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Actualidad de H. A. Murena

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Héctor A. Murena escribió hace cincuenta años, María; un escritor argentino con el cual acuerdo en el punto en el que ve a América latina surgir de una fractura histórica.

El conquistador, que no había llegado para quedarse, se quedaba y se mestizaba y muchos indígenas se mestizaban; otros defendieron desesperadamente –a muerte– su libertad. Los indios iban siendo desposeídos de sus tierras, de sus culturas, de sus vidas; recibieron a cambio el invalorable caballo y otros beneficios de la mestización. Las oleadas de inmigrantes de cualquier parte del mundo traerían sus oficios; eran gentes cargadas de terribles duelos, trasplantadas a la inmensidad sin historia, arrancadas de una lengua y de una tierra. Tal vez estaban aquí por un fracaso: otros países les habían cerrado las puertas. La mestización se complejizó. Ascendieron el ganadero y el terrateniente y el político.

De ese conjunto ve salir Murena “el conglomerado argentino, los bancos coralíferos de hombres sin nada espiritual en común”, el pasado sin historia. Para el porteño, vuelto hacia ese mar Atlántico –siempre fiesta del contrabando y mercado de novedades extranjeras– Europa resplandece hasta hoy como una gema.

Pero ¿qué Europa? ¿La de los filósofos? ¿La del surrealismo? ¿La del joven Lacan? ¿La de las avanzadas del arte contemporáneo?

Sí, María. La civilizada, la exquisita. No la Europa oscura, cruzada por vientos furiosos, regada con sangre de guerras más o menos injustas, de masacres y de infinitas codicias, cuyos motivos y saldos sórdidos suelen silenciarse.

¿Qué idea podemos tener de lo que fue el proletariado nacido de la revolución industrial? ¿De sus luchas y de sus miserias? ¿Qué podemos saber de las guerras y entreguerras y posguerras europeas?

Hay una Europa de la que sabemos muy poco. A menos que algo nos haya tocado en nuestra carne, sólo sabemos lo que mostraron Shakespeare, o los Caprichos de Goya, o las pinturas de Otto Dix, tal vez el cine de ayer y de hoy y no sólo Hollywood.

Cómo no serían misteriosos y fascinantes para nosotros, habitantes de países apenas bicentenarios, los inagotables tesoros y laberintos de las culturas de Oriente y Occidente.

Pero nosotros habitamos países muy jóvenes; la globalización es una ola gigante que podría ahogarnos si no nos ponemos a descubrir cuál es el síntoma de América; en cada país –tan diferente uno de otro– lo particular, lo diverso, lo problemático y lo aprovechable. En Europa se habla de posmodernidad, María; en París, del hombre sin cualidades12, disecado por las evaluaciones y las estadísticas. Acá, repetimos esas cosas sin interrogarlas. Por otra parte, si esa interrogación tuviera lugar, tomarían cuerpo las voces de los colegas que trabajan en las provincias argentinas13.

Querida María

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