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Y después del neoliberalismo, ¿qué?

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Hace cuatro décadas, para imponer un modelo económico, político y social se recurrió a las fuerzas armadas, con el saldo de miles y miles de muertos, desaparecidos, torturados.

Hoy no hacen falta las bayonetas: alcanza con controlar los medios de comunicación masiva, que llevan el bombardeo del mensaje hegemónico directamente a nuestras salas, comedores y dormitorios, durante 24 horas al día, a través de la información, la publicidad y el entretenimiento (por ejemplo, las series de televisión, los juegos cibernéticos), que transmiten el mismo mensaje, dirigido a las percepciones más que al raciocinio del usuario.

Para el sociólogo brasileño Octavio Ianni, el neoliberalismo comprende la liberalización creciente y generalizada de las actividades económicas –abarcando la producción, distribución, cambio y consumo– que son desreguladas por el Estado, y se privatizan las empresas productoras estatales, las organizaciones e instituciones gubernamentales relativas a la vivienda, transporte, salud y aportes jubilatorios. “El poder estatal es liberado de cualquier emprendimiento económico o social que pueda interesar al capital nacional o transnacional”, añade.

Ianni considera a la globalización como un proceso múltiple propio del capitalismo, donde se repiten algunos procesos ya conocidos como el énfasis en el mercado, pero se le agregan nuevos actores, en especial las empresas transnacionales. Esto genera que el capitalismo avance de nueva manera sobre el propio proceso civilizatorio. A su juicio, son las culturas las que cambian bajo los embates del globalismo.

El neoliberalismo y el globalismo se conjugan, donde siempre privilegia la propiedad privada, la gran corporación, el mercado libre de restricciones políticas, sociales o culturales, la tecnificación creciente y generalizada de los procesos de trabajo y producción, la productividad y la lucratividad.

Es necesario hacer una distinción sobre el neoliberalismo contemporáneo. Mientras no para de exhibir rotundos fracasos en los países en los que continúa vigente o en los que sus fracasos quedaron en evidencia tras crisis sucesivas, el neoliberalismo permanece actuante, vigoroso, agresivo, en el plano ideológico y cultural, gracias a sus poderosas máquinas mediáticas, que se benefician del proceso de digitalización y de tecnologización que aumentan su potencia de penetración en nuestras sociedades, porque hay una expansión exponencial de los productos y servicios de entretenimiento culturales y de información con las nuevas plataformas o multiplataformas integradas, una explosión de nuevos productos, servicios y canales digitales.

Para el brasileño Denis de Moraes, esta formidable expansión digital está permitiendo una ampliación de la plusvalía de los grandes grupos monopólicos mediáticos, en la medida en que los mismos productos están siendo producidos y distribuidos en varios canales y medios en todos los continentes con un costo bajo.

Por otra parte, la variedad de contenidos –matizados por visiones de mundo, por concepciones, por puntos de vista y medidas de valor muy semejantes que consagran la economía de mercado, la rentabilidad, el lucro y los mantras de la era digital de manera obsesiva y neurótica– se multiplica exponencialmente en estas multiplataformas digitales.

Las orientaciones, las interpretaciones que presiden la elaboración y la divulgación de esos contenidos, cuentan con una insistencia desmesurada de valores como individualismo, competencia, éxito..., todo parece estar vinculado a la necesidad de triunfo, de victoria y a una disputa por ganar posiciones en la sociedad, que son difundidas por las máquinas mediáticas globales.

Después de una década de emergencia de gobiernos nuevos en América Latina, la polarización del campo político regional sigue siendo la que opone fuerzas neoliberales a fuerzas antineoliberales. La nueva forma que asumió la derecha, proponiéndose encarnar “lo nuevo”, ha envejecido prematuramente, pero insiste en sobrevivir, aun con menos apoyo.

Mientras que los gobiernos posneoliberales encuentran dificultades para afirmarse en medio de un mundo donde todavía es hegemónico el neoliberalismo, más aun con la prolongada y profunda crisis de los países rectores de ese modelo, Estados Unidos y Europa occidental.

Pero claramente los gobiernos progresistas latinoamericanos representan lo nuevo, por el empuje de su crecimiento económico y, sobretodo, por su capacidad de para combatir la desigualdad, la pobreza y la miseria que siempre han aquejado a América Latina. Y tampoco podemos olvidar que estos cambios son el resultado directo de movilizaciones populares en contra de la degradación de la vida humana durante las décadas de la hegemonía de políticas neoliberales.

La Internacional del terror mediático

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