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Posmodernidad

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Durante la última parte del siglo XX, se produjeron importantes cambios sociales y culturales en los países desarrollados. A esta nueva cultura se la conoce como “Posmodernidad”. Esta época está marcada por una total desconfianza en la razón, la esencia de la Edad Moderna, que la precedió. La Modernidad puso fin a la Edad Media. Algunos eventos importantes que tuvieron que ver con este cambio son el Renacimiento, el descubrimiento de América y la Reforma protestante. Siguió la época de la razón, del Iluminismo y de la ciencia. El hombre alcanzó “mayoría de edad”. Frente al oscurantismo de la Edad Media, la Edad Moderna ofrecía importantes cambios en la relación del hombre con el mundo que lo rodeaba. Al respecto escribió Antonio Cruz, un erudito español: “La ética y el derecho modernos se fundamentarán exclusivamente en la voluntad del propio ser humano. La eticidad basada en el mandamiento divino y contenida en las páginas de la Biblia perderá credibilidad para dársela a la pura voluntad de ese ser que se considera a sí mismo como medida de todo” (Antonio Cruz, Posmodernidad, p. 25).

Así como la Modernidad desplazó para siempre las ideas de la Edad Media, la Posmodernidad eclipsó las esperanzas de la Modernidad. Hay una sensible pérdida de confianza en la razón. En el modo de pensar posmoderno, no hay verdades universales; cada persona descubre su propia verdad. “El optimismo científico y tecnológico de la Modernidad, que había imaginado paraísos de bienestar y felicidad, estalla por los aires en pleno siglo XX con la primera explosión de la bomba atómica. El fin de una guerra acaba también con la esperanza de una época” (ibíd., p. 59).

En otro libro, Cruz agrega:

“La exaltación del sentimiento sobre la razón que se observa hoy en los ambientes seculares ha hecho también irrupción en las congregaciones, dando lugar a una fe emocional y antiintelectualista. Se trata de una fe que necesita el momento efervescente, el frenesí espiritual, el carisma del líder, la manifestación corporal, los gestos y la emocionalidad fraternal […]. De ahí que cada vez, en el culto, aumenten más los períodos dedicados a la llamada “alabanza” y se reduzca el tiempo de la predicación –como si esta, el estudio bíblico, la lectura de la Palabra, la conducta personal o el trabajo diario no fueran también maneras de alabar a Dios. Las antiguas letras de los himnos clásicos, que constituían un fiel reflejo del ambiente moderno del momento, pues eran meditadas, estructuradas y en general con profundo contenido bíblico, han sido sustituidas, en las nuevas melodías cúlticas, por frases sencillas, repetitivas, con poco mensaje pero que permiten una mayor utilización del ritmo y la percusión” (ibíd., p. 16).

En este contexto cultural cambiante, donde no existen verdades universales, la misión de la iglesia no ha cambiado; estamos llamados a predicar el evangelio eterno (Apoc. 14:6), que es en esencia el Señor Jesús, quien es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8).

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