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El pensamiento único y el síndrome de plaza sitiada

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“En las democracias actuales –dice Ignacio Ramonet– cada vez más ciudadanos libres se sienten enfangados, atrapados por esa viscosa doctrina que imperceptiblemente, envuelve todo razonamiento rebelde, lo inhibe, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Hay una sola doctrina, la del pensamiento único, autorizada por una invisible y omnipresente policía de la opinión”.

Estamos manipulados, condicionados, vigilados, por el pensamiento único, hegemónico, por la repetición constante, en todos los medios de comunicación de ese catecismo por parte de los periodistas de reverencia, de políticos de derecha e izquierda, que le da fuerza de intimidación y hace difícil la resistencia.

El pensamiento único es la traducción a términos ideológicos de los intereses de la internacional del capital financiero internacional, donde lo económico prima sobre lo político, el mercado corrige las disfunciones del capitalismo; los mercados financieros orientan el movimiento general de la economía; la competencia dinamiza las empresas; el libre intercambio es factor de desarrollo de las sociedades; la división internacional del trabajo modera las reivindicaciones sindicales y abarata los costos salariales.

Con el pensamiento único (el mensaje único, la imagen única) nos bombardean las 24 horas del día, todos los días, imponiéndonos desde el norte la agenda informativa y política que los reproductores de los medios comerciales endógenos repiten, eliminando toda posibilidad de voces diversas y plurales, atentando contra la libertad de expresión.

La libertad de expresión solo existe cuando se aplica a las opiniones que se reprueban. Por otra parte, los ultrajes a su principio sobreviven mucho tiempo a los motivos que los justificaron y a los gobernantes que los usaron para reprimir, señala Serge Halimi, director del francés Le Monde Diplomatique.

Hoy, los rebeldes, los parias y los malhechores tienen decenas de miles de seguidores en su cuenta de Twitter; YouTube les permite organizar reuniones en su salón, y perorar interminablemente desde un sillón, frente a una cámara. Si se prohíben espectáculos y reuniones públicas por ser juzgados indignos de la persona humana, ¿entonces también debe sancionarse la difusión de los mismos mensajes por las redes sociales? Eso equivaldría al inmediato otorgamiento del aura de víctimas del “sistema” a unos comerciantes de la provocación y a dar crédito a sus acusaciones más paranoicas, indica.

En esta trampa de la “guerra” mediática, cultural, muchos de quienes trazan y dirigen la comunicación en nuestros países se sienten seducidos por la teoría de la plaza sitiada –hay que defenderse continuamente de la eventual agresión externa, imperial–, que bien sirvió a la Cuba revolucionaria en los primeros años del bloqueo, es hoy una teoría impensable y por demás incoherente en países con cientos de radios privadas, decenas de televisoras y de diarios privados.

Los voceros oficiales –pésimos intérpretes del concepto gramsciano de hegemonía– se convierten en expertos en denunciología, olvidándose de construir una comunicación democrática, donde todos tengan voz e imagen y donde la ciudadanía participe protagónicamente de los debates sobre la realidad y el futuro del país que se está construyendo.

El síndrome de plaza sitiada genera una estrategia reactiva (se responde a la agenda del enemigo, validándola) y no proactiva, donde se diseñe la agenda comunicacional y política. Los periodistas pueden proponer historias que resulten negativas para el gobierno, pero les dicen: ahora no es el momento... porque el enemigo podría usarlo en contra nuestra.

Eduardo Montes de Oca señala que el persistente “síndrome de plaza sitiada”, traducido en verticalismo, burocratismo propiciado por este, falta de transparencia e insuficiencias en la deseada democracia popular y en su inherente control, se deriva en grado nada desdeñable de un hecho “ontológico”, objetivo: ¡somos una plaza sitiada! Y como secuela de ello, a ratos se torna harto difícil discernir entre una actitud demasiado vehemente en la defensa del proyecto y el más descarnado oportunismo.

El síndrome emerge una vez más como bandera de “nuevos defensores de la Revolución”, al decir del reconocido trovador cubano Vicente Feliú. Mientras, crecen la desinformación ciudadana, el descrédito de los medios de comunicación nacionales —dentro y fuera de la isla— y se silencia el pensamiento crítico, alerta preocupado el investigador cubano Esteban Morales

“Una sociedad que, en medio de la revolución de la información, regala los oídos y ojos de sus ciudadanos, no sobrevive. Recuperar la confianza del pueblo se va tornando muy difícil. Porque la población reacciona ante la ausencia o calidad de la información como ante algo que le pertenece, que debe recibir y que alguien le está robando o está tomándose la atribución de negarle”, reflexiona Morales.

“Esta situación puede generar un chantaje intolerable para imponer la subcultura del no-debate: si hay críticas se le hace el trabajo a la derecha nacional e internacional, si no se hacen críticas, no hay mecanismos de revisión, rectificación y reimpulso. Frente a este tipo de dobles coerciones hay que construir opciones políticas que las superen: escapar del dilema de las falsas alternativas”, señala el sociólogo venezolano Javier Biardeau.

La Internacional del terror mediático

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