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Capítulo 3 Controversias cristológicas

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El Nuevo Testamento contiene ciertas afirmaciones cristológicas básicas, pero hay muy poca discusión en cuanto a su significado. Afirma, por ejemplo, que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo; que su madre era una virgen. Además, nos dice que el niño que nació de María era en realidad Emanuel, Dios con nosotros; era Dios y era hombre, que nació sin pecado, como fue dicho en el anuncio del ángel: “El Santo Ser que nacerá” (Luc. 1:35). Vivió unos treinta años en relación diaria con sus semejantes. Su misión fue redentora: él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Luc. 19:10). Vivió haciendo el bien. Fue crucificado. Resucitó de los muertos. Ascendió a los cielos, de donde volverá a juzgar a los vivos y a los muertos.

Los escritores del Nuevo Testamento se preocuparon más por enfatizar quién era Jesús que en explicar qué era; ellos habían sido testigos de su misión entre los hombres, por lo que escribieron primordialmente como testigos. El Nuevo Testamento no discute en ningún detalle la relación entre las dos naturalezas de Jesús. La necesidad de elaborar sobre las afirmaciones bíblicas no se hizo sentir al principio. Los apóstoles escribieron como testigos de los eventos que registraron, ya que habían convivido con Jesús durante varios años. Pedro escribió: “Como quienes han visto su majestad con sus propios ojos” (2 Ped. 1:16). El discípulo amado agregó: “Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos referente al Verbo de vida” (Juan 1:1).

Tan pronto como el evangelio traspuso las fronteras del judaísmo y entró en contacto con la mentalidad griega, que es más analítica, se hizo necesario dar explicaciones más detalladas en cuanto a la identidad de Jesús, qué era. El apóstol Pablo señala la diferencia entre las dos culturas cuando dice: “Los judíos piden señales, y los griegos van tras la sabiduría” (1 Cor. 1:22). Los intentos de explicar las afirmaciones bíblicas en este nuevo ambiente dieron origen a lo que conocemos como las controversias cristológicas, que se extendieron hasta mediados del siglo V.

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