Читать книгу Jesucristo, divino y humano - Atilio René Dupertuis - Страница 7
Introducción
ОглавлениеLeíamos hace tiempo la historia de un inspector que trabajaba en una planta nuclear, a quien se le había encargado una tarea muy especial. Debía vigilar la puerta de salida de la planta para que ninguno de los empleados se llevara algo, especialmente algo que pudiera contener elementos radiactivos. Tenía un detector manual de metales, y fielmente revisaba a cada empleado cuando salía.
Una tarde notó que uno de los empleados se acercaba empujando una carretilla llena de aserrín. Sospechó que podría estar ocultando algo debajo del aserrín. Lo detuvo, lo revisó cuidadosamente y, al no encontrar nada fuera de lugar, le permitió seguir su camino. Curiosamente, al día siguiente y aproximadamente a la misma hora, el mismo empleado se aproximaba otra vez a la puerta de salida llevando una carretilla llena de aserrín. La revisó otra vez con todo cuidado y, al notar nuevamente que todo estaba en orden, lo dejó salir. Lo mismo sucedió por varios días, hasta que finalmente, movido más por la curiosidad que por sospecha, comenzó a interrogar al empleado que salía con la carretilla. Eso lo llevó a una investigación más detallada, y finalmente el empleado confesó: ¡Había estado robando carretillas! El inspector estaba tan preocupado por examinar el aserrín, para ver si había algo escondido allí, que lo más grande pasaba sin que él se diera cuenta.
Esta historia contiene una amonestación para nosotros, como estudiantes de la Biblia. Muchas veces nos preocupamos más por los detalles, por cosas pequeñas, tal vez secundarias, y perdemos de vista lo central, el cuadro mayor. No quiere decir que no haya cosas pequeñas que no sean importantes. En realidad, la Biblia nos amonesta a tener cuidado con “las zorras pequeñas”, porque ellas pueden ser las que destruyan la viña (Cant. 2:15), pero eso no implica que debamos poner toda nuestra atención en las zorras pequeñas. Debemos concentrarnos en lo esencial, en lo más importante. Lo primero debe ponerse primero y a aquello central debe dársele la importancia que le corresponde. El tema central de la Escritura es el Señor Jesús y su misión redentora. Por lo tanto, la doctrina de Cristo es el tema principal al cual deberíamos darle la importancia primordial.
La doctrina de Cristo, o cristología, incluye el estudio de la persona de Cristo y de su misión: quién era y qué hizo. A veces suele usarse la palabra cristología exclusivamente para el estudio de la persona de Cristo; y soteriología –la doctrina de la salvación–, para referirse a su obra. Pero una distinción tal es hasta cierto punto artificial y académica. La persona de Cristo y su obra están estrechamente relacionadas. En realidad, son como las dos caras de una misma moneda y no pueden separarse; no puede estudiarse una sin que de alguna manera afecte a la otra. La obra de Cristo está inseparablemente unida a su persona. Lo que él hizo fue en virtud de quién era él.
A manera de ilustración, citaremos un par de pasajes de la Escritura. En primer lugar, Mateo escribió, al anunciar el nacimiento de Jesús: “María tendrá un hijo, a quien pondrás por nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21). Este texto hace referencia a Jesús y al mismo tiempo a su misión; Jesús, el hijo que nacería de María, tendría como misión única salvar a los seres humanos. En el Evangelio de Lucas encontramos otra vez esta verdad afirmada de la siguiente manera: “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Quién es el Hijo del Hombre y cuál es su obra es el tema de la Escritura.
Podríamos muy bien decir que, en primer lugar, el propósito central de la Escritura es en realidad presentar a Cristo. En cierta oportunidad el Señor Jesús, al hablar con los judíos, les dijo: “Ustedes escudriñan las Escrituras, porque les parece que en ellas tienen la vida eterna; ¡y son ellas las que dan testimonio de mí!” (Juan 5:39). El propósito de la Escritura, según el Señor Jesús, es dar testimonio de él. En segundo lugar, su propósito es soteriológico. Pablo escribió a Timoteo: “Desde la niñez has conocido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación” (2 Tim. 3:15). Las Escrituras dan testimonio de Cristo para que el hombre pueda encontrar en él la salvación: “No se ha dado a la humanidad ningún otro nombre bajo el cielo mediante el cual podamos alcanzar la salvación” (Hech. 4:12).
En realidad, cuando nos remontamos a las primeras páginas de la Escritura y encontramos la primera mención que se hace del evangelio, de las buenas nuevas del plan de la salvación después de la caída de nuestros primeros padres, se notan estos dos aspectos centrales de la Escritura en el mismo versículo. En ese texto conocido como el protoevangelio, se menciona que Cristo, la simiente de la mujer, sería herido en el calcañar para que el hombre, necesitado de rescate divino, pudiera ser otra vez traído al favor de Dios (Gén. 3:15).
En la primera parte de este trabajo trataremos de contestar la pregunta: ¿Quién era Jesús, cuál era su naturaleza, cuáles eran sus atributos y cuál es su relación con el hombre? En la segunda parte nos interesaremos en dar respuesta a otra pregunta fundamental: ¿Cuál fue su misión? En otras palabras, cómo nos salva Cristo. Estudiaremos el significado de su vida, de sus enseñanzas, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión, ya que es en Cristo y solo en él que “tenemos seguridad” (Efe. 3:12).