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Capítulo 4

La encarnación

El estudio de la encarnación del Hijo de Dios va más allá de la comprensión humana, y no admite una explicación lógica. Es un misterio, como lo expresara el apóstol Pablo: “Indiscutiblemente, el misterio de la piedad es grande. Dios fue manifestado en carne” (1 Tim. 3:16, énfasis añadido). Es el milagro de los milagros. Nadie lo puede explicar. Lo creemos en virtud de la autoridad de la Escritura, porque está revelado. Cuando Pedro confesó su fe en Jesús como el Hijo de Dios, Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:17). Por eso, a pesar de que nunca podremos obtener una comprensión completa de este misterio, eso no nos limita para tratar de entender todo lo que está revelado.

La palabra encarnación no se encuentra en la Biblia pero se usa para señalar una verdad claramente contenida en la Escritura: que Dios se hizo hombre en la persona de su Hijo; que Emanuel, el niño que nació de la virgen María, era en realidad “Dios con nosotros” (Mat. 1:23). El discípulo amado comienza su Evangelio estableciendo la procedencia divina del Hijo de Dios: “En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra. […] Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1, 14).

Esta doctrina no fue puesta en duda en la iglesia cristiana sino hasta mediados del siglo XVIII cuando el racionalismo comenzó a ocupar el centro del escenario teológico y como consecuencia la teología se tornó liberal. El siglo XIX es conocido como el siglo del liberalismo protestante, cuando la razón continuó ejerciendo su predominio. La diferencia fundamental entre “conservador” y “liberal” tiene que ver precisamente con la postura que se tome en cuanto a la Biblia: ¿es la Biblia la Palabra de Dios o es la palabra acerca de Dios? ¿Es inspirada por Dios o contiene en gran medida las reflexiones de los autores acerca de Dios?

Alta crítica

Fue en ese tiempo cuando se desarrolló lo que se conoce como la alta crítica: una metodología inspirada por el racionalismo de los siglos anteriores que niega la dimensión vertical de las Escrituras y tiene como una de sus presuposiciones principales que los milagros no corresponden a la historia humana. Pretende estudiar la Escritura con el mismo enfoque con el que se estudia cualquier otro libro, donde la razón tiene la última palabra. Algunos postulados básicos de esta metodología son:

Correlación. Ningún evento puede ser entendido a menos que sea visto en su contexto histórico. Existe un continuo no interrumpido de causa y efecto. No se puede aceptar una causa divina para un evento. Un milagro sería un evento cuya causa no está dentro de la historia. Es un principio que no admite lo sobrenatural.

Analogía. El presente y el pasado son análogos. El presente es la clave para entender el pasado. Nada ocurrió en el pasado que no ocurra en el presente. Este principio excluye todo lo que es único y particular, como, por ejemplo, la encarnación y la resurrección del Señor Jesús.

Crítica. Por medio de este principio se trata de descubrir lo que quiso decir el autor bíblico, pero además, si es posible, justificar su creencia. Los escritores bíblicos vivieron en un mundo precientífico, por lo que no tenían los elementos de juicio con que cuentan los eruditos de hoy. Sus escritos, por lo tanto, no deben ser aceptados sin una cuidadosa evaluación.

No hay que confundir la alta crítica con lo que se conoce como la baja crítica, o crítica textual. La baja crítica trata básicamente sobre asuntos lingüísticos, textuales, así como la historia de la transmisión de texto. Trata de rescatar el texto de los autógrafos, es decir, de los escritos originales, o acercarse lo más posible a ellos. No se posee hoy ninguno de los originales de los escritos bíblicos, y la baja crítica trata de restablecer lo más posible el texto a su condición original.

La teoría kenótica

En el siglo XIX ganó popularidad en Alemania una nueva forma de explicar la encarnación, conocida como la teoría kenótica, que trata de descubrir las limitaciones que Jesús aceptó al venir a esta Tierra. Esta teoría fue desarrollada por personas cristianas que creían en la encarnación pero querían hacerla comprensible para el pensar del momento, fuertemente influenciados por la nueva ciencia de la alta crítica. Tres factores motivaron la formulación de esta teología:

Un factor bíblico. Al venir a la tierra, el logos de alguna manera tomó sobre sí limitaciones. La Escritura dice que Jesús, aun cuando era igual a Dios, “se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo” (Fil. 2:7). La palabra “despojó” también puede traducirse como “vació”; en realidad, así lo traducen la mayoría de las versiones en inglés: “He emptied Himself”. De ahí la pregunta: ¿de qué se vació? En otro contexto, la Escritura afirma que Jesús “siendo rico se hizo pobre” (2 Cor. 8:9). ¿En qué consistió su empobrecimiento? ¿En qué sentido dejó de ser rico?

Un factor lógico. ¿Cómo pueden lo infinito y lo finito coexistir en una persona? ¿Cómo puede una persona ser omnipotente, omnipresente y estar al mismo tiempo restringida a un lugar?

Un factor crítico. Este factor surgió como resultado del uso de la metodología crítica recientemente desarrollada. Jesús citaba con frecuencia el Antiguo Testamento y atribuía citas a ciertos autores, por ejemplo a Moisés. Pero la ciencia de la crítica histórica lo estaba cuestionando. Ponía en duda no solo las afirmaciones de estos autores, sino también a los autores mismos y aun la historicidad de los eventos. Parecía haber conflicto entre las conclusiones de los eruditos bíblicos y el dogma de la omnisciencia de Cristo.

Así, Gottfried Thomasius (1802-1875), teólogo luterano, introdujo en Alemania el concepto de la cristología kenótica. Basó su teoría en un análisis de los atributos divinos, los cuales, según él, pueden ser clasificados como inmanentes y relacionales (o espirituales y naturales). Los atributos inmanentes se refieren a lo que Dios tiene y es en sí mismo, independientemente de lo que hace en relación con la creación: Dios es poder, verdad, amor, santidad, justicia. Estos atributos son los que definen a Dios; no sería Dios si no los tuviera. Los atributos relacionales tienen que ver con la relación de Dios con la creación, pero no son esenciales para lo que define a Dios. Sería lo que es aunque nunca hubiera creado nada. Estos atributos son: omnipotencia, omnipresencia, omnisapiencia. Lo que el logos hizo al encarnarse, según este autor, fue abandonar los atributos relacionales mientras que retuvo los atributos inmanentes, por lo que Jesús era poder, amor, santidad, justicia, pero no poseía omnipotencia, omnisapiencia ni omnipresencia.

Es necesario distinguir entre el motivo kenótico, que es bíblico, y la teoría kenótica, que es una explicación humana, un intento de explicar el misterio de la encarnación. Es verdad que Jesús se vació, que se anonadó, que se hizo pobre, pero no hay justificación bíblica para que no haya sido, aun en la carne, verdadero Dios. El apóstol Pablo nos amonesta: “Cuídense de que nadie los engañe mediante filosofías y huecas sutilezas, que siguen tradiciones humanas y principios de este mundo, pero que no van de acuerdo con Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:8, 9).

Se despojó a sí mismo

Entonces, ¿de qué se despojó Jesús en su misión redentora? Su oración intercesora nos ayuda a contestar la pregunta. “Glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera” (Juan 17:5). Se vació, dejó a un lado la gloria que tenía junto al Padre, vino como un simple ser humano, vino de incógnito para poder cumplir con su misión. En armonía con el Padre, decidió no actuar como Dios; vino sin desplegar su divinidad. Su divinidad estaba velada. No se despojó de ninguno de sus atributos divinos; su vaciamiento consistió en que no los usaría, viviría como hombre entre los hombres en el cumplimiento de su misión.

Sin embargo, a pesar de las limitaciones que aceptó al venir, había muchas evidencias innegables de su divinidad. Era más que un hombre. Si no hubiera habido en él algo diferente, los judíos habrían tenido razón para rechazarlo. En el próximo capítulo exploraremos algunas de las evidencias bíblicas de su divinidad.

Jesucristo, divino y humano

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