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EL YO BAJO AMENAZA

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En el año 2000, Damasio y sus compañeros publicaron un artículo en la publicación científica más importante del mundo, Science, en el que describían cómo rememorar una emoción negativa intensa causa cambios significativos en las áreas cerebrales que reciben las señales nerviosas de los músculos, las tripas y la piel (áreas cruciales para regular las funciones corporales básicas). Los escáneres cerebrales del equipo mostraron que recordar un acontecimiento emocional pasado nos hace volver a experimentar realmente las sensaciones viscerales que tuvimos durante el acontecimiento original. Cada tipo de emoción produjo un patrón característico, diferente de los demás. Por ejemplo, una parte concreta del tronco cerebral estaba «activa en la tristeza y la ira, pero no en la felicidad o el miedo».10 Todas estas regiones cerebrales se encuentran debajo del sistema límbico, al que suelen asignarse las emociones; sin embargo, vemos su implicación cada vez que usamos una de las expresiones comunes que relacionan las emociones intensas con el cuerpo: «Me pones enfermo», «Se me eriza la piel», «Me quedé mudo de emoción», «El corazón se me encogió», «Me pone los nervios de punta».

El sistema elemental del yo en el tronco cerebral y en el sistema límbico se activa masivamente cuando las personas se enfrentan a la amenaza de ser aniquiladas, lo cual provoca una abrumadora sensación de miedo y terror acompañada por una activación fisiológica intensa. Para las personas que están reviviendo un trauma, nada tiene sentido, están atrapadas en una situación de vida o muerte, un estado de miedo paralizante o de rabia cegadora. La mente y el cuerpo se activan constantemente, como si estuvieran ante un peligro inminente. Se sobresaltan ante el menor ruido y se frustran con pequeñas irritaciones. Tienen el sueño crónicamente alterado y la comida suele perder sus placeres sensoriales. Esto, a su vez, puede desencadenar unos intentos desesperados de acallar estos sentimientos mediante la paralización y la disociación.11

¿Cómo recuperan el control las personas cuando su cerebro animal se encuentra atascado en una lucha por la supervivencia? Si lo que sucede en lo más profundo de nuestro cerebro animal dicta cómo nos sentimos, y si nuestras sensaciones corporales están orquestadas por las estructuras cerebrales subcorticales (subconscientes), ¿cuánto control sobre ellas podemos tener realmente?

El cuerpo lleva la cuenta

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