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Eduardo Galeano

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Aún hoy, el principal problema que tenemos los latinoamericanos es que hemos estado ciegos de nosotros mismos: siempre nos hemos visto con otros ojos, con ojos extranjeros. Y lo seguimos haciendo: copiando formas y contenidos. Recitamos integración, pero la realidad es que no nos conocemos siquiera. No nos reconocemos en el espejo de nuestra realidad.

Para comenzar a vernos con nuestros ojos es necesario visibilizar a las grandes mayorías, a la pluralidad y diversidad de nuestra región, recuperar nuestra memoria, nuestras tradiciones. Porque un pueblo que no sabe de dónde viene, difícilmente sepa a dónde ir, y, así, el destino siempre le será impuesto desde afuera.

El futuro hay que imaginarlo. El verso del fin de la historia nos condenó a padecer el futuro como una repetición del presente. El mensaje hegemónico, que nos deja a los latinoamericanos fuera de cualquier información, salvo que se nos criminalice o acontezca una desgracia de proporciones sensacionalistas, nos quiere convertir en meras sombras de cuerpos ajenos, sobre todo si seguimos copiando modelos, formatos, contenidos. Aquí la historia no terminó: recién empieza.

Cansados de que nos expliquen quiénes somos, cómo somos, qué debemos hacer comenzamos a vernos con nuestros propios ojos. Desde el norte nos ven en blanco y negro (sobre todo en negro: solo aparecemos en sus noticieros si nos ocurre una desagracia), cuando en realidad somos una región policromática.

Durante las últimas décadas nos han bombardeado en la televisión con decenas, cientos de piezas de publicidad donde nos quieren convencer de que todos los latinoamericanos y caribeños somos altos, rubios y de ojos celestes. Y cuando nos miramos al espejo debemos asumir que o el espejo responde imágenes equivocadas y tergiversadas, o la publicidad nos muestra como realmente no somos, como ellos quieren que seamos.

Es cierto: somos altos, rubios y de ojos celestes…. Pero también somos indios, mestizos, mulatos, negros, zambos, cuarterones, amarillos; somos parte de una diversidad étnica y cultural sin precedentes, que invisibilizaron durante más de cinco siglos, que quisieron borrar al igual que nuestra memoria histórica, en esa conquista cultural que aún no cesa.

La variedad de culturas e idiomas que se conservan o transmiten a través de la tradición oral o de diversos medios de expresión, nutren las sociedades de la información y la comunicación y contribuyen al acervo del conocimiento humano, que es la herencia del ser humano y el origen de la creación de todo conocimiento nuevo.

Es hora de vernos en el espejo y reconocernos. Asumir nuestra propia identidad, recuperar la memoria, la palabra, las tradiciones; es hora de despertar, de pasar del eterno diagnóstico desesperanzado, denunciativo, inmovilizador, a la acción, a la construcción.

Ya hace casi siete lustros el informe Mc Bride de la UNESCO –Un mundo y muchas voces– señalaba la necesidad de tomar medidas jurídicas eficaces para: limitar la concentración y la monopolización; conseguir que las empresas transnacionales acaten los criterios y las condiciones específicas definidos en la legislación y en la política de desarrollo nacionales; reducir la influencia de la publicidad sobre la redacción y los programas de radiodifusión; entre otras.

Ese diagnóstico, que reconocía la existencia de un grave desequilibrio en el flujo mundial de las comunicaciones e informaciones, y promovió la discusión de alternativas y conferencias regionales auspiciadas por la Unesco sobre políticas culturales y comunicacionales, lamentablemente, se mantiene más de tres décadas después.

El informe McBride y la Unesco enfrentaron las presiones de los países hegemónicos, especialmente de Estados Unidos y Gran Bretaña, que bajo el liderazgo de las políticas neoliberales Ronald Reagan y Margareth Thatcher, en plena guerra fría, pusieron la marcha la ofensiva del “libre flujo de la información”. Alegando la politización de la Unesco, ambos países, amenazaron con retirarse de la organización entre 1984 y 1985, lo que alejó el debate sobre el Nuevo Orden Informativo Internaconal (NOMIC), para encuadrarlo en las discusiones del GATT primero y de la Organización Mundial de Comercio (OMC), después.

Hoy es obvio que los derechos humanos no pueden existir sin la libertad de palabra, de prensa, de información, de expresión. La transformación de esas libertades en un derecho individual o colectivo más amplio a comunicar, es un principio evolutivo en el proceso de democratización.

Estamos en plena batalla cultural, y en América Latina es fundamental la protección y fomento de la pluralidad de opiniones y de la diversidad cultural y lingüística, la democratización de los medios de comunicación, y la defensa y divulgación de los bienes comunes del conocimiento mundial, como parte del dominio público.

En los análisis democratizadores no podemos olvidar que el espectro radioeléctrico es un patrimonio de la humanidad y los Estados son soberanos en su administración, en función del interés nacional y general. Es falaz la idea de que son propietarios del espacio radioeléctrico las empresas, nacionales y/o trasnacionales, que tienen la concesión de una frecuencia. Por ende, es menester luchar para que el espacio radioeléctrico se divida en tres partes: una para el estado, otra para los medios comerciales y una para los movimientos sociales, las universidades, los sindicatos.

La lucha por la democratización pasa por la reconstrucción del espacio público, que fuera privatizado y vaciado durante décadas en la ofensiva neoliberal. El espacio público es aquel que reúne a los medios estatales, regionales, educativos, universitarios, legislativos y comunitarios, y que apuesta no a la formación de consumidores o borregos políticos o religiosos, sino que contribuye a la formación de una ciudadanía y una identidad común latinoamericana.

Tampoco podemos olvidar que la comunicación es factor articulador clave para el reencuentro y la solidaridad de nuestras nacionalidades, que implica el reconocimiento de un destino común por encima de rivalidades reales o forjadas. Pero, sorprendentemente –o no– el tema comunicacional no está en la agenda de ninguno de los espacios de integración de América Latina y el Caribe.

Por ello se torna indispensable formular una estrategia de cooperación específica entre los pueblos de nuestra América para los ámbitos de la información, comunicación, cultura y conocimiento, contemplando acuerdos para potenciar las redes regionales de información y comunicación pública y ciudadanas, con un sentido de equidad respecto a los medios de comunicación.

También crece el consenso de que cada vez más necesaria la auditoría social de los medios comerciales (y también de los público y estatales) de comunicación social, que se han convertido en el principal poder, por encima de los otros tres clásicos –ejecutivo, judicial y legislativo-. Es necesaria la creación del quinto poder, el del ciudadano, para fiscalizar los cuatro anteriores, con Observatorios de Medios y Asociaciones de Usuarios.

Las nuevas formas de producción, la tecnología y la liberalización de los mercados ha cambiado de manera acelerada y radical la concepción de los medios de comunicación en las sociedades democráticas. Es un cambio en el que los medios forman parte fundamental y adjetiva principalmente en las relaciones Estado-sociedad.

Como consecuencia del desarrollo y crecimiento de los grandes conglomerados de la comunicación, los medios actuales difícilmente se conciben en el esquema tradicional de espacio público, sino que se definen como espacios privados susceptibles a influir en la política, gestión Estatal y en la vida privada de los individuos.

Si bien este es el caso de los medios en los Estados Unidos, donde la liberalización total está casi perfectamente institucionalizada (algunos lo atribuyen a la Ley de Telecomunicaciones de 1996), la realidad es que este tipo de política se han exportado al resto del mundo implementándose, en mayor o menor medida, en países democráticos y no democráticos.

De hecho, los conglomerados norteamericanos más importantes como Microsoft, AOL Time Warner, Viacom y AT&T tienen presencia mundial no solamente por el impacto de sus productos, sino por las empresas asociadas que han logrado adquirir en países de Europa, Asia, África y América Latina.

A raíz de las innovaciones tecnológicas, los corporativos de los medios diversifican el tipo de productos que generan, dando como resultado una industria de multimedia más integrada. Un ejemplo es el de la película Titanic, que además de distribuirse en video y DVD, emitió productos diversificados tales como la música original de la película, juguetes, objetos de colección, libros, ropa, programas de “detrás de las cámaras”, críticas y reseñas favorables en la prensa, entrevistas y especiales para TV y radio, sitios web, publicidad por doquier, entre otros.

Esto es un ejemplo de la explotación comercial que de un sólo producto originario puede potencializar y controlar el mismo conglomerado diversificado.

La Internacional del terror mediático

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