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Una sociedad actual “de perjudicados sociales”

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Vivimos en la Argentina donde nuevos dogmas reemplazan a los antiguos. El de la discriminación social de cualquier tipo se ha convertido en un dogma.

Lo podríamos ver como un avance civilizatorio: “no discriminar”.

Pero si eso equivale al borramiento de lo particular, y a la nivelación por la cota más baja, esa especie de cruzada nacional sólo encubre el odio y el rechazo del trabajo que exige encarar la diferencia; exaspera la segregación. Expulsa. Que los maestros no existan como maestros –que no puedan enseñar– es un ejemplo de las consecuencias; forma subterránea de la violencia: todos iguales.

Resultado: “vivimos en una sociedad de perjudicados sociales y de ‘enfermos’ que reclaman ser resarcidos”8. Excelente diagnóstico.

Los que reclaman ser resarcidos son el cliente, la víctima, el paciente, el que espera; del Otro. Cada uno tiene su Otro al que demandar, con toda la consistencia9 que le otorgue.

Los antiguos dogmas eran al menos más interesantes, nos involucraban más.

Interpelaban al sujeto, pedían su respuesta, lo comprometían, lo emplazaban, y el sujeto podía resistirse, enfrentar, interpelar, desviarse de la obediencia, ser hereje, como el adolescente Joyce10 cuando se trenzaba con la ortodoxia de sus maestros jesuitas.

Oponerse al amo antiguo (el Padre, el Maestro, el Clérigo, el General) quizás movilizaba el ingenio, la actividad productiva del pensamiento. Pero en esta sociedad de perjudicados no deja de brillar “la buena educación” católica romana a la española, que todo lo espera del Padre, y que impregna la América que llaman latina.

Basada en imposiciones y prejuicios, mortificó la sexualidad, excluyó el ejercicio del juicio particular y lo sometió al universal. El sujeto que la recibe se encarga de asimilarla a su manera. La ataca, la repite, la olvida, la amplifica, la suprime, la reproduce, etc., etc. También puede servirse de ella11.

Todo va en la dirección de un vuelco contrario, al menos en la gran urbe, hacia una libertad sin reglas, y hacia los objetos de consumo sin límites, si se pudiera.

La rigidez de la norma o aplasta, o provoca. Pero la libertad sin brújula vacía.

Que la América de habla castellana esté cruzada por raros oleajes inmigratorios de lenguas y etnias, y también diseminada por el mundo, no borra las improntas de la lengua hispana cuando esa es nuestra lengua.

Puedo ver por todas partes una mezcla rara y a veces explosiva de fe, esperanza y solidaridad católica, cómo no; y de sueños, decepciones, deseo, aburrimiento, miedo. Ideales y vaciamiento de los ideales; creencias e incredulidades; excesos y calamidades en versiones y grados múltiples, modernos y contemporáneos. Aquí aún se mezclan el amo antiguo autoritario y el amo moderno capitalista (dinero, sexo, drogas y rock’n roll).

Las viejas cristalizaciones subyacen a lo tan nuevo. Quizá “la generación actual” de jóvenes analistas accede de una manera muy diferente y menos convencional a la formación analítica y a su práctica. Es tu generación, María. Pienso en las cabezas nuevas, cibernéticas, mejor ventiladas, curiosas; en este caso, argentinas.

¿Acaso se acortarán los tiempos de sus análisis? ¿Llegarán a sus análisis más libres de las improntas argentinas? ¿Tropezarán antes en el callejón sin salida del narcisismo? ¿Enfrentarán mejor las peripecias subjetivas del amor? ¿La insistencia repetitiva del síntoma? ¿Es asunto de generación? ¿O de la lengua que lo habla a cada uno?

Querida María

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