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¿DEFENDER O RELAJARSE?

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Steve Porges me ayudó a darme cuenta de que el estado natural de los mamíferos es estar, en cierto modo, en guardia. Sin embargo, para sentirnos emocionalmente cerca de otros seres humanos, nuestro sistema defensivo debe desconectarse temporalmente. Para jugar, aparearnos y alimentar a nuestros pequeños, el cerebro debe desconectar su vigilancia natural.

Muchas personas traumatizadas están demasiado vigilantes para disfrutar de los placeres ordinarios de la vida, mientras que otros están demasiado bloqueados para absorber nuevas experiencias, o para estar alerta a señales de peligro verdadero. Cuando los detectores de humo del cerebro funcionan mal, la gente deja de correr cuando debería intentar escapar o luchar cuando debería estar defendiéndose. Un importante estudio sobre las experiencias adversas en la infancia (ACE, por sus siglas en inglés), que describiré en más detalle en el capítulo 9, mostró que las mujeres que habían tenido una historia temprana de abuso y negligencia tenían siete veces más probabilidades de ser violadas en la edad adulta. Las mujeres que de niñas habían sido testigos de los malos tratos a su madre por parte de su pareja tenían muchas más probabilidades de ser víctimas de violencia doméstica.15

Muchas personas se sienten seguras mientras puedan limitar su contacto social a conversaciones superficiales, pero el contacto físico real puede desencadenar intensas reacciones. Sin embargo, como señala Porges, para lograr cualquier tipo de intimidad profunda (un abrazo intenso, dormir con un amigo y el sexo) requiere permitirse a uno mismo experimentar la inmovilización sin miedo.16 Para las personas traumatizadas, resulta especialmente difícil diferenciar cuándo están realmente seguras y poder activar sus defensas cuando están en peligro. Esto requiere tener experiencias que puedan restaurar la sensación de seguridad física, un tema que volveré a tocar en varias ocasiones en los siguientes capítulos.

El cuerpo lleva la cuenta

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