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¿CÓMO SABEMOS QUE ESTAMOS VIVOS?

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Muchos de los primeros estudios de neuroimagen en personas traumatizadas eran como los que hemos visto en el capítulo 3: se centraban en cómo reaccionaban los sujetos a recordatorios específicos del trauma. Más adelante, mi compañera Ruth Lanius, que realizó los escáneres cerebrales a Stan y Ute Lawrence, planteó una nueva pregunta: ¿qué sucede en el cerebro de los supervivientes de traumas cuando no están pensando en el pasado? Sus estudios sobre el cerebro en reposo, la «red neuronal por defecto» (RND), abrió todo un nuevo capítulo en la comprensión de cómo el trauma afecta la conciencia de uno mismo, específicamente la conciencia sensorial de uno mismo.4

La doctora Lanius seleccionó a un grupo de dieciséis canadienses «normales» para hacerles un escáner cerebral mientras no pensaban en nada en particular. Esto no es fácil de lograr (mientras estamos despiertos, nuestro cerebro no para) pero les pidió que centraran la atención en su respiración y que intentaran vaciar la mente al máximo. Luego, repitió el mismo experimento con dieciocho personas que habían tenido historias de maltrato crónico grave durante la infancia.

¿Qué está haciendo nuestro cerebro cuando no tenemos nada concreto en la mente? Resulta que prestamos atención a nosotros mismos. El estado por defecto activa las áreas cerebrales que trabajan conjuntamente para crear nuestra percepción del «yo».

Cuando Ruth analizó los escáneres de los sujetos normales, observó la activación de regiones de la RND que anteriores investigadores habían descrito. Me gusta llamarlo la «cresta» de la autoconcienciación, las estructuras de la línea media del cerebro, que empiezan justo sobre los ojos, discurren por el centro del cerebro hasta la nuca. Todas estas estructuras de la línea media están implicadas en nuestra percepción del «yo». La región más brillante en la parte posterior del cerebro es el cíngulo posterior, que nos da la percepción física de dónde estamos (nuestro GPS interno). Está fuertemente conectado con la corteza prefrontal medial (CPFM), la torre de vigilancia que mencioné en el capítulo 4 (esta conexión no aparece en el escáner porque la RMf no puede medirla). También está conectado con las áreas cerebrales que registran las sensaciones procedentes del resto del cuerpo: la ínsula, que transmite los mensajes de las vísceras a los centros emocionales; los lóbulos parietales, que integran la información sensorial; y el cíngulo anterior, que coordina las emociones y el pensamiento. Todas estas áreas contribuyen a la conciencia.

La diferencia con los escáneres de los dieciocho pacientes de TEPT crónico con traumas graves vividos en la primera infancia era llamativa. Prácticamente no había activación de ninguna de las áreas de autopercepción del cerebro. La CPFM, el cíngulo anterior, la corteza parietal y la ínsula no estaban en absoluto iluminados; la única área que mostraba una ligera activación era el cíngulo posterior, que es el responsable de la orientación espacial básica.

Solo podía haber una explicación para estos resultados: en respuesta al propio trauma, y para manejar el miedo que persistió mucho tiempo después, estos pacientes habían aprendido a desconectar las áreas del cerebro que transmiten los sentimientos viscerales y las emociones que acompañan y definen el terror. Sin embargo, en nuestra vida diaria, estas mismas áreas cerebrales son responsables de registrar todo el abanico de emociones y sensaciones que forman los cimientos de nuestra autoconcienciación, la percepción de quiénes somos. Lo que estábamos viendo era una adaptación trágica: en un esfuerzo para desconectar unas sensaciones aterradoras, también adormecieron su capacidad de sentirse totalmente vivos.


Localización del yo. La cresta de la autoconcienciación. Empezando desde la parte delantera del cerebro (a la derecha), está compuesta por la corteza prefrontal orbital, la corteza prefrontal medial, el cíngulo anterior, el cíngulo posterior y la ínsula. En las personas con historias de trauma crónico, las mismas regiones muestran una actividad claramente reducida, haciendo que sea difícil registrar los estados internos y evaluar la relevancia personal de la información entrante.

La desaparición de la activación prefrontal medial podría explicar por qué tantas personas traumatizadas pierden la noción de propósito y de dirección. Solía sorprenderme la frecuencia con la que mis pacientes me pedían consejo sobre las cosas más ordinarias, y luego qué pocas veces los seguían. Ahora comprendo que la relación con su propia realidad interior estaba deteriorada. ¿Cómo podían tomar decisiones, o poner ningún plan en marcha, si no podían definir qué querían o, más precisamente, qué intentaban decirles las sensaciones de su cuerpo, que son la base de todas las emociones?

La falta de autoconcienciación en las víctimas de traumas infantiles crónicos es en ocasiones tan profunda que no pueden reconocerse en un espejo. Los escáneres cerebrales demuestran que no es resultado de una mera falta de atención. Las estructuras responsables del autorreconocimiento pueden haber quedado noqueadas junto con las estructuras relacionadas con la experiencia propia.

Cuando Ruth Lanius me mostró su estudio, me vino a la mente una frase de mi educación secundaria clásica. El matemático Arquímedes, hablando sobre la palanca, dijo supuestamente: «Denme un punto de apoyo y moveré el mundo». O, como dijo Moshe Feldenkrais, el gran terapeuta corporal del siglo XXI: «No puedes hacer lo que quieres hasta que sabes qué estás haciendo». Las implicaciones están claras: para sentirte presente debes saber dónde estás y ser consciente de lo que te pasa. Si el sistema de autopercepción se estropea, debemos encontrar maneras de reactivarlo.

El cuerpo lleva la cuenta

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