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FORMACIÓN MILITAR

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En el mundo mexica, la formación militar fue un aspecto especialmente mimado por el poder. Teniendo en cuenta que en el reinado de Itzcoatl se «reescribió» la historia mexica, olvidando, de manera oportuna, los momentos oscuros y apareciendo en su lugar una «historia oficial» que alababa la aparición de un pueblo valiente y orgulloso: el pueblo del sol.122 Con Moctezuma I se sancionó la obligatoriedad de la enseñanza, que estuvo en manos del Estado central. Cada barrio disponía de un centro de enseñanza en el que, entre otras materias, veteranos de guerra impartían docencia acerca del manejo de las armas y valores castrenses, pues no debemos olvidar que entre los mexicas las virtudes estaban estrechamente relacionadas y se obtenían mediante el éxito militar. La escuela para los nobles, calmecac, estaba patrocinada por el dios Quetzalcóatl, mientras que la escuela para los plebeyos, llamada telpohcalli, lo era por el dios guerrero Tezcatlipoca.123 Lo cual no deja de ser extraño, ya que el dios patrón de los mexicas y en especial de la guerra era Huitzilopochtli. En el calmecac, que funcionó como un internado y se localizaba en el recinto del Templo Mayor asistido por sacerdotes-guerreros, los alumnos aprendían materias como retórica, poesía o escritura, astrología o cómputo del tiempo, pero también estrategia y táctica militares, además de protocolo y otros aspectos sociales. En cambio, el manejo de las armas se impartía en el telpohcalli y había uno en cada calpulli. Por tanto, sería poco habitual que los plebeyos acudiesen al calmecac, pero es seguro que los nobles se formaban también en el telpohcalli. Mientras las enseñanzas de la primera se acababan en torno a los veinte años –los cronistas no están de acuerdo con cuántos años se entraba–, en el caso del telpohcalli se acudía al mismo a los quince, cuando ya la persona disponía de fuerza para aprender a usar las armas. Además, parece que los alumnos serían llevados al campo de batalla para ir adquiriendo experiencia práctica.

Aunque lo cierto es que fue la nobleza y no los macehuales quien recibió el mejor entrenamiento militar, dispuso de las mejores armas y las defensas corporales más elaboradas, de manera que eran sus miembros quienes podían destacar en el combate de manera más fácil. El combate cuerpo a cuerpo, cabe aclarar, porque el uso de arcos y flechas se reservaba a los plebeyos.124 Gracias a dicha circunstancia, los miembros de la clase dominante podían obtener los mayores beneficios materiales y el prestigio social tan anhelado que conducía al disfrute de los máximos cargos públicos. Una buena actuación en combate de los comunes también tenía su recompensa, pero nunca sería alcanzar el rango de señor, o tecutli. De esa forma, la élite guerrera necesitaba de nuevos conflictos que justificasen su protagonismo social. Como además la religión del Estado precisaba de los sacrificios humanos para contentar a las divinidades, y estos se lograban capturando enemigos, una vez más la guerra siempre estaría justificada. Es decir, cuando no había razones de índole económica, política, estratégica o de cualquier otro tipo para declarar la guerra, el pretexto religioso era perfecto, pues era asumido por todos y necesario para el funcionamiento del día a día. De esa manera, los gobernantes mexicas consiguieron que su sociedad asimilase la guerra con un acto sagrado. El volumen necesario de personas sacrificiales en un momento dado dependía de la voluntad mexica por demostrar tanto a los ya conquistados como a los que estaban en vías de serlo su supremacía política y militar y, por ello, no era esta ya una cuestión religiosa, sino meramente política.125


La imagen muestra el sacrificio de un noble azteca por su país. El héroe es Ezhuahuacatl, primo de Moctezuma, en su trono, a quien se le dio la oportunidad de convertirse en gobernante de los chalco, pero se puso a bailar en un poste, del que se arrojó para salvar a su pueblo de ser esclavo de los chalco. Códice Tovar, ca. XVI. Courtesy of the John Carter Brown Library.

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