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El siglo XIX

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No es de sorprenderse que el siglo siguiente, el XIX, sea conocido como el siglo del liberalismo protestante. En ese siglo, el liberalismo invadió la iglesia cristiana. La Biblia fue sometida a un estudio con las mismas herramientas del racionalismo que imperaba. El espíritu de la época manifestaba incredulidad y menosprecio hacia lo trascendente, lo sobrenatural; todo debía enmarcarse dentro de los límites de la razón. ¿Cómo afectó a la cristología este nuevo enfoque con respecto a la Escritura? Sencillamente, se despojó a Cristo de todo lo sobrenatural. Sin negar la existencia de Jesús, se argumentó que si los evangelios no fueron escritos inmediatamente después de la muerte del Señor Jesús, sino después de un par de décadas, lo que se encuentra en los evangelios no es historia propiamente, sino la creación de la mente fértil de los primeros cristianos. Durante este período, se argumentaba, entraron en el pensar de la iglesia mucha imaginación y mitos que no correspondían con la realidad.

Se hacía, por lo tanto, una diferencia bien marcada entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”. El Jesús histórico era la persona que existió, que vivió en Palestina y que fue crucificada. El Cristo de la fe era el que se encuentra en los evangelios. El trabajo del erudito bíblico era podar el relato bíblico de todo lo sobrenatural para poder descubrir al Jesús histórico, quien vivió haciendo bienes y ayudando a los demás. De ninguna manera, sin embargo, podría ser considerado como divino; eso había sido una creación de la iglesia. Se favoreció una cristología funcional más bien que ontológica; es decir, había más interés en la obra de Cristo que en su persona. Interesaban más los beneficios de Jesús que su esencia.

Durante el siglo XX continuó en cierta manera la búsqueda del Jesús histórico. En el año 1958, Rudolph Bultmann, uno de los teólogos más influyentes del siglo XX, publicó un libro titulado Jesus Christ and Mythology, que ha cambiado en gran medida la mentalidad en un buen sector del cristianismo en cuanto a Jesús. Bultmann argumenta que la información que tenemos en los evangelios acerca de Jesús es de carácter mitológico, creada por la iglesia, y por lo tanto es necesario tratar de descubrir la esencia, lo histórico. En otras palabras, es necesario eliminar de los evangelios todo lo que, según él, es mitología, dejando solo lo que es puramente histórico.

John Hick, editor del libro The Myth of God Incarnate (1977), argumenta que en el siglo XIX se superaron dos conceptos equivocados en teología: que la Biblia es divinamente inspirada y que el hombre es una creación especial de Dios. Según este autor, la Biblia es un libro como otros libros religiosos y el hombre es parte de la naturaleza; es decir, participa de un desarrollo común con el resto de los seres vivientes. En el siglo XX llegó el momento, dice él, para dar un tercer paso: reconocer que Jesús no es un Dios encarnado, que la encarnación es un mito; que es una creación de la iglesia, de una mentalidad precientífica, y que Jesús fue nada más que un hombre privilegiado.

Según Hick, Jesús difiere en grado pero no en naturaleza de otras personas religiosas. Era un profeta que percibía más claramente la realidad que los demás y tenía la capacidad de amar más genuinamente, pero no era único. Insiste en que Jesús nunca pretendió tener la naturaleza de Dios. Uno de sus textos favoritos es donde Jesús mismo dijo: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie que sea bueno, sino solo Dios” (Mar. 10:18). Jesús mismo, aquí, habría reconocido los límites de su humanidad. Los escritores del Nuevo Testamento, según este autor, no discutieron la naturaleza de Jesús en ningún sentido metafísico, sino que enfatizaron lo que él hizo. No estaban interesados en quién era Jesús, sino en su ministerio. Estaban más interesados en su función que en su naturaleza.

Según este libro, el cambio hacia una cristología ontológica no ocurrió durante el período bíblico sino cuando los escritores cristianos comenzaron a usar categorías griegas para explicar el evangelio. En cuanto a la relación entre el cristianismo y otras religiones, hay que reconocer que la iglesia pasó por tres momentos.

1. Exclusivismo. Hubo un tiempo cuando el cristianismo fue visto como el único camino para la salvación. Esta manera de percibir el cristianismo se encuentra especialmente enraizada en los dogmas de la Iglesia Católica: fuera de la iglesia no hay salvación. El gran movimiento misionero del siglo XIX se basaba en el mismo concepto equivocado y en la ignorancia de las virtudes de las otras religiones. Según Hick, todo esto proyecta un concepto distorsionado del carácter de Dios.

2. Inclusivismo. Con el tiempo, la iglesia abrió un poco más la puerta, y el cristianismo llegó a ser percibido como el mejor camino entre otras religiones que también tienen algo de bueno. Aun cuando la salvación es solo a través de Jesucristo, todos están incluidos en los beneficios de su misión redentora. La salvación se ve no como un pronunciamiento jurídico, sino como una transformación gradual de la vida que puede llevarse a cabo en variados contextos religiosos además del cristianismo.

En el año 1949, la Iglesia Católica habló incluso del “bautismo de deseo”. Hay personas que tienen el deseo sincero de hacer la voluntad de Dios, por lo que tienen una fe implícita. Karl Rahner escribió un libro titulado Cristianos anónimos, y dijo que alguien puede ser cristiano sin saberlo. Se habló de “paganos santos” en el Antiguo Testamento. El papa Pío XI, en el año 1954, mantenía que alguien que es presa de una “ignorancia invencible” de la religión verdadera como está revelada en la Iglesia Católica no es culpable a los ojos de Dios. El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue lo que más claramente abrió las puertas para un tipo de inclusivismo, donde los protestantes dejaron de ser herejes para ser considerados como “hermanos separados”.

3. Pluralismo. En el año 1987, Hick publicó otro libro, titulado The Myth of Christian Uniqueness. Si Cristo no es único, tampoco lo es el cristianismo. Las distintas prácticas de las diferentes religiones reflejan la misma fe, en formas diferentes. Todas las religiones tienen un sentido de trascendencia; existe algo más allá que motiva a la reverencia y al compromiso. Es como subir una montaña por distintos senderos. Al llegar a la cumbre, todos descubren la misma realidad, aunque lo hicieron por distintos senderos. Todos encuentran a Dios. Se argumenta hoy que el cristianismo es un buen camino entre otros caminos igualmente buenos. Hick usa la parábola de los ciegos que tuvieron que describir un elefante después de haberlo tocado, y concluye que las distintas descripciones diversas no eran falsas, sino solo perspectivas parciales de la misma realidad. Así son las distintas religiones.

Jesucristo, divino y humano

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