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Prefacio

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Cristología, o el estudio de Cristo, es el centro de la Escritura, no solo del Nuevo Testamento, sino también del Antiguo. Pocas horas después de su resurrección el domingo por la mañana, Jesús se unió a dos viajeros que se encaminaban a la aldea de Emaús. Al tratar de explicarles el significado de lo que había sucedido durante el fin de semana y que los tenía muy turbados, Jesús, “partiendo de Moisés, y siguiendo por todos los profetas, comenzó a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él” (Luc. 24:27).1

El Antiguo Testamento presenta a Cristo más bien en símbolos, en tipos, como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). El Nuevo Testamento lo presenta ya en persona, entre los hombres, en el cumplimiento de su misión, como el único nombre “bajo el cielo, mediante el cual podamos alcanzar la salvación” (Hech. 4:12).

No es de sorprenderse que esta doctrina central, más que ninguna otra de la Escritura, haya sido objeto de mucha oposición y distorsión. En el momento mismo en que Jesús nació, ya hubo una conspiración en contra de su vida que lo obligó a refugiarse con sus padres en Egipto. A través de la historia de la iglesia, ha habido numerosos intentos por desvirtuar la persona y la misión de Jesús. Ha sido, y es todavía, muy común negar su divinidad para dejar a un Cristo solamente humano, aunque tal vez con mayor sensibilidad espiritual que el resto de los hombres, por lo que bien podría servir de ejemplo. Siempre que de alguna manera se minimice la persona de Cristo, también se afecta su obra, porque lo que él hizo lo hizo en virtud de quién era. Naturalmente, en la medida en que se limite la persona de Cristo, en esa proporción aumenta el papel que el hombre juega en su propia salvación.

Hoy se ha hecho bastante común, en algunos sectores de la iglesia, promover a un Jesús que en algunos sentidos difiere muy poco del resto de los hombres. Se lo presenta como a un hombre con una naturaleza pecaminosa prácticamente idéntica a la del resto de los hombres. En esa naturaleza, sin ninguna ventaja sobre el hombre, Jesús vivió una vida de perfecta obediencia a la Ley de Dios; y siendo que él lo logró, es posible que el hombre también lo logre. La preocupación, en este caso, es principalmente con la doctrina de la salvación, no con la persona de Cristo. El énfasis en el ministerio de Jesús se centra en su ejemplo más bien que en su función de redentor.

La verdad es que nadie puede vivir a la altura de lo que el Señor Jesús vivió. Por eso la salvación es por la gracia de Dios recibida por fe, lo que mueve al hombre a llevar una vida de obediencia a la voluntad de Dios, consciente siempre de que sus mejores esfuerzos nunca alcanzarán el ideal, porque “el ideal que Dios tiene para sus hijos está por encima del alcance del más elevado pensamiento humano” (E. G. de White, La educación, p. 18). Jesús es un ejemplo, el mejor y más elevado ejemplo, para quien lo ha aceptado como Salvador, siempre en ese orden.

Atilio René Dupertuis

Mayo de 2015

1 Los textos bíblicos utilizados en esta obra han sido extraídos de La Biblia, versión Reina-Valera Contemporánea, excepto donde se indique otra versión.

Jesucristo, divino y humano

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