Читать книгу Querida María - Carmen González Táboas - Страница 9
Prólogo
ОглавлениеJUAN CARLOS INDART
De los diversos sentidos que se han acumulado sobre la función de un prólogo me atengo al muy simple que consiste en defender el mérito de la obra y la necesidad de que exista. Sobre todo eso último, la necesidad de que exista, porque la intensidad del derecho a pensar y el derecho a luchar que emana de la misma es su mérito, inusual, y lo que hoy hay que defender como necesario.
Dicho lo cual me deslizo a las primeras impresiones que, como un lector entre otros, me ha suscitado este texto presentado como larga serie de cartas de una madre a su hija. La intriga inmediata no debe encandilar, pues no se trata de cómo una mujer que en su primera juventud decide una vocación religiosa, ingresa en una congregación y pasa muchos años de formación en el noviciado, deja de pronto todo eso, se casa, tiene hijos, y cuenta a uno de ellos las razones de ese cambio. La intriga de fondo radica en que, ya de niña, y luego de monja, y luego de esposa y madre, y pasando por las más diversas actividades, siempre estaba lo que no cambiaba respecto de un profundo y sufrido anhelo.
Hasta que encontró la solución por vía del psicoanálisis, del psicoanálisis de orientación lacaniana, y en su última experiencia como analizante.
Ese es uno de los hilos principales del libro. Es desde ahí, si el lector capta la solución por algún sesgo, que vale la pena leer y releer el testimonio que se nos ofrece. El punto de inflexión está evocado de muchas maneras, porque en esto se verifica que no puede decirse todo. A mí me evocó una pequeña historia narrada por Lázaro Carreter, quien se la oyó a su amigo don José Artero, un canónigo de la Santa Catedral. En un convento de Alba de Tormes una monja presentaba estigmas sangrantes, de modo que se abría la pregunta acerca de si Dios no la habría elegido para su predilección. Enviaron de indagador a don José, y así nos cuenta Lázaro Carreter su astucia: “Con tan peliagudo encargo este recordado amigo tomó el camino de Alba. Y, reunida en torno suyo la comunidad, preguntó con inocencia casi infantil: ‘Veamos, hermanas, ¿quién es la santita?’. Una voz sumisa, llena de arrogante humildad, brotó del grupo: ‘Una servidora’. Le bastó a don José”. Por un cierto vaciamiento de esa pasión, y ya con cierta distancia, me explico que a medida que avanza el texto, aquí y allá, aparezca una prosa que vira a lo poético en la pintura de las pequeñas escenas familiares, o de barrio, o de río, o de charlas con amigos, o de viajes, o de lecturas. Hay aroma local en esto, sin duda, pero justamente porque ya es sin otra trascendencia.
Cosa diferente es el otro hilo principal del libro, el que deriva de la salida del análisis por la identificación al síntoma, al resto incurable, como la autora nos dice que le fue dicho. Es cosa diferente y muy divertida, porque la niña discutidora obstinada y verborrágica que se nos describe es la misma que ahora discute algo con tenacidad, una y otra vez, y otra vez, a lo largo de todo el libro. Es evidente que ha consentido con su síntoma, y que quiere hacer algo con él diferente al sostén de una neurosis. Lo que quiere hacer, se me ocurre decirlo así, mide bien el tamaño de su esperanza. Quiere sacar a luz la estructura del síntoma argentino, la del llamado ser nacional, o simplemente la de qué es lo argentino como tal. No quiere saber de eso por afán de erudición, aunque semejante empresa la lleve a leer y pensar muchísimo de lo que se ha escrito al respecto. Quiere saber para incidir en eso de un modo nuevo, de un modo psicoanalítico, y es por eso que abre la discusión a los analistas miembros de la misma Escuela a la que ella pertenece, alertándolos sobre un aspecto tan conocido como insuficiente del síntoma: enajenarse en problemas que son de afuera, e ignorar la invención de un bien decir para los problemas que son de acá.
Siendo, como soy, miembro de la misma comunidad analítica a la que la autora se refiere, no puedo negar la implicación, y si ella me concede el privilegio de ser primer lector que le puede responder por escrito, eso podría abrir la serie de las muy deseables y diversas respuestas que su libro merece:
- Creo que las incesantes preguntas y los esbozos de tantas respuestas, en el plano de las ideas y los hechos sociales, económicos, políticos y culturales de la Argentina, desde los más recientes hasta los más remotos, que el texto ofrece, dicen bien que no se trata de historiar ese pasado “sin historia” que sería el nuestro, sino de sostener una memoria. No es lo mismo, y pienso que no seré el único lector alcanzado de la buena manera en su tendencia al olvido gracias a las páginas que prologo.
- También creo que lo que más se repite en esa memoria es: a) la creencia en lo argentino como una potencialidad no realizada (aquí está lo más unitivo); b), luego, los fracasos en la realización de esa potencialidad en una dirección cualquiera (acá esta la desunión); c) por último, si algo se realiza, su falta de reconocimiento, a buscar en solitario y en otra parte (acá bastan pocos casos para así retroalimentar a)). Y así siguiendo. Por eso, si llega poco a poco a haber, por extensión de lo analizante, efectos de interpretación sobre el síntoma que ocupa y preocupa a la autora, será en tanto sacudan la creencia señalada en el punto a).
Que el lector de Querida María entre en la aventura, pues lo que creía que era sueño puede que no lo sea, y lo que creía que no lo era puede que sí lo sea1.
1. Prólogo a la edición de 2008.