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Cero / Antepórtico

Querida María,

Muchas veces, desde chica, mostraste curiosidad.

¿Cómo fue tu vida, mamá?

Y más tarde: ¿qué te llevó de la religión a la práctica lacaniana?

Ahí seguía un: “lo tenés que escribir”.

Aquel verano me encontré anotando sin ningún orden cosas y tiempos de nuestra vida; trazar en ella los senderos de la mía me condujo más lejos.

¿La mía? ¿La de la niña neurótica?

¿La de mis veinte años, cuando huí del mundo para rebotar en él a los treinta, sin idea de nada? ¿La que siguió, tardía, urgida, animada por…?

Veía cómo las ficciones verdaderas que hilvanaba surcaban muy diferentes épocas de la vida argentina y del psicoanálisis en Argentina.

Veía entrelazarse ahí, más invisible o más expuesto, el largo hilo rojo de los trabajos y los días que habían hecho de mí una analizante1. Ese verano escribí; obtuve un anillado de 90 páginas. Había encontrado una manera de decir esas cosas. ¿Un estilo?

Al concluir esas páginas me pareció ver el esbozo de un libro.

¿Qué libro me volvió de semejantes páginas?

Un libro inquieto (mío); conversado, extraño, errático, por saltos, y sin embargo, María, muy ceñido a los temas que se habían ido formando aquel verano.

La buena educación

De algún modo, todo había empezado en una temprana neurosis (la mía), nutrida en el Otro2 del orden dogmático, parte de una mezcla explosiva de amores edípicos y de simultánea y feroz resistencia a ellos.

Angustia, pecado, culpa, obediencia, deber, deuda, sacrificio, elementos de la religión del Padre, permiten una extraordinaria erótica nutrida en la espiritualidad que la Iglesia transmitió a través de los siglos (como a través de los siglos ocultó sus pecados; los antiguos padres decían: “La corrupción de lo mejor es lo peor”).

De la Iglesia pude saber más durante los diez años que vestí un hábito religioso.

Todo eso ¿no está pasado de moda? No estoy tan segura.

Muchos creen haber salido de la religión porque abandonaron sus prácticas. O porque la odian o porque la ignoran.

Este libro quiere mostrar que no es tan fácil salir de la religión, suponiendo que se lo desee. Se puede hacer una religión con cualquier cosa; cualquier religión puede servir para justificar lo peor de nosotros.

Diré que los nuevos síntomas pacen junto a los viejos, o enredados con ellos.

Me interesa observar lo que sucede en la Argentina.

La Escuela de la Orientación Lacaniana

Aquel verano te contaba también cómo me había ido involucrando en una práctica, y en una formación que elegía el psicoanálisis lacaniano, y cómo un día formé parte de una Biblioteca, y más tarde de la Escuela3.

Escribiéndote, me aparecía que la enseñanza de Oscar Masotta, a fines de los años sesenta, había preparado y esperaba a la Orientación Lacaniana de Jacques-Alain Miller, de la que tuve noticias en 1982, diez años antes de que se creara la Escuela.

Desde 1992 participé intensamente de la vida de la colmena; en los últimos años pude empezar a verla por el revés, en sus filigranas y sus paradojas.

Sobre todo, empecé a ver un problema actual de la Escuela. La Escuela parece distraída de lo que pasa “en casa”, casi desinteresada. Si bien sus miembros están por todas partes en la vida de la ciudad, o en la extensión de las acciones que caracterizan la fuerte presencia del psicoanálisis en la región, o tomando su lugar en la práctica del dispositivo, parece estar pendiente de la guerra que libran los colegas europeos con las TCC4 (quebequenses, norteamericanas y europeas) y sus expertos burócratas que, metidos en las instancias gubernamentales, arremeten contra los psicólogos clínicos y atacan el psicoanálisis.

¿Es un problema argentino tal vez? Digo que no.

Descubro que la aparente “distracción” de la Escuela es también (sin que ella lo sepa) un tratamiento práctico del silencio argentino, del que forma parte.

Ninguno de nosotros ignora que no es el conductismo lo que nos domina, ni la magia del número clasificatorio la que pinta nubarrones en el horizonte.

Al respecto, para empezar, a muchos les contaría algunas de Fontanarrosa5.

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Ni siquiera hemos estudiado cuál es nuestra guerra, no sólo difusa y difícil de localizar. Mucho más que eso, si pensamos en las últimas décadas.

¡La Argentina!

Me la había encontrado ese verano entre las líneas, mientras te escribía. Me nacía una “curiosidad argentina” y nacía con mil preguntas debajo del brazo.

Antes de mis veinte años había mirado a la Argentina con ojos de poeta, desinteresada del matete político que dejé atrás cuando me ausenté del país entre la revolución Libertadora de 1955 y la revolución Argentina de 1966, dos de las gemas argentinas que brillaron en el siglo XX. Faltaba la peor.

A mi regreso, había empezado para mí una vida ajena al psicoanálisis.

Muchos años después me encontré en el campo de Freud.

Durante ese tiempo padecí la Argentina como cualquier argentino, pero ella no estaba para mí en el foco de una interrogación cualquiera.

¿Me atrevería a ensayar una lectura? Necesitaba hacerlo. Me puse a hacerlo.

Quería saber más.

¿Dónde había estado yo antes de ahora? ¿Hacia dónde miraba la Escuela? ¿Por qué hablábamos como si nuestros problemas fuesen los de los colegas europeos?

No digo que ignoremos que hoy, en todas partes, también acá, el hombre tiende a llenarse “como un espantapájaros, de un puñado de certezas adquiridas o dictadas por la presión social”6.

Digo que no hemos construido una pregunta que nos concierna particularmente; que no somos europeos, ni brasileros, ni venezolanos, ni lo que sea, sino argentinos.

¿No resulta extraña la homogeneización, que avalamos con nuestro silencio, de las problemáticas contemporáneas que conciernen al psicoanálisis?

¿Alcanza con señalar el silencio argentino como única razón de que no podamos hacerle lugar a una diferencia? (¿Acaso son preguntas retóricas? Te aseguro que no para mí). ¿Por qué estamos tan ajenos a los sedimentos que diferencian lenguas y culturas, a los discursos en los que habitamos, a la repetición que los agita?

¿Sabés, María? Los trabajos y la práctica de los colegas argentinos y la de los latinoamericanos reflejan muy bien los discursos de la época en los respectivos países. ¿Qué consecuencias extraemos de ahí, que podamos llevar al ámbito de lo público?

Los intelectuales de izquierda

Cuando empecé a leer, mis preguntas se atropellaban unas a otras.

¿Qué pasó en Argentina? ¿Qué peso tuvieron acá los intelectuales marxistas, los comprometidos sartreanos, o los orgánicos gramscianos expulsados del Partido7 por interesarse en el fenómeno del peronismo? ¿Qué Argentina imaginaron las juventudes del peronismo revolucionario? Hubo un saldo monstruoso de asesinados y desaparecidos.

A los exiliados/retornados o a los nunca idos, ilustrados o confundidos, el neoliberalismo “tardomoderno” parece no dejarles más que el sabor amargo de “la revolución cancelada”8. ¿Dónde está el análisis de las responsabilidades?

Poco a poco fui viendo que, tal vez por haber sido casi ajena a la universidad9 y a las derechas de este país, cercana al catolicismo popular, extraña a las izquierdas marxistas, podía seguir el impulso de una curiosidad disponible.

Tomar coraje, leer, escribir, atar unos cabos y dejar otros sueltos, sueltos.

Me parece que los hijos de familia ilustrados miraron a la Argentina con los moldes del marxismo leninista, o trotskista, o gramsciano, o castrista, o guevarista.

Y la Argentina, María, se resiste. Un día dijo: no, no es por ahí.

Ni marxista, ni cognitivista conductual.

¿De dónde salió el peronismo? ¿Qué había habido antes? ¿Y mucho antes? ¿Qué está pasando ahora? ¡Oh! Me conformaría con vislumbrar algo de todo eso.

La experiencia analítica como tal

En el anillado del verano, María, te hablaba de mis diferentes experiencias de análisis; cada una era una nueva vuelta; después un naufragio. Y nueva travesía. Nada de eso me parece ahora ajeno a los avatares argentinos de aquellos años, los setenta, los ochenta, los noventa. Es cierto, son terrenos sumamente pedregosos, pero no les temo.

¿Hasta dónde puede llegar un psicoanálisis?

¿Por qué no hablar de los lugares donde puede naufragar, ayer y hoy?

Yo tuve suerte. Porque finalmente algo pude saber de los confines de la experiencia y porque podía escribirlo conversando con vos.

Mi larga travesía, sólo mía e imposible de generalizar, tampoco era inefable.

Pero, ¿cómo pasarla a un libro, ponerla a correr mundo? Yo podía exponerme, lo elegía. Es mi locura. A mi riesgo.

¿Y los analistas locales? Los analistas de los que hablo ya no existen.

Han pasado los años; el discurso analítico es un discurso vivo que trabaja, no sin nosotros, y que también nos trabaja a nosotros. Nos modifica. Nos vuelve analizantes.

Pero, sobre todo, “tu analista” nunca es “mi analista”, aunque sean la misma persona, ni el analista de ayer es el de hoy, aunque el de ayer y el de hoy sea la misma persona. Ni El psicoanálisis no es un sueño de dos. Y las que escribo son las briznas que extraigo de una sola experiencia, la mía. El “analista”10 de la lista –la lista de la Escuela que lo incluya– puede faltar a su acto en el instante que sus pasiones perturben su función y ganen la mano.

1. Lacan llama “analizante” a quien se implica en una experiencia propiamente psicoanalítica.

2. De la manera más simple, el Otro es el lugar donde la Palabra cobra para el niño Autoridad y Verdad. Aquí me refiero a una educación católica muy rigurosa.

3. La Escuela de la Orientación Lacaniana, creada junto con la Asociación Mundial de Psicoanálisis de la que la EOL forma parte. De ambas soy miembro “analista practicante” (AP).

4. Terapias cognitivo conductuales.

5. Historietista rosarino, lamentablemente fallecido en 2007.

6. Son palabras recientes de Jacques-Alain Miller.

7. El Partido Comunista argentino era cerrado, prosoviético/stalinista.

8. Volveré varias veces al libro de Nicolás Casullo, Las cuestiones, al que remiten los entrecomillados.

9. Cursé mis estudios en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central de Barcelona.

10. Malicioso, Lacan jugaba con la homofonía; en francés se podía leer: los asnos en la lista. En verdad, no existe “el profesional analista”; el practicante se vuelve analista en su acto, si éste se verifica por sus efectos.

Querida María

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