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Comunicación y democracia

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Ante todo, debemos asumir que el tema de los medios de comunicación tiene que ver con el futuro de nuestras democracias. Hoy en día, en nuestra América, la dictadura mediática intenta suplantar a la dictadura militar. Son los grandes grupos económicos que usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es el protagonista y quién es el antagonista. El que más vocifera contra los cambios de nuestras sociedades, contra los cambios de modelo económico, social, político, contra las transformaciones culturales, es quien logra más pantalla, mientras intentan que las grandes mayorías sigan afónicas e invisibles, sin voz ni imagen.

La preocupación por el futuro de la democracia está también en la agenda de los grandes pensadores, como el Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, quien se refirió a la democracia “representativa” en una nota publicada en Le Monde Diplomatique (Al margen del poder económico: ¿Qué queda de la democracia?), en la que señaló que “la experiencia confirma que una democracia política que no reposa sobre una democracia económica y cultural no sirve de gran cosa (…). El sistema llamado democrático se parece más a un gobierno de los ricos y menos a un gobierno del pueblo. Imposible negar la evidencia: la masa de pobres llamada a votar no es jamás llamada a gobernar”.

Y luego formula este llamado: Dejemos de considerar la democracia como un valor adquirido, definido de una vez por todas y para siempre intocable. En un mundo donde estamos habituados a debatir de todo, solo persiste un tabú: la democracia. Entonces digo: cuestionémosla en todos los debates. Si no encontramos un medio de reinventarla, no se perderá solamente la democracia, sino la esperanza de ver un día los derechos humanos respetados en este planeta. Será entonces el fracaso más estruendoso de nuestro tiempo, la señal de una traición que marcará para siempre a la humanidad.

Karl von Clausewitz planteaba que la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios. Y si la guerra es la continuación de la política, esta es, a su vez, la mera continuación de la cultura. Ambas regulan conductas humanas, ambas operan mediante ejércitos llamados aparatos ideológicos, señala el venezolano Luis Britto García.

Carlos Marx y Federico Engels señalaban en La ideología alemana, que las ideas de la clase dominante son –en toda época– las ideas dominantes. Porque así como la clase dominante posee los instrumentos de producción material, cuenta también con los de producción intelectual como las academias, editoriales, escuelas.

El capital no solo acumula medios de producción industrial, comercial, financiera, sino que también acapara aparatos económicos, políticos, ideológicos, hasta reducir todas las manifestaciones distintas de una civilización a un monopolio verdadero: a un pensamiento único, a una imagen y un mensaje únicos.

En los países altamente industrializados, el Estado y el gran capital se han fusionado, pero sus aparatos ideológicos predican para los países en desarrollo el evangelio de la muerte de las ideologías, la defunción de lo político, la muerte de los partidos. Para el gran capital, los grandes conductores de las masas debieran ser los medios comerciales de comunicación social, obviamente en su poder.

El proceso de acumulación de capital en los medios de comunicación –y más allá, en la industria del contenido, que es bastante más amplia– es a la vez y simultáneamente el proceso de manipulación de la conciencia social y de dominio público. No se trata solo del control de la información sino del control de la industria del contenido, que incluye la información, la publicidad, la cultura de masas o entretenimiento, los videojuegos.

A lo ancho y largo del mundo los contenidos y los fines de la comunicación son puestos cada vez más en función del capital, para que los medios se conviertan en los nuevos misioneros del capitalismo corporativo, en el ejército de formación del imaginario popular y del avasallamiento de la conciencia social. Recordemos que el primer rubro de exportación de Estados Unidos es la industria del entretenimiento, según el informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de 1999. Es una verdadera industria bélica para la (de) formación de conciencias.

Hoy se intenta suplantar los mediadores por los medios. Se supone que el poder político debe ser representante y defensor de los derechos de los gobernados. Mientras los actores políticos son creados por los ciudadanos y responden ante ellos, los medios son en su mayor parte creados por el capital (y concentrado por el gran capital) y responden exclusivamente a este: ni siquiera deben rendir una retribución real a sus audiencias.

El nuevo paradigma se llama rentabilidad, individualismo, consumismo, formación de una sociedad de idiotas útiles al servicio del gran hermano corporativo. El discurso comercial es, sin duda, un discurso ideológico. El monopolio de la comunicación hace retornar al ser humano al oscurantismo, a un mundo virtual lejano a la realidad.

El frente conservador –que aún detenta el poder en la mayoría de nuestras sociedades y se resiste por muchos medios a abandonar cuatro centurias de usufructo del poder– sostiene que el planteamiento de una democracia participativa no es viable porque el exceso de demandas terminará provocando una sobrecarga del sistema y la consiguiente crisis de autoridad o de gobernabilidad.

Por lo tanto, para ellos la solución es menos democracia, apelar a elites “lúcidas” y seguir los dictados de los organismos multilaterales de crédito, que garantizan la dependencia.

Pero la realidad muestra que, con el retorno constitucional tras la larga noche dictatorial, emergen en América Latina nuevos actores y discursos políticos que desafían los cauces institucionales y al sistema de partidos. Nuevos actores que han redefinido la agenda pública y la de la política institucionalizada, promoviendo no solo nuevos liderazgos sino nuevos gobiernos más cónsonos con sus pueblos.

Después de las dictaduras llegaron democracias de baja intensidad, incompletas, de transición (nunca se supo hacia qué), que llevaron al desencanto ante la insistencia de adoptar políticas neoliberales diseñadas por el llamado Consenso de Washington, que llevaron a una nueva concentración de poder y riqueza en manos de pocos –y muchas veces en manos foráneas–; empobrecimiento, marginalización, exclusión social y a la pérdida de esperanza de las grandes mayorías.

Resulta sintomático que la gente no se sienta representada por los partidos políticos, los que dejaron de ser canales de expresión de la sociedad y, por ende, agentes únicos de mediación política. Han surgido otros actores, en especial los movimientos sociales, muy diferentes a los partidos, ya que en su mayoría son no jerarquizados, flexibles, descentralizados, con rotación en puestos de mando, propiciando la designación paritaria de género y representación de minorías, exigiendo transparencia, rendición de cuentas, participación amplia en la toma de decisiones.

Las democracias formales de los años 1980-90 contaban las instituciones avasalladas por el “decisionismo” desplegado desde la conducción estatal, que rebasaba normas jurídicas y manifestaciones de voluntad social contrarias a las soluciones elegidas. Se asistía a la transformación del contenido de un régimen político sobre una armadura jurídico-constitucional que permanecía intocada en lo sustancial. La representación política y el sentido amplio de ciudadanía, se debilitaron seriamente a favor de una elite política sin otro compromiso firme que el de procesar las orientaciones del gran capital.

Lo cierto es que la transición al régimen democrático y su estabilización no les trajo aparejada a las clases subalternas ninguna ventaja apreciable, sino la persistencia del deterioro social y la expansión de las carencias a sectores cada vez más amplios.

El descontento generalizado no solo de las capas menos favorecidas sino de ingentes sectores medios, llevó a que se ponga en discusión el tema de la llamada gobernabilidad, dejando de lado una cuestión central: el bloqueo de los canales institucionales para procesar las demandas sociales. Justamente ese bloqueo es el que ha permitido que se proyecten movimientos sociales de los más diversos, que más allá de sus reivindicaciones específicas demandan reformas políticas profundas, estructurales, con la mirada en la instalación de asambleas constituyentes que refunden la democracia (Venezuela, Bolivia, Ecuador).

Estos movimientos son espacios que se sustentan en la construcción de ciudadanía, reivindicando derechos en contraposición al clientelismo y las dádivas o caridad de los poderes establecidos. Esta realidad comenzó a preocupar no solo a Washington sino a los organismos multilaterales y es así que la revista Idea, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), señaló que los movimientos sociales han sido considerados tradicionalmente desviaciones de la norma; producto, básicamente, de la atomización, alienación y frustración social.

Pero un vistazo desde una nueva perspectiva permite captar individuos que son racionales, socialmente activos y bien integrados a la comunidad, pero ansiosos de hacer valer sus intereses a través de canales distintos a los que ofrecen las instituciones establecidas. Dada la naturaleza en general pacífica y contenida de estos movimientos y el apoyo de los medios de comunicación, que contribuyen a darlos a conocer, legitimarlos y amplificarlos, los movimientos sociales se han convertido en un actor político complejo e influyente. Y reconoce que las protestas sociales se han convertido en un instrumento político poderoso, capaz de derrocar presidentes.

Este contexto de polarización social ha repercutido sobre el sistema mediático. Los grandes medios, que contribuyeron en el desprestigio y hasta en la satanización de los partidos políticos, prácticamente pasan a ocupar el vacío que han creado por su descalabro, pero, como sostiene el ecuatoriano Oswaldo León, el virtual “consenso mediático” (a imagen y semejanza del Consenso de Washington) establecido en la región entre esos grandes medios, también se ha visto afectado.

América Latina trata de revertir por primera vez la dolorosa fragmentación que ha vivido por más de 520 años, en una corriente de unión e integración social. Paradojalmente, los presidentes que más han luchado por eliminar las brechas de desigualdad, por el establecimiento de la igualdad y equidad, son acusados de dividir a sus países: Hugo Chávez, Cristina Fernández, Dilma Roussef, Evo Morales, Rafael Correa son acusados de haber polarizado a la sociedad.

Nuestra región vivió un apartheid, en donde el rico solo reconocía al pobre en calidad de subordinado laboral, imponiendo una cultura profundamente intolerante. Repúblicas fragmentadas en verdugos y discriminados, en donde los pueblos fueron y son catalogados como resentidos, marginales, renegados, cacos, envidiosos, ignorantes, desdentados, indios, zambos, negros.

El escritor colombiano William Ospina, en su libro Pa’ que se acabe la vaina, expone que las plutocracias lograron mantener a la comunidad postrada en una especie de conciencia negativa de sus propias virtudes, solo visibilizando a los que por su talento, su ambición, su docilidad o su astucia ascendían en la escala social. Pero la nueva política pública diferenciada de América Latina no solo produjo acceso a bienes y servicios, sino empoderamiento como clase y cultura porque permitió acceder a educación, bienes culturales, salud, tecnología, participación política, a más de 40 millones de marginalizados por las políticas neoliberales…

Para acabar con la pobreza, varios países de América Latina están empoderando a los pobres, democratizando el acceso a la alimentación, la salud, la vivienda, la educación. Visibilizándolos, con voz e imagen propias. La percepción condicionada de que el otro no existe sino para servir, se ha visto derrumbada por la convivencia necesaria de ricos y pobres, incluso soportando que uno de los que han despreciado por siempre, ejerza el poder, señala la diplomática venezolana Isabel Delgado Arria.

Quizá, la situación más relevante de la actuación antidemocrática de los medios de comunicación comerciales, fue en Venezuela, escenario de un golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez, el 11 de abril de 2002, asonada que apenas duró 47 horas, pues en un hecho inusual, el mandatario fue restituido al poder por la reacción popular.

Se trató básicamente de un “golpe mediático”, por el rol que jugaron en estos acontecimientos los grandes medios, particularmente la televisión, incitando primero al derrocamiento del Presidente y luego invisibilizando la reacción del pueblo (transmitieron tiras cómicas y musicales, tratando de imponer que lo que no se difunde por televisión no existe): esta vez la realidad-real se impuso a la realidad virtual de los medios comerciales. Un modelo que después veríamos repetido en Bolivia, Honduras, Ecuador y Paraguay.

Quizá haya algunos antecedentes: una situación parecida se había registrado el 19 y 20 diciembre 2001 en Buenos Aires, Argentina, cuando las movilizaciones populares con sus cacerolazos forzaron la salida del presidente Fernando de la Rúa, la que habría de repetirse en Bolivia, en la insurrección de octubre 2003 y en la de junio 2005, que propiciaron la caída de dos presidentes, Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, respectivamente.

Otra vez surgieron situaciones similares como en la rebelión ocurrida en Quito, Ecuador en abril 2005, donde el presidente Lucio Gutiérrez debió dejar el poder, pero es de resaltar que ha sido una constante en México y otros países. Ya la amenaza no es de las dictaduras clásicas solamente, sino de la dictadura que instauran los medios.

La prensa comercial boliviana durante el proceso electoral que llevó a Evo Morales al poder, insistió durante la campaña en la descalificación del dirigente cocalero (discriminación racial y social; desvalorización intelectual, política y étnica, según la Observación de Medios de la Asociación Latinoamericana para la Comunicación Social) y en la volatilidad política y la ingobernabilidad del país. Pese a todo eso, Morales ganó con más de 50 por ciento de votos: la realidad-real pudo más que la realidad-virtual.

En el acto de celebración por la reelección del presidente Lula, apareció un cartelón que decía: “el pueblo venció a los media (medios de comunicación social comerciales)”, ya que fueron estos los que forzaron la realización del segundo turno, entre ellos el dueño de la empresa de encuestas Vox Populi, Marcos Coimbra.

Más de 4.500 intelectuales suscribieron el “Manifesto por uma Mídia Democrática e Independente”, en el cual, apoyándose en cifras del Observatorio Brasileño de los Media, señalan que la semana que antecedió al primer turno se registró “una brutal escalada de parcialidad e improbidad por parte de los grandes medios brasileños”.

Según esas cifras, las notas negativas sobre los dos candidatos con más posibilidades que difundieron los cinco grandes periódicos se reparten así: 226 artículos negativos para Lula y tan solo 17 para Geraldo Alckim. Y más adelante acotan: Exigimos respeto al principio de la igualdad de condiciones –en este caso de equilibrio informativo en las referencias positivas y negativas para los dos candidatos–, sin el cual no se puede hablar de elecciones libres. Exigimos que cese inmediatamente el desequilibrio criminal en el reparto de notas negativas y positivas entre los dos candidatos.

En América Latina está ganando presencia pública el debate sobre los medios y la democratización de la comunicación en general, movimiento que se viene construyendo a partir del que se formó para impulsar el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (Nomic), cuyo corolario más significativo fue el Informe McBride (Un solo mundo, voces múltiples) de 1980.

El informe, basado en un estudio riguroso, señalaba la necesidad de superar las desigualdades y desequilibrios existentes en los ámbitos de la comunicación, información y cultura entre el mundo rico del Norte y el pobre del Sur, con énfasis en el respeto al pluralismo y la diversidad. Más de treinta años después, las desigualdades y desequilibrios señalados no solo perduran, sino que se han agravado y la proclama de entonces sigue siendo válida: “sin democratización de la comunicación, no hay democracia”.

Lo cierto es que ningún instrumento internacional reconoce, hasta ahora, el derecho a la comunicación, pero sectores que defienden su democratización insisten en la necesidad de formular un nuevo derecho inalienable de todas las personas.

Para Osvaldo León, la frase derechos de la comunicación, al utilizar el plural, apunta implícitamente hacia los derechos existentes que se relacionan con la comunicación. Si bien el énfasis se desplaza hacia la plena realización de los derechos de la comunicación ya reconocidos en instrumentos internacionales y nacionales –y ya no en establecer un nuevo marco global de derechos–, sin embargo, deja entreabierta la puerta a la eventualidad de plantear, a futuro, nuevos derechos, correspondientes a las nuevas realidades comunicacionales.

Los derechos de la comunicación se relacionan en forma más inmediata con un conjunto de derechos humanos existentes, que a mucha gente están vedados, y cuyo significado completo solo puede realizarse cuando se los considera juntos, como un grupo interrelacionado, añadió.

La libertad de expresión, tal como está reconocida en instrumentos internacionales como la Declaración Universal de Derechos Humanos, sería el núcleo de los derechos de la comunicación. Pero la defensa de estos va más allá, en el sentido de asegurar las condiciones para el pleno ejercicio de la libertad de expresión, en las actuales sociedades mediatizadas, donde el control sobre los recursos de la comunicación está distribuido de manera totalmente desigual en beneficio de oligopolios y monopolios nacionales y transnacionales.

En nuestros países, por lo general, prevalece una visión instrumental de la comunicación, circunscrita a la utilización del medio, del instrumento, que lleva a sobredimensionar la relación e incidencia en los medios tradicionales, como transmisión de información o como un mecanismo de relaciones públicas o promoción corporativa, de la organización o de los dirigentes.

De hecho, esto es parte del modelo reduccionista que ha consagrado el propio proceso de institucionalización mediática, que conlleva a que la información se superponga a la comunicación, y el dato, a la información. Es fundamental reivindicar y hacer realidad el sentido etimológico de comunicación, que implica diálogo, interacción, intercambio, para construir acuerdos comunes, consensos, entre las partes implicadas en el proceso, sin que ello signifique unanimidad.

La información como transmisión de datos se ha ido afirmando y legitimando, asociada a la de la revolución tecnológica y a la difusión en los últimos años de la noción de sociedad de la información, a la cual se la propone como eje y modelo de la reorganización de la sociedad, dando por sentado que una sociedad aceleradamente informada en tiempo real, es por sí una sociedad comunicada.

Experto en semiótica, el hispano-colombiano Jesús Martín-Barbero propone pensar la comunicación desde las mediaciones, antes que desde los medios. Los procesos sociales en América Latina han llevado a cambiar el objeto de estudio de los investigadores de la comunicación, viéndose precisados a considerar aspectos como la transnacionalización, democracia, cultura y movimiento popular.

En el espacio cultural se perciben dimensiones inéditas del conflicto social, la formación de nuevos sujetos –regionales, religiosos, sexuales, generacionales– y formas nuevas de rebeldía y resistencia. Pensar los procesos de comunicación desde la cultura significa dejar de hacerlo desde las disciplinas y desde los medios. Significa romper con la seguridad que proporcionaba la reducción de la problemática de la comunicación a la de las tecnologías.

Los procesos de comunicación tampoco pueden concebirse como transmisión o mera circulación de informaciones, sino como procesos productores de significaciones en los que el receptor no es un mero decodificador de lo que en el mensaje puso el emisor sino que es también un productor. Para Martín-Barbero es fundamental estudiar la comunicación desde el punto de vista del consumo, que permita una comprensión de los diferentes modos de apropiación cultural, de los diferentes usos sociales de la comunicación.

La comunicación, en general, redobla su importancia estratégica, tanto como soporte técnico, habilitador de la expansión global del capitalismo, al igual que en su dimensión discursiva-simbólica de legitimación y extensión de la hegemonía ideológica neoliberal, del pensamiento, el mensaje y la imagen únicos.

Es cierto que también incrementa su peso en el mundo de los negocios, pero el número de actores no pasa de un puñado de grandes corporaciones, círculo privilegiado que se estrecha gracias a las megafusiones de esas corporaciones para controlar la mayor porción posible del mercado. Con estos procesos de hiperconcentración, no solo que se consolidan los privilegios de esos monopolios corporativos, sino que se afecta el propio sentido público de la información y la comunicación.

Ignacio Ramonet, entonces director de Le Monde Diplomatique francés, señalaba que “Preocupados sobre todo por la preservación de su gigantismo, que los obliga a cortejar a los otros poderes, estos grandes grupos ya no se proponen, como objetivo cívico, ser un cuarto poder ni denunciar los abusos contra el derecho, ni corregir las disfunciones de la democracia para pulir y perfeccionar el sistema político”.

Tampoco desean ya erigirse en cuarto poder y, menos aún, actuar como un contrapoder. Si llegado el caso, constituyeran un cuarto poder, este se sumaría a los demás poderes existentes “político y económico” para aplastar a su turno, como poder suplementario, como poder mediático, a los ciudadanos.

Esta abdicación del cuarto poder no es ajena al sentido que el capitalismo de las corporaciones quiere imponer a la política misma, para que el juego de sus intereses y decisiones quede por fuera de cualquier escrutinio público, estableciendo la centralidad del mercado en la organización de la sociedad y, por tanto, relegando al Estado y a los gobiernos a ser meros administradores de las políticas que tejen las publicitadas manos invisibles que se supone regulan el mercado.

Cabe tener presente, que los medios son cada vez más determinantes en la definición de la agenda pública, es decir, al describir y precisar la realidad externa, presentan al público una lista de temas de todo aquello en torno a lo que se puede tener una opinión y discutir.

Gary hablaba de la experiencia estadounidense de absorción de los periódicos locales por parte de las grandes corporaciones mediáticas y advertía que si bien comerse a los pequeños diarios locales constituye una racionalización económica y ha logrado dar buenos réditos a las compañías madre, los ciudadanos de comunidades locales servidos por los periódicos apropiados sufren directamente.

Los periódicos independientes compitiendo entre sí son aplastados por los periódicos de las cadenas; los diversos puntos de vista con respecto a asuntos locales desaparecen y las cadenas ofrecen las opiniones de los columnistas sindicados en lugar de información en torno a la política y la economía a nivel local.

La mercantilización de la información ha llegado a tal punto que algunos medios ya no solo se financian mediante la publicidad o la venta (en el caso de la prensa escrita), sino que cobran por difundir información, sonidos o imágenes. Hoy los medios de comunicación son los publicistas de los productos de sus megaempresas: le ofrecen una enorme audiencia a las empresas para imponer sus marcas. Lo que se intenta es conseguir consumidores o borregos políticos y/o religiosos, no formar ciudadanos.

Un enfoque no totalizador del fenómeno de la dependencia comunicacional latinoamericana de hoy, cuando en el cielo no solo brillan las estrellas sino que también los satélites y sigue tan campante la revolución de las comunicaciones, debe tener en cuenta que ningún hecho social sucede al margen de la historia.

Pese a los enormes progresos realizados por la humanidad en el ámbito del conocimiento y la tecnología, la mayoría de las personas siguen viviendo en condiciones desastrosas. La desigual distribución de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) y la falta de acceso a la información que tiene una gran parte de la población mundial, fenómenos que suelen denominarse brecha digital, son de hecho una expresión de nuevas asimetrías en el conjunto de brechas sociales existentes.

Estas asimetrías incluyen las brechas entre el Norte y el Sur, los ricos y los pobres, los hombres y las mujeres, las poblaciones urbanas y rurales, aquellos que tienen acceso a la información y aquellos que carecen del mismo.

Pero lo cierto es que combatir todas las formas de discriminación, exclusión y aislamiento que padecen los diferentes grupos y comunidades marginadas y vulnerables exige algo más que el simple despliegue de tecnologías. Exige cambios estructurales de nuestras propias sociedades para volverlas más democráticas, equitativas, justas.

Nuestra total participación en las sociedades de la información y la comunicación requiere que rechacemos en un nivel fundamental la promoción de las TIC para el desarrollo orientado al mercado y basado únicamente en la búsqueda de rédito económico.

Las sociedades del Sur sabemos bien de la necesidad de adoptar decisiones tecnológicas con el fin de atender a necesidades humanas esenciales y no solo para enriquecer a las empresas o hacer posible el control antidemocrático de los gobiernos.

La erradicación de la pobreza y el combate de las desigualdades deben ser prioridades de la humanidad, pero sobre todo para aquellos que vivimos en el Sur. Para ello debe permitirse a las personas que viven en extrema pobreza, contribuir con sus experiencias y conocimientos para un diálogo que involucre a todas las partes.

Asimismo, es importante mejorar el acceso local a la información relevante en un contexto específico, impulsar la formación en TIC y asignar recursos financieros (estatales) para ello. Se trata de retomar el paradigma de la solidaridad. En tanto la humanidad es una e indivisible, urge que los pueblos cultiven un sentido profundo de responsabilidad por el destino del planeta y el bienestar de toda la familia humana, siendo asimismo necesario que las personas y comunidades, así como los gobiernos, desarrollen una conciencia global y un sentido de ciudadanía mundial.

El acceso a la información y a los medios de información, bienes públicos y globales, debe ser participativo, universal, inclusivo y democrático. Debe eliminarse cualquier desigualdad de acceso en términos de brecha Norte/Sur, así como de desigualdad entre las naciones desarrolladas y menos desarrolladas. Los obstáculos que hay que superar son de naturaleza económica, educativa, técnica, política, social, étnica y de edad, y en todas ellas van incorporadas desigualdades de género que deben atacarse específicamente.

Casi nada.

Las tecnologías de la información centradas en las personas pueden facilitar la erradicación de enfermedades y epidemias y contribuir a que las personas tengan comida, abrigo, libertad y paz. De la misma forma pueden contribuir a los esfuerzos para empoderar a los pobres, es decir alfabetizar, educar e investigar pues solo pueblos informados y educados pueden acceder y participar eficazmente en las sociedades del conocimiento.

Vamos a aclarar conceptos. Un medio es una industria y su producto es la información. Pero hoy muestra un producto de calidad muy pobre, realmente. Claro, pasa en cualquier otra industria, pero es grave en esta, precisamente, porque su información no es confiable, tiene demasiado brillo y se viste de lentejuelas, sus puertas chirrían y el producto se vende sin garantía alguna. Existe hoy en día una grave tendencia a generalizar en lugar de especificar, lo que es inherentemente superficial y también especulativo, ya que se centra en actitudes aisladas y no en hechos.

Lo cierto es que aún no hemos asumido que el discurso comercial –bombardeado a través de información, publicidad y entretenimiento, con un mismo envase, disfrazado de realidad o de hechos naturales– es también un discurso ideológico, agresivo, limitante de nuestra libertad de ciudadano.

Por ejemplo, tener una televisora nueva en América Latina puede no ser más que un saludo a la bandera. Porque una nueva televisión sin una agenda informativa propia y contenidos nuevos, no servirá absolutamente para nada.

Debemos asumir que de nada sirve tener medios nuevos, televisoras y radioemisoras nuevas, si no tenemos nuevos contenidos, si seguimos copiando las formas hegemónicas. De nada sirven si no creemos en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos. Porque lanzar medios nuevos para repetir el mensaje del enemigo, es ser cómplice del enemigo.

La Internacional del terror mediático

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