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La internacional del terror mediático

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Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños.

Hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrirnos que el paraíso estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas.

Julio Cortázar

Hoy, todas las luces de alarma permanecen encendidas en el norte y en el sur del sur ante los intentos restauradores del viejo orden neoliberal. Las fuerzas más reaccionarias del mundo han intensificado sus campañas para desestabilizar nuevamente al término del tercer lustro del milenio, a varios gobiernos latinoamericanos –el venezolano en lo social, económico y militar, el argentino en lo financiero, por ejemplo–, en una experiencia que bien puede ser aplicada en cualquier otro país latinoamericano cuyos recursos naturales sean apetecidos por las potencias centrales.

La creciente y orgánica participación de los medios de comunicación cartelizados –nacionales y extranjeros– en la preparación y el desarrollo de las guerras y planes desestabilizadores promovidos por y desde Estados Unidos, demuestra que estos se han convertido en verdaderas unidades militares. Si hace 40 años necesitaban de fuerzas armadas para imponer su proyecto, hoy el escenario de guerra es simbólico y hoy no hacen faltas bayonetas ni tanques: les basta con el control de los medios hegemónicos para imponer modelos políticos, económicos y sociales.

La guerra se traslada al espacio simbólico, a la batalla ideológica, a la guerra cultural y, por ende, las armas para esa nueva confrontación son diferentes. Ya no son metralletas, sino micrófonos, computadoras, teléfonos, cámaras de video… La guerra por imponer imaginarios colectivos se da a través de medios cibernéticos, audiovisuales y gráficos. Y para esas batallas hay que saber cómo usar esas armas, apropiarse de las nuevas tecnologías, saber cuál es la masa crítica a la que queremos dirigirnos, aprender a diseñar y producir contenidos de calidad para poder pelear en ella.

Los medios comerciales de comunicación han incautado la libertad de expresión y, precisamente, la han aprisionado para usarla como rehén. Ante ese poder los individuos no valen nada. Los medios se han vuelto despóticos y despiadados, como nunca lo llegó a ser reyezuelo o dictadorzuelo alguno. Una vez que acusan-condenan no hay modo de apelar ante nadie.

La lucha simbólica por la democratización de la comunicación necesita cuestionar el discurso que los medios, como aparato privado de hegemonía elaboran y diseminan. Pero la democratización depende también del convencimiento público sobre la necesidades de espacios más libres, plurales, diversos para la información y la opinión y el fomento del Estado a la diversificación de los contenidos.

Para el sociólogo marxista italiano Antonio Gramsci, la hegemonía presupone la conquista del consenso y del liderazgo cultural y político-ideológico por una clase (o bloque de clases) que se impone sobre las otras, e involucra la capacidad de un determinado bloque de articular un conjunto de factores que lo habilite a dirigir moral y culturalmente, sostenidamente, la sociedad como un todo.

Si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social. De ahí que la creación de un nuevo intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo desde la base, desde los sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales.

El objetivo consiste en la imaginación de una nueva cultura no subalterna, muy diferente de la burguesa, que pueda llegar a ser dominante, sin verse arrastrada por culturas tradicionales. De cualquier modo, para Gramsci, todo hombre es un intelectual que participa de una determinada concepción del mundo y a través de sus singladuras ideológicas contribuye a sostener o a suscitar nuevos modos (alternativas) de pensar.

La separación creciente entre gobernantes y los destinatarios de sus decisiones; entre intelectuales y el resto, entre los funcionarios de las teorías y quienes las reciben, es inaceptable en el pensamiento del italiano.

La hegemonía no es una construcción monolítica, sino el resultado de mediaciones de fuerza entre los bloques de clase en determinado contexto histórico. No es estática. Puede ser reelaborada y alterada tanto en el ámbito social (a través de asociaciones y movimientos contrahegemónicos) como por el Estado.

Pero el terrorismo mediático no nace en el siglo XXI. El arte de la desinformación ha sido un elemento clave en todos los conflictos bélicos desde la antigüedad. Hablamos de hace tres mil años: ya entonces no se trataba de escribir la realidad de los hechos, la historia verdadera, sino la de conformar percepciones, imaginarios colectivos de la sociedad a favor, claro, de la cultura dominante, de los poderes fácticos, incluidos –en tiempos más recientes, hacia el siglo XVII– las diversas iglesias.

Es claro que las agencias internacionales de noticias surgieron para afianzar el poder colonial de las potencias europeas, sobre todo en África y Asia, y también es claro que cada vez que surge un conflicto, la prensa del sistema es la encargada de silenciar cualquier opinión independiente, eliminar el debate y el disentimiento, para orquestar las respuestas emocionales en masa a sus intereses.

Al inicio de la décadas de 1960 el terrorismo mediático cayó con todos sus misiles (y sigue cayendo) contra la Revolución Cubana, mucho antes de los atentados contra las torres gemelas de Nueva York –11/09/2001–, lo que dio lugar a que Washington montara una típica acción de terrorismo de Estado a escala global.

Diez años antes, en ocasión de la primera Guerra del Golfo, ya el Pentágono había logrado convertir el conflicto en espectáculo para las grandes masas de televidentes a nivel global, difundiendo mentiras, medias verdades y tergiversaciones, que años después de consumarse los hechos, vinimos a corroborar que eran falsedades convertidas en verdad única, mensaje único, imagen única.

En 1982, los británicos habían aplicado la férrea censura de prensa y la verdad oficial durante el conflicto con Argentina en el Atlántico Sur, experiencia que sirvió para su aplicación posterior en Granada, Somalia, Irak, Afganistán, y muchas otras regiones. En las páginas de este texto iremos desgranando cada una de estas acciones que, en nuestra región acechan a los gobiernos progresistas, con actos desestabilizadores y golpes de Estado, mediáticos para unos, suaves para otros. Duros para nuestros pueblos.

Hoy, el frente de la derecha latinoamericana y mundial –incluyendo el gobierno de Estados Unidos, algunos de sus incondicionales como Canadá y el gobierno de Martinelli en Panamá, y otros de la Unión Europea– tomó protagonismo activo desde febrero de 2014 en sus ataques mediáticos contra la Revolución Bolivariana.

Las tres redes privadas más importantes de diarios de Latinoamérica se unieron para “difundir informaciones (léase manipulaciones, distorsiones, mentiras, difamaciones) sobre la situación en Venezuela”. Internamente, las campañas de prensa quieren provocar cansancio en los ciudadanos, en el exterior sembrar un imaginario colectivo de represión, autoritarismo, una sensación de caos e ingobernabilidad.

Pero esta historia vuelve a repetirse, por ejemplo en el Sur del sur, señala la Red de Observatorios Universitarios de Medios de la Argentina, donde el conglomerado periodístico que encabezan el grupo Clarín y La Nación, seguidos de un ejército de expresiones informativas dependientes de ellos y que apuntan a la desestabilización en tono al tópico económico y social, tratan de crear escenarios de temor e incertidumbre.

La Red alerta sobre la meditada estrategia desplegada por los grupos mediático concentrados y cartelizados para desacreditar al gobierno y crear las condiciones de manipulación social necesarias e imprescindibles para llevar adelante un golpe económico o de mercado, contra las instituciones y la Constitución y señala que “la sociedad debe estar alerta ante hechos que podrían traducirse en una ofensiva desesperada y aventurera de los sector es más conservadores del privilegio, históricos violadores del Estado de derecho”.

Argentina afrontó en 2014 una extorsión financiera sin precedentes. Los especuladores que compraron bonos de la deuda por 48 millones de dólares lograron en Nueva York una sentencia de cobro por mil 500 millones. Este fraude retrata cómo funciona el capitalismo actual, sistema que empuja a nuestros países a más y más padecimiento. Los buitres se disponen a repetir el mismo despojo que ya realizaron en otros lugares como Perú, y amenazan a toda la región.

Aunque el escenario afectara a Argentina, deja bajo la garra de estos rapaces cualquier deuda soberana. En 2014 la deuda representaba el 104% del Producto Interno Bruto en EEUU, 93% en España, 132% en Italia, 129% en Portugal, 78% en Alemania, 175% en Grecia, 123% en Irlanda y 90% en Reino Unido.

El precedente de este fallo judicial va mucho más allá del perjuicio contra Argentina, y pone en riesgo cualquier futura reestructuración de deuda… con la mirada puesta en la periferia europea.

Paralelamente, en Brasil se desató una furiosa ofensiva mediática contra la estatal petrolera Petrobras, apoyando las demandas del fondo buitre Aurelius. Existe, sin dudas, un intento de provocar un descalabro financiero en la región, con apoyo de sectores internos que colaboran con esos intereses sin cuestionar sus “prácticas mafiosas” Hay una estrategia más generalizada que está utilizando la cuestión financiera como campo de batalla contra determinados procesos políticos. En el año que terminó trataron de llevar a la Argentina al default, y atacan a Brasil. Es una guerra sin armas, desde el terreno judicial y con objetivos políticos.

A nadie ha extrañado que los medios hegemónicos argentinos hayan manejado la información y opinión para cooptarse con la posición de los acreedores, denigrando y tratando de ridiculizar la posición de su país e indo visibilizando o minimizando la información referida a los apoyos solidarios recibidos de todos los países latinoamericanos y caribeños, del Grupo de los 77 (más de 120 países en desarrollo más China), y de los BRICS, entre otros.

La apuesta de las trasnacionales y de los fondos buitres, refrendada cartelizadamente por los grupos mediáticos hegemónicos a nivel regional, internacional e interno, ha sido la de crear zozobra en la población ante una “inminente” corrida bancaria y cambiaria, ante el embargo de activos petroleros nacionalizados. Y el libreto se repite en Venezuela, Argentina, Brasil.

En nuestros tiempos, marcados por el neoliberalismo, los vicios, como la codicia y el individualismo, se han convertido en virtudes, exaltadas desde Hollywood por la homogenización de los medios de comunicación.

Y hay más. A principios de abril de 2014, la agencia estadounidense Associated Press reveló que Estados Unidos gastó ilegalmente más de un millón y medio de dólares en una red social llamada ZunZuneo para el “cambio de régimen” en Cuba, financiada por la Agencia de Estados Unidos para la Ayuda al Desarrollo (USAID) y dirigida en especial a los jóvenes de la isla, que dejó de operar en 2011.

El reportaje señala además la obtención ilícita de más medio millón de números de teléfonos móviles en Cuba y el desvío de fondos: “Los 1,6 millones de dólares que se calcula que invirtieron en ZunZuneo estaban asignados públicamente a un proyecto no especificado en Pakistán, según la información pública del gobierno, pero esos documentos no revelan dónde realmente se gastó el dinero”, señaló AP.

El concepto de terrorismo mediático –acorde con Carlos Fazio–, está relacionado con un entramado de estrategias políticas, económicas, sociales y psicológicas que buscan crear realidades ficticias, miedos colectivos y convertir mentiras en verdades que permitan manipular a la sociedad de acuerdo al conflicto y al enemigo en cuestión.

Si partimos de la idea de que para el poder todo sujeto que considere una amenaza a sus intereses, se concibe como enemigo de guerra, entonces el terrorismo mediático parte de que la guerra psicológica utiliza una caracterización simplista y maniquea (bueno/malo, negro/blanco) para describir al enemigo. “El propagandista debe utilizar las palabras claves capaces de estigmatizar al contrario y de activar reacciones populares. En realidad, de lo que se trata, al utilizar el mito de la guerra, es de satanizar al adversario, arrancarle todo viso de humanidad y cosificarlo, de tal modo que eliminarlo no equivalga a cometer un asesinato”, señala.

La llamada propaganda negra no es otra cosa que la construcción de unos nombres, de unos relatos, de unas categorías, de unas imágenes que ordenan los acontecimientos a partir de un eje de destrucción del otro. Ese proceso se hace ocultando la verdad y sobre todo mintiendo acerca de ella, señala Florencia Saintout, decana de Comunicación de la Universidad argentina de La Plata.

La respuesta del gobierno venezolano a estas matrices terroristas mediáticas ha sido reactiva y no proactiva, propositiva o informativa. Ha sido basada en denunciología (propia de una etapa de resistencia y no de construcción) y preocupación por la solidaridad pasiva. Fueron mensajes inundados por consignas, inserciones o solicitadas (que nadie lee y otros, en el norte, archivan en sus bases de datos), lamentos..., inmovilismo.

La falta de fuentes de información veraz, oportuna y para todos, facilita el trabajo de la derecha de imponer imaginarios colectivos, a través de una prensa –radios, medios cibernéticos fijos y móviles, televisoras, diarios, revistas– totalmente cartelizada detrás del mensaje único, producido por las usinas en el exterior.

El director del Centro de Paz y Justicia de Estados Unidos, Tom Hayden, manifestó su preocupación por la desinformación sobre la violencia que han desatado en Venezuela grupos fascistas y criticó a la prensa internacional por no mostrar una versión clara de los hechos: “Pienso que los medios de comunicación han actuado para confundir las noticias y no favorecer a Venezuela porque no muestran información sobre lo que ocurre, y por eso los estadounidenses no han emitido una opinión clara”.

El potencial ofensivo y el arsenal del terror mediático era (y es) de temer: Andiarios agrupa a 53 periódicos en Colombia; Grupo Diarios de América está compuesto por 11 diarios del continente y el grupo Periódicos Asociados Latinoamericanos está conformado por 18 grupos editoriales de 11 países de la región. Es prácticamente toda la artillería mediática de la derecha –a la que hay que sumar sus redes en cada país– en ataque coordinado, cartelizado.

Según el comunicado de esta entente terrorista, “los diarios que se suman a esta iniciativa (…) publicarán en sus respectivas ediciones, informaciones suministradas por sus colegas venezolanos, con el propósito de que los lectores latinoamericanos conozcan una versión independiente de lo que acontece en Venezuela. El mensaje que desean transmitir los medios de expresión que se vinculan a esta cruzada es claro: Todos somos Venezuela. Sin libertad de prensa no hay democracia”. (Para ellos eso significa libertad de empresa, manipulación, desestabilización).

Sin tapujos, Nora Sanín, que dirige la asociación de prensa Andiarios y lideró esta campaña, señaló a la revista colombiana Semana: “Nosotros estamos haciendo política. Y está bien que la hagamos, pues nuestra causa es defender un derecho universal: la libertad de expresión”. No cabe duda, están haciendo la política que les digitan desde el norte.

Los medios comerciales de comunicación han incautado la libertad de expresión y, precisamente, la han aprisionado para usarla como rehén. Ante ese poder los individuos no valen nada. Los medios se han vuelto despóticos y despiadados, como nunca lo llegó a ser reyezuelo o dictadorzuelo alguno. Una vez que acusan-condenan no hay modo de apelar ante nadie.

¿Ante quién apelar? Supongamos que un tribunal sentencia en favor del acusado-condenado. ¿Quién se entera si el medio se rehúsa a publicar la sentencia absolutoria, entre otras cosas porque eso no vende, no le conviene quedar mal luego de haber difamado a su víctima? ¿Qué lo obliga a publicarla? Y aún publicándola, ya quedó sembrada la duda en la opinión pública, manipulada en sus peores instintos hasta conducirla al linchamiento.

Hay otros elementos que surgen concomitantemente para definir el cuadro regional. Uno, las presiones, no sólo de los sectores esperables, que intentan la restauración neoliberal, sino de la socialdemocracia europea (en especial francesa) y latinoamericana, para abandonar “la locura” del camino hacia el socialismo.

Dos, las presiones para que la diplomacia del Vaticano tenga protagonismo en el diálogo entre sectores enfrentados (pese a que la Conferencia Episcopal venezolana y la dirigencia de los jesuitas, a través de la Universidad Católica y la revista SIC, apoyan directamente a la oposición), lo que ha despertado la indignación de varios movimientos sociales a nivel regional.

El presidente Maduro aseguró estar “de acuerdo totalmente” con la recomendación del ex mandatario brasileño Lula da Silva de formar un gobierno de coalición, pero descartó negociar los principios socialistas de su administración con sus opositores.

Lula propuso “establecer una política de coalición, construir un programa mínimo y disminuir la tensión”, presionó por “una solución negociada (…) un pacto político de cinco años para trabajar contra los cortes de energía, luchar contra la inflación y ser autosuficiente en la producción de alimentos, pero esto no se logró porque Maduro, después de asumir el gobierno, no hizo otra cosa que ir a la calle a responder las protestas de la oposición”, reflexionó Lula.

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