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PERDER EL CUERPO

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Una vez estuve al corriente de ello, me sorprendió descubrir cuántos pacientes me decían que no podían sentir áreas enteras de su cuerpo. En ocasiones, les pedía que cerraran los ojos y me dijeran qué había puesto en sus manos extendidas. Ya fuera la llave de un coche, una moneda de veinticinco céntimos o un abrelatas, a menudo no podían adivinar qué tenían en la mano: sus percepciones sensoriales no funcionaban.

Se lo comenté a mi amigo Alexander McFarlane, de Australia, que había observado el mismo fenómeno. En su laboratorio de Adelaida, había estudiado la siguiente pregunta: ¿cómo sabemos que estamos sosteniendo la llave de un coche sin mirarla? Reconocer un objeto en la palma de la mano requiere percibir su forma, peso, temperatura, textura y posición. Cada una de estas experiencias sensoriales diferentes se transmite a una parte diferente del cerebro, que luego debe reintegrarlas en una única percepción. McFarlane descubrió que a las personas con TEPT solía costarles reconstruir la imagen.2 Cuando tenemos los sentidos amortiguados, dejamos de sentirnos totalmente vivos. En un artículo titulado «What is an Emotion?» (¿Qué es una emoción?) de 1884,3 William James, el padre de la psicología americana, describía un sorprendente caso de «insensibilidad sensorial» en una mujer a la que entrevistó: «No tengo sensaciones humanas–le dijo–. Estoy] rodeada de todo lo que me podría hacer la vida feliz y agradable, pero no tengo suficiente facultad de disfrute y de sentimiento… Todos mis sentidos, cada parte de mi propio yo, es como si estuvieran separados de mí y no pudiera permitirme ningún sentimiento; esta imposibilidad parece depender de un vacío que siento en la parte frontal de mi cabeza y estar debida a la disminución de la sensibilidad por toda la superficie de mi cuerpo, ya que me parece que en realidad nunca alcanzo los objetos que toco. Todo esto puede parecer poco importante, pero da como resultado aterrador, que es la imposibilidad de tener cualquier sentimiento y cualquier tipo de disfrute, aunque experimento la necesidad y el deseo de tenerlos, lo cual convierte mi vida en una incomprensible tortura».

Esta respuesta al trauma suscita una pregunta importante: ¿cómo puede la gente traumatizada aprender a integrar las experiencias sensoriales ordinarias para poder vivir con el flujo natural de sus sentimientos y sentirse segura y completa en su cuerpo?

El cuerpo lleva la cuenta

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