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LAS GUERRAS FLORIDAS

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De manera tradicional se había pensado que la forma usual de obtener prisioneros para ser sacrificados era a través de un tipo de guerra ritualizada, o xochiyaóyotl, que se pactaba previamente entre los señores de diversos pueblos: las guerras floridas.110 Es conocida la afirmación del antropólogo Michael Harner, el cual creía que los mexicas sacrificaban un gran número de personas para poder comer los cuerpos de los mismos, ya que el imperio a finales del siglo XV se encontraba en plena crisis alimentaria, pero también como una forma de equilibrar el sistema social y económico. Así, se refirió a la existencia de un «imperio caníbal», una hipótesis que fue rebatida un año después de ser establecida, en 1977, por Barbara Price. En cuanto a la antropofagia ritual mexica, sin duda existió, pero reservada a la clase privilegiada y, dentro de la misma, a la alta oficialidad militar.111 Los informantes de fray Bernardino de Sahagún afirmaban que se distribuía el cuerpo del prisionero sacrificado siguiendo determinadas pautas de reparto si los captores habían sido varios. Además, los trofeos de guerra, como el corte de cabezas del enemigo, eran apreciados por el prestigio que permitían obtener a los guerreros. En el caso mexica destaca la confección de largos muros a base de cráneos de guerreros enemigos, el tzompantli, que luego se expondría en la plaza central de Tenochtitlan y otros lugares. Con el tiempo, estos muros fueron adornados también con cabezas de castellanos e, incluso, de sus caballos.112 Por ello, cabe decir, siguiendo a M. Sahlins citado por Stan Declercq, que en el modelo mexica

nunca había canibalismo culinario. La víctima se asimila al dios y al sacrificante, y el consumo de la carne solamente tiene sentido por su carácter sagrado. Así, cautivos y esclavos eran divinizados. A través del consumo de la carne de las víctimas, se establece una comunión con los dioses. Al mismo tiempo, la fuerza divina se incorpora en los comensales.113

Pero lo cierto es que entre sociedades menos avanzadas,114 como los chichimecas, parece haber pruebas de ingesta de enemigos sin carácter ritual, sino plenamente dietético, y, por otro lado, cuando se produjeron sacrificios de castellanos, ¿era también su ingesta ritual a la manera de Sahlins, o representa una manera de vengarse y de castigarlos? Y, en el transcurso del sitio de México-Tenochtitlan, en unas condiciones terribles, ¿la ingesta de los cuerpos de los vencidos no sería una manera de alimentarse fuera de todo tipo de consideración ritual? Estas cuestiones, planteadas por Declercq a partir de trabajos de M. Graulich e Y. González Torres, demuestran la amplitud del debate. Con todo, lo más interesante es la gestión, como se verá, que hizo Cortés de esta problemática cuando tuvo que permitir a sus aliados aborígenes semejantes prácticas.115

Por otro lado, al menos entre los tarascos, mientras los prisioneros jóvenes, hombres y mujeres, podían ser llevados de vuelta a Michoacan sin demasiados problemas para su transporte, el canibalismo, en cambio, se ejercía sobre otros segmentos de la población: «los viejos y viejas y los niños de cuna y los heridos, sacrificaban antes que se partiesen en los términos de sus enemigos, y cocían aquellas carnes y comíanselas».116 Sea como fuere, tampoco se puede olvidar que a nivel de cultura popular, por así decirlo, ha cundido la idea de ser las mesoamericanas unas sociedades militaristas y sedientas de sangre, lo cual no es cierto en absoluto. Ruvalcaba Mercado nos lo recuerda citando a Sophie Coe, para quien existe un viejo cliché según el cual «[…] los aztecas eran unos militaristas sedientos de sangre, dejándolo como una sobresimplificación ridícula, producto de la autojustificación de los europeos que ha sobrevivido a causa de ese rasgo sombrío que nubla nuestro pensamiento».117

Aunque no se conoce a ciencia cierta el origen de las guerras floridas, como tantos otros elementos de su cultura bélico-religiosa, todo apunta a que los mexicas pudieron introducir prácticas propias de los toltecas. Un cronista, Francisco Chimalpáhin, creía que las guerras floridas ya fueron practicadas por Chalco contra los tlacochcalcas en 1324, contra los tepanecas en 1381 y contra los mexicas en 1378. La guerra contra Chalco, que se prolongó en el tiempo durante muchos años, sin duda estuvo en el origen de un endurecimiento de la misma, pues llegó un momento en el que incluso los nobles combatientes eran muertos en los combates. El uso de los arcos y las flechas en la campaña de 1453, con la posibilidad de matar a distancia, de manera que la habilidad personal contaba mucho menos, hubo de desestabilizar la situación, de forma que los mexicas optaron por aislar Chalco y derrotarla mediante un sitio de desgaste. No quisieron jugarse el todo por el todo en un enfrentamiento directo, que podía causarles numerosas bajas e incluso la derrota, y se decantaron por una presión intermitente que, incluso, permitía otras aventuras militares. Para Ross Hassig, «La perspectiva de guerras prolongadas con pocas ganancias inmediatas era, sin embargo, problemática para un imperio en el que la pérdida de tributos amenazaba el poder del rey», de ahí el uso de estos conflictos pactados.118 Ambos contendientes mandaban al combate fuerzas escogidas, generalmente nobles bien entrenados en el uso de las diversas armas, en forma de contingentes con igual número de hombres, que eran los únicos que se enfrentaban. De esta manera, si los mexicas vencían, sus contrarios debían capitular y aceptar las condiciones de vasallaje tributario impuestas. Si el sistema no funcionaba, poco a poco se iba virando a un tipo de guerra convencional cada vez más dura, más cruel, de desgaste, con tendencia a ir conquistando los enclaves que rodeaban a las ciudades más remisas a aceptar la derrota.

Para Marco Cervera Obregón, las guerras floridas se emplearon contra Tlaxcala, Huexotzinco, Cholula, Atlixco, Tecóac y Tiliuhquitepec. Por tanto, sería lícito pensar que este tipo de conflicto era parte de la estrategia bélica, en el sentido de que se usaba contra vecinos poderosos y se buscaba el desgaste, insisto; era mejor la cautela que no sufrir una derrota. Por otro lado, la nobleza participaba en unos enfrentamientos meritorios, muy especializados, en los que no todo el mundo podía sobresalir con facilidad. De hecho, en el reinado de Tizoc, según afirma Isabel Bueno, se obligó a los macehualtin a sobresalir en las guerras floridas para escalar socialmente, a sabiendas que no lo tendrían fácil. No se les cerraban las puertas, pero eran difíciles de atravesar. Así, se contaba con soldados de élite –bien entrenados– en todo momento y, además, se enviaba un mensaje a todos los vecinos del poderío de los ejércitos mexicas. Por otro lado, la ideología transmitida sugería el carácter sagrado de la guerra, pues se recibían prisioneros para ser sacrificados a los dioses, y, por ello, el ejército y, dentro del mismo, la élite noble era imprescindible para la sociedad mexica. Con su estatus mantenido a salvo, la fama y la gloria obtenidas eran fundamentales, incluso en caso de muerte heroica, que para los mexicas era, más bien, una muerte afortunada (o xuchimiquiztli).


Fray Diego Durán afirma en sus crónicas que el xochiyáoyotl, las guerras floridas, fue instituido por Tlacaelel durante la gran hambruna de Mesoamérica de 1450-1454. Estas narran que Tlacaelel, junto con los dirigentes de Tlaxcala, Cholula y Huexotzingo, organizó batallas rituales para ofrecer suficientes víctimas y apaciguar a los dioses.

Aunque menudearon las guerras floridas desde la época de Moctezuma I, no solo Tenochtitlan luchó de tal guisa contra los señoríos enemigos arriba mencionados, sino que también se sumaron Tetzcoco y Tlacopan. Un tlatoani de Tlacopan, Totoquihuatzin, resultó muerto en la que libró contra Atlixco y Huexotzinco en 1468-1469. Y no siempre hubo victorias, pues en 1504 la guerra florida contra las dos ciudades citadas y Cholula acabó en derrota y gran desprestigio, pues murieron familiares del propio Moctezuma II en la misma. Es más, esa derrota condujo a una revuelta de los huastecas, lo que demuestra el papel propagandístico de la guerra florida tanto en un sentido positivo, al ensalzar el poder mexica, como en otro negativo, cuando evidenciaba su debilidad. Más tarde, Moctezuma II obtuvo algunas victorias y procuró atraerse tanto a Cholula como a Huexotzinco contra Tlaxcala, e incluso a esta cuando la hueste de Cortés ya operaba en el territorio. Sin duda, fue una suerte para el extremeño ese orden de cosas cuando apareció en el valle central mexicano dispuesto a hacerse famoso o morir en el intento. Stan Declercq sugiere, asimismo, que unos conflictos calificados como guerras floridas en su comienzo acabaron siendo guerras clásicas o convencionales, destinadas al sometimiento y conquista, más adelante.119 O bien a la derrota, como le ocurrió a Moctezuma II.

Pronto se plantea la pregunta de cómo fue posible que un señorío como Tlaxcala, aunque poderoso, pudiera aguantar tanto tiempo enfrentado a la todopoderosa y cercana Triple Alianza. Las respuestas que se obtienen a través de los cronistas, alguno de los cuales, como Andrés de Tapia, le preguntaron directamente al tlatoani tenochca, es que las guerras floridas se mantenían porque no dejaban de ser un entrenamiento militar de primer orden para la nobleza y una fuente segura y cercana de prisioneros para los sacrificios. Pero esas respuestas se pueden considerar, también, como excusas. Por otro lado, parece factible pensar que Moctezuma II estaba decidido a acabar con la independencia de Tlaxcala, pues ya lo había conseguido con Huexotzinco y Cholula, pero le faltó tiempo. Cortés llegó demasiado pronto. Además, también los potentes tarascos estaban sin conquistar y había otros muchos problemas que atender. Por otro lado, tampoco hay que dejar de lado la ferocidad bélica de los propios tlaxcaltecas, que lucharon siempre a la desesperada.120

Ahora bien, al hablar de guerras floridas se podría caer en la tentación de pensar que todo el fenómeno bélico mexica giraba en torno a una guerra ritual o ritualizada, cuando, como hemos señalado, contaba con suficientes elementos pragmáticos. De hecho, se puede hablar de la existencia de unas leyes de la guerra en el mundo mexica que no servían, precisamente, para limitar la acción de sus guerreros en el campo de batalla. En todo caso, existieron tribunales de guerra formados por cinco capitanes que solo dirimían asuntos de dicho calado y que actuaban in situ, en el propio campo de batalla, para tratar de cualquier delito que se produjese e imponer una condena inmediata. La mayoría de dichas faltas –desobediencia, cobardía, deserción, robo de un cautivo, traición, cautiverio o el uso indebido de los símbolos– se sancionaba con la pena de muerte. Pero no fueron extraordinarios, sino relativamente comunes, algunos comportamientos muy duros, propios de una civilización en la que el peso de lo militar fue muy importante. Por ejemplo, los mexicas masacraron a la población no combatiente de algunas ciudades en las guerras tepanecas, según relató fray Diego Durán, tras vencerlos. También mutilaron prisioneros, cortando orejas y narices, por ejemplo en el caso de Xochimilco, cuando los mexicas eran mercenarios de Culhuacan. La esclavitud de mujeres y niños, que eran repartidos por diversas localidades del imperio, demuestra que no todo el prisionero de guerra acababa sacrificado de inmediato. Asimismo, el padre Durán informó de la ejecución de 500 prisioneros de Chalco en la hoguera, pero una vez que les había sido extraído el corazón, es decir, se les práctico la cardioectomía ritual.


Pero, es más, lo habitual en un conflicto mexica de conquista era quemar los templos, saquear y robar, el método más fácil para contentar a las tropas, que así recibirían una recompensa. Además, cuando las tropas pasaban por un poblado ya sometido, si no recibían todo lo requerido por los guerreros era habitual que estos robasen y saqueasen, desnudasen a los habitantes, los agredían físicamente y sexualmente, podían destruir sus cultivos, aparte de otras muchas injurias y daños, escribió una vez más el padre Durán. Esos comportamientos servían al cronista citado para asegurar a sus lectores que los mexicas trataron a aquellos que conquistaron peor que los españoles los trataron a ellos cuando, a su vez, lo fueron. Dejando de lado el debate acerca de la veracidad absoluta o relativa del último aserto, lo cierto es que la presión ejercida sobre otros pueblos del entorno no se limitó al hecho de sacrificar a cierto número de personas, sino que era mucho más profunda y alcanzaba a todos los estratos sociales. De ahí el odio suscitado por los mexicas. Es decir, que podríamos pensar, rememorando el título de la famosa obra de don Miguel León-Portilla, en una visión de los vencidos (por los mexicas) anterior a la visión de los vencidos (cuando lo fueron los propios mexicas). También los tarascos pudieron perpetrar grandes masacres con los civiles no combatientes que han sido interpretadas siempre como sacrificios, cuando solo tenían en común con aquellos la cardioectomía como fórmula para administrar la muerte.121

Vencer o morir

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