Читать книгу La Internacional del terror mediático - Aram Aharonian - Страница 15

Los medios justifican los fines

Оглавление

El tema de los medios de comunicación social tiene relación directa con el futuro de nuestras democracias, porque la dictadura mediática pretende suplantar a las dictaduras militares de cuatro décadas atrás. Son los grandes grupos económicos, los latifundios mediáticos, que usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es el protagonista y quién el antagonista, qué omitir u ocultar. Y plantean una realidad virtual, invisibilizando la realidad adversa a sus intereses.

La pantalla de televisión relata versiones erróneas, manipuladas, incompletas, incompetentes, que se imponen sin la posibilidad de ser contrastadas con la realidad o con documentación original. Millares de personas aprenden y repiten historias irreales, construcciones ficticias de un pensamiento e imagen únicos, divulgados por los medios comerciales de comunicación, a lo largo y ancho del mundo.

Las voces alternativas no tienen la capacidad de ofrecer la misma accesibilidad que los medios masivos, a menos que se conviertan también en medios masivos, alternativos al pensamiento hegemónico.

Los medios deciden quién tiene voz y quiénes quedan afónicos e invisibles en la construcción de ese mundo virtual. Los grandes conglomerados empresariales operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan y generan una nueva fuente de historia, falsificada, fragmentada, artificial, superficial, descontextualizada.

La gente común conoce la historia (virtual) a través de los medios. Y solo cuando su propia realidad contrasta con esta historia virtual y la hace estallar en pequeños trozos, logra darse cuenta de esa dualidad, de ese divorcio entre medios y realidad, entre realidad virtual y real. Cada vez más historias virtuales ocupan el lugar del mundo virtual en nuestro imaginario, que nos alejan de la historia y de los problemas reales del mundo real de las distintas y diversas civilizaciones.

La manipulación de los modos en que piensa la gente es ya una práctica de enorme difusión, que se emplea en diferentes medidas y con diferentes sentidos. Más allá de la censura como tal, se emplean otros mecanismos que definen qué destacar, qué omitir, qué cambiar; en definitiva qué manipular de manera sutil, sistemática, porque esa es la forma de dominar la imagen que dan a conocer a la sociedad y a las sociedades, para operar no solo sobre la mentalidad sino también sobre la sensibilidad de las personas.

Para cualquier análisis que queramos hacer, debemos tener en cuenta la revolución digital de las últimas tres décadas, que provocó la mezcla del texto, el sonido y la imagen. Esta “magia” comenzó alrededor de 1985 con la popularización del fax, que nos sorprendía transmitiendo por teléfono un texto escrito. Y cuando aún no habíamos entendido cómo sucedía esto, comenzó una revolución digital con tecnología que ni siquiera la soñaban los autores de ciencia ficción.

Para aquellos añejos comunicadores, quedaban definitivamente sepultadas las ramas, cajas tipográficas y las linotipos de los diarios, las underwood, remington y letteras que nos acompañaron durante tantos años en las redacciones, las teletipos y télex que nos permitían informar a todo el mundo, los rollos y el revelado de fotos, las grabadoras de sonido a cinta… que hoy, apenas 25 o 30 años después, son piezas de museo.

Desde entonces, las fronteras entre el mundo de la comunicación, el de la cultura de masas y el de la publicidad son cada vez más tenues, y las grandes empresas, a través de las megafusiones, se han adelantado a gestionar el contenido de las distintas esferas.

Nuestras sociedades consumen hoy grandes dosis de información sin siquiera saber que es falsa. La clave es un sistema de instantaneidad que nadie puede verificar y que en muchas ocasiones no es más que una aviesa manipulación de laboratorios y estudios de cine o televisión. En el mundo de hoy, junto al poder económico y financiero, está el poder mediático, que es el aparato ideológico de la globalización capitalista.

Hoy, los medios de comunicación comerciales juegan su papel para deformar la realidad en beneficio de sus intereses y fabricar una opinión pública favorable al sistema y de resistencia a los cambios estructurales de la sociedad. Cumplen una misión ideológica. Su finalidad no es dar al ciudadano el conocimiento objetivo del sistema social en que viven, sino ofrecerles por el contrario una representación mistificada de este sistema social, para mantener a los ciudadanos en su lugar, dentro del sistema de explotación.

Algunas de las viejas categorías analíticas de la sociología crítica –concentración del capital, poder, opresión, dominación– quizá no nos sirvan ya para develar el rol jugado por unos medios monopolizados. Necesitamos nuevas cajas de herramientas para lo conceptual, para analizar este aparente caos informativo, esa catarata de imágenes que se superpone sobre el espectador televisivo, por ejemplo.

La principal herramienta en el complejo proceso de construcción de la dominación es comunicacional, ya que como en toda etapa histórica, la opresión se funda en la aceptación por parte de las víctimas de su condición subordinada. De allí que se inviertan millones y millones de dólares en industrias culturales que aparentan ser apenas de entretenimiento, pero que en realidad son un mecanismo político e ideológico decisivo para la continuidad del proceso de explotación y marginalidad.

Pasando por el pasotismo y la diversión, así se llega a la farandulización y casi a la ficcionalización de hechos de la realidad. El argentino Raúl Isman sostiene que las megaindustrias culturales del entretenimiento –los monopolios que tienen mayor poder económico, cultural y simbólico–, persiguen no solo que pasemos hambre, frío, sed, sino que nos exigen que además estemos alegres, contentos por eso.

Las sociedades contemporáneas, más aún en esta etapa de la globalización posmoderna, son de un carácter marcadamente mediático. Tal como afirma el sociólogo español Manuel Castells, es un sistema de retroalimentación entre espejos distorsionantes: los medios de comunicación son la expresión de nuestra cultura, y nuestra cultura penetra primordialmente mediante los materiales proporcionados por los medios de comunicación.

Los medios agigantan su función hasta confundirse con la sociedad misma, hecho legitimado por las personas que viven su vida a través de ellos, fantaseando con convertirse en héroes de hazañas guerreras, deportivas –o por qué no– de alcoba. En un complejo proceso de prestidigitación catódica el suceso de la vida real se convierte en folletín televisivo de aristas escabrosas o más bien en thriller erótico, señala Isman.

La vida de los sectores más pobres carece de valor, el asesinato de una mujer blanca toma dimensiones que nunca lograría el de una mujer pobre o de tez más oscura e incluso un hombre de igual condición que la primera. Se cruzan aquí varias formas de segmentar la sociedad, de carácter social, sexual, étnico, y el espectador se acostumbra a no diferenciar la riqueza conceptual de las distintas intervenciones, subsumiéndolas bajo el común “lo dijo la tele”.

En la sociología de la comunicación se suele analizar a las personas que, mediáticamente tocadas, se prestan a todo tipo de manipulaciones, de las más diversas, con el solo fin de disfrutar de algunos segundos de figuración. Así se cumplen también algunas necesidades del poder: los ciudadanos quedan divididos entre ignotos y famosos (aunque sea visible por unos segundos en la pantalla). Mucha gente común sueña con que le llegue esos cinco minutos de gloria, tocados por la varita mágica del hada televisiva.

Los medios utilizan cualquier tema para instalar en la percepción colectiva su particular visión manipuladora, donde las víctimas son culpables y los victimarios invisibilizados, apuntando a naturalizar las desigualdades sociales, de género o de acceso a bienes fundamentales. Se alienta así la creencia en que la única igualdad posible reside en la eventualidad de aparecer frente a la pantalla. Obviamente, si los subordinados emplean toda su energía en alcanzar su igualdad ante las pantallas, no intentarán otras equidades más acuciantes, urgentes, necesarias, colectivas, ¿no?

…Y la democracia sigue (en muchos de nuestros países) instalada como sistema formal, sin apropiación ciudadana, y su institucionalidad persiste siendo precaria. Fuimos aprendiendo que construir democracia es construir ciudadanía, empoderar a los pobres garantizándoles igualdad de acceso a la salud, vivienda, educación e información, darle voz e imagen a las grandes mayorías ninguneadas, postergadas y ocultadas durante más de 500 años.

Eduardo Galeano decía que “ya no se necesita que los fines justifiquen a los medios. Ahora los medios de comunicación justifican los fines”. Hoy los medios de comunicación comerciales cartelizados atacan como partido político y se defienden con la muletilla de la defensa de la libertad de prensa, cuando solo reivindican, en realidad, la impunidad de sus empresas y de los intereses imperiales.

Es que la comunicación se ha erigido en elemento fundamental de la estructura social actual, donde desde hace décadas se viene desarrollado el concepto teórico de sociedad de la información, casi prospectivo a una realidad palpable en la economía, la educación o las relaciones sociales. Es un espacio en transformación que implica, obviamente, cambios en la construcción del imaginario colectivo.

La Internacional del terror mediático

Подняться наверх