Considera este autor que la propia ciudad podría aportar un mínimo de 25 250 hombres –para una campaña ofensiva– y un máximo de 43 000 en caso de circunstancias defensivas; pero al contabilizar el esfuerzo bélico del valle central, en caso de ofensiva el número de tropas las sitúa entre los 151 500 y los 334 563 guerreros, y en caso de defensa entre los 258 480 y los 570 810 hombres.74
Teniendo en cuenta el ancho de los caminos, las tropas marchaban en dos columnas desde el amanecer, pero cada xiquipilli podía extender su marcha hasta una docena de kilómetros, de manera que los últimos hombres en salir lo hacían tres o cuatro horas después que lo hubieran hecho los primeros. La logística era abrumadora y solo un imperio como el mexica, con gran número de tributarios que cultivase maíz para su uso militar por el estado central, podía mantener en campaña un ejército tan potente, ya que se ha afirmado que un solo xiquipilli podía consumir diariamente ocho toneladas de maíz. Con todo, como los costes del desplazamiento de las tropas eran enormes, las campañas largas en lugares remotos exigían ejércitos mucho más exiguos, de ahí que las fuerzas mexicas tuviesen problemas para imponerse a los señoríos de mayor densidad poblacional y situados en los márgenes del imperio.75 Michel Graulich, para la campaña de 1503 contra las ciudades mixtecas de Xaltepec y Achiotlan, estima el envío de 16 000 hombres que, a razón de 2,5 metros de separación entre uno y otro, formarían una columna de poco más de 20 kilómetros de los primeros a los últimos; por otro lado, debían ir acompañados, por cada soldado, de dos porteadores con comida, agua y demás elementos, aparte de armas de reserva; como estos hombres también comían, significa que la logística debía ajustarse al máximo. Porque una expedición típica, con tres agrupaciones de 8000 hombres, una por cada ciudad de la Triple Alianza, es decir 24 000, necesitaba de otros 40 000 que actuasen como porteadores.76
Lo habitual es que en las campañas a larga distancia, tanto en vanguardia como en retaguardia, se colocasen los soldados veteranos y que dejaran el centro del contingente ocupado por los bisoños y los porteadores del bagaje. Además, enviaban por delante del contingente corredores para otear el entorno y comprobar la presencia del enemigo emboscado, sin olvidar el uso de espías. También servían para ir señalando los mejores emplazamientos para acampar, siempre en lugares seguros, aventajados sobre el terreno y de fácil defensa.77
Los tarascos, por ejemplo, podían disponer de 10 000 hombres que, en caso de emergencia, lograrían aumentar hasta los 24 500, aunque si acudían a la ayuda puntual ofrecida por matlatzincas, otomíes, mazahuas y chontales bien pudieran llegar a los 40 000 hombres que refirió fray Diego Durán en una de las campañas de Axayacatl (que portó consigo 24 000 guerreros de la Triple Alianza).78 Una posible explicación de por qué los tarascos no fueron conquistados.
La disciplina estaba muy desarrollada en el seno del ejército y se podía castigar con la muerte en numerosos supuestos, como desobedecer órdenes, atacar sin permiso, robar cautivos o revelar planes al contrario. Es factible pensar que dicha disciplina es lógica si atendemos a la profesionalización de buena parte de aquellas tropas, un tema no del todo aclarado historiográficamente hablando, pero que cuenta con adeptos importantes como Ross Hassig. Los diversos destacamentos mexicas se diferenciaban por el volumen de su contingente, por el tipo o especialización de sus armas o bien por su procedencia. Sus oficiales eran guerreros que hubiesen sobresalido por su valor y su destreza en combate, pero si no procedían de un linaje de abolengo tampoco podían aspirar a las máximas sinecuras. Pero, como señala con agudeza Isabel Bueno Bravo, si la guerra no se podía practicar durante todo el año por el tiempo y el estado de los caminos, si los limites del imperio eran defendidos por los señoríos sojuzgados o bien aliados de esas zonas en cuestión, el hecho de disponer de un gran ejército profesional no parece que fuera una buena idea, al menos en términos económicos, de mantenimiento. Lo cual no quita que todo Estado necesite de un cierto número de hombres no solo adiestrados, sino especialmente capacitados para dirigir a otros en todo momento y circunstancia. Y como el mexica nunca fue un imperio territorial, sino hegemónico, es lógico que demandase a los señoríos conquistados en forma de tributo aquellos elementos que le permitían organizar grandes ejércitos, es decir, soldados, armas, vituallas, además de otros servicios como el transporte, mantenimiento de caminos, etc., así como la vigilancia de sus propias fronteras, que entonces también eran las del imperio. Era un sistema perfecto: con un mínimo gasto para la administración central, los sojuzgados iban aportando aquellos instrumentos bélicos que permitirían dominar a su vez a otros o bien reprimir cualquier protesta que se suscitara.79
Dicho esto, en caso necesario, los mexicas instalaban guarniciones militares, con sus gobernadores respectivos, que tenían un rango superior al de un calpixque los de las guarniciones más importantes, así como colonos procedentes de la Triple Alianza en lugares estratégicamente comprometidos. En su momento, Hassig adelantó los nombres de hasta 14 guarniciones mexicas en sus fronteras, cuando, además, y en contrarréplica, sus enemigos tarascos tenían 4 en su limes con los anteriores. Una de ellas, Metztitlan, hemos visto que fue conquistada por los mexicas. Por otro lado, Tlaxcala y los tarascos de Michoacán acogieron a desplazados otomíes y matlatzincas, huidos de la presión mexica, a quienes asentaban en tierras de sus propias fronteras.80
Otros autores, como Pedro Carrasco, se refirieron a distritos militares en el seno del imperio. Por ejemplo, en territorio tenochca, Citlaltepec formaba un distrito militar y de allí salieron los gobernadores para las colonias de Oztoman y Alahuiztlan. Es posible que los bastimentos para la guerra necesitados en Citlaltepec procediesen de Tlatelolco. La región de Tizayocan, aunque formase parte de la tierra de Acolhuacan, también estaba vinculada con Citlaltepec y era considerada como «tierra de guerra», o cuauhtlalpan. Una zona donde es factible que los soldados con actos de guerra meritorios recibieran tierras. Otros lugares del distrito de Acolhuacan pudieron prestar apoyo en los conflictos contra Metztitlan y en tierra huasteca. Otros casos, como Calpollalpan, bajo dominio de Tetzcoco, era un puesto militar que presionaba Tlaxcala. O los pueblos de origen xochimilca, al sur de Chalco, una vez conquistados, sirvieron en la frontera de guerra con Huexotzinco. O el reino de Xilotepec, que incluía varias guarniciones de frontera contra los chichimecas. En definitiva, había siete distritos militares en el imperio; el propio Bernal Díaz del Castillo distinguió cuatro: Xoconochco, en Chiapas, defendía las tierras hacia Guatemala por el Pacífico; Atzacan se situaba en Coatzcualco, en el Atlántico, hacia tierras mayas; Atlan se localizaba en el Atlántico, hacia el norte y cerraba el paso al Pánuco; y Oztoman bloqueaba el camino de Michoacán, el mundo tarasco. Por cierto, estos últimos tenían guarnición en Cutzamala como réplica a Oztoman. Pero aparte de esos cuatro puntos extremos, existían otros tres distritos: Zozollan y Huaxyacac vigilaban las tierras no del todo controladas de los mixtecos y los zapotecos y protegían el camino hacia el istmo de Tehuantepec. Quecholtetenanco, con guarniciones de ayuda en Cuauhtochco e Itzteyoacan, cerraba el camino de los tlaxcaltecas hacia el Atlántico, pues estos habían incitado a la guerra contra los mexicas a la gente de Cuetlaxtan. Según la importancia del distrito, cada guarnición era regida por uno o dos gobernadores y, además, estos se distinguían por su origen, plebeyo o noble.81 Ahora bien, como señala Beekman:
Con la excepción de la fortificación limítrofe tarasca en Acámbaro, tanto los sitios fronterizos aztecas como los tarascos fueron bastante pequeños y apenas reconocibles como instrumentos estratégicos de los dos estados más fuertes en la historia de Mesoamérica. Esto se debe más bien a que los analistas han querido encontrar una relación demasiado simplista entre la estrategia y la fuerza militar.82
Michael Smith defendió en su momento la existencia de provincias estratégicas, provistas de guarniciones, más alejadas del centro del imperio que otras, intermedias, y muy productivas, que cabía defender lo mejor posible de incursiones enemigas.83 Eran estas, pues, aquellas cuyo tributo se especializaba en lo que podríamos considerar la reproducción o regeneración del poder militar del propio estado. Por otro lado, me pregunto, las gentes de las guarniciones de frontera, o bien los retenes de tropas en las ciudades ocupadas, ¿no los podemos considerar de alguna manera tropas profesionales? Pedro Carrasco da una explicación plausible de una cuestión tan importante: «Aunque no había ejército permanente en el sentido moderno de la palabra, el Imperio disponía permanentemente de fuerzas armadas compuestas de nobles, mancebos del telpochcalli y campesinos que tenían la obligación de servir en las guerras». En las zonas conquistadas eran los colonos asentados quienes proporcionaban ese servicio militar y demandaban un servicio semejante a los pueblos sometidos. Por último, Carrasco no gusta de abusar del término mercenario, dado que, sencillamente, no había un segmento social, o un grupo determinado, que se dedicase en exclusiva a la guerra, a pelear por otros, sino que los había cuya principal función era la militar, de la misma manera que para otros lo era la comercial o la artesanal. Un tributo en forma de servicio militar, en lugar de efectuarlo en especie, no es lo mismo que un mercenariado que cobra un salario.84
En definitiva, nos hallaríamos ante un ejemplo de imperio hegemónico que, por diversas circunstancias, tuvo que comportarse a la manera de un imperio territorial. En realidad, como apunta con sagacidad Carlos Santamarina, ambos no son del todo excluyentes. Por un lado, «el desarrollo de un sistema de dominación según el modelo territorial habría requerido una evolución previa hacia una mayor centralización política en detrimento de la relativa autonomía de las partes constituyentes [...]»; es más, añade Santamarina, «[…] en un contexto de densidad demográfica y complejidad política apreciables, no parece factible la organización de un sistema de dominio directo sin pasar antes por una fase de dominio hegemónico». Una vez cumplido este segundo objetivo, precisamente Moctezuma II se hallaba procurando lograr el primero. Por ello, concluye, «[…] puede afirmarse que el Imperio Mexica evolucionaba hacia una mayor centralización del poder cuando su desarrollo histórico fue interrumpido por los españoles».85
No obstante, también podríamos contemplar diversas «estrategias provinciales» a la hora de relacionarse con el poder central mexica por parte de los sometidos, tal y como propugnan Chance y Stark en un estimulante trabajo.86