Читать книгу Otra sociedad para la locura - Carolina Alcuaz - Страница 11
Sin palabras
ОглавлениеEn toda cultura los discursos establecen modalidades de vincularse con los otros, con el cuerpo, con el lenguaje, con el mundo. Hay modelos de parejas, de familias, de gobiernos, de educación; hay también maneras socialmente aceptadas de hablar, de usar el cuerpo e incluso imágenes sobre el cuerpo ideal, maneras de comportarse, etcétera. Son los usos y costumbres que nos permiten sentirnos parte de esa sociedad compuesta por diversas convenciones, que se inscriben en determinados discursos.
Lo interesante es que dichos discursos, que establecen los lazos, no necesitan ser pronunciados explícitamente. No obstante, constituyen los pilares de la realidad en la cual nos movemos y sostienen el mundo. Son, al decir de Lacan, discursos sin palabras8. El autor explica, en su seminario conocido como «El seminario de los cuatro discursos»9, que no hace falta la palabra pronunciada para que nuestra conducta o actos se inscriban en ciertos enunciados primordiales, que sin ser evidentes conducen nuestra acción. Podríamos decir que aún ignorando el guion de la película la actuamos.
Los lazos sociales establecidos por los discursos se sostienen en un marco de desigualdad. Se trata de la presencia de una disparidad que constituye la esencia de dichas modalidades de relacionarse. Hegel10 nos ayuda a entender esa asimetría fundamental. Este gran pensador describe el vínculo entre el Amo antiguo y el Esclavo. El lazo de dominación existente entre ambos instala la desigualdad. Sabemos que cuando se gobierna alguien da las órdenes y otro obedece. A la dialéctica establecida entre ambos Lacan la llamará Discurso del Amo. Hay, por lo tanto, en un discurso lugares diferentes, ocupados por el que domina y el que es dominado, que establecen formas de pareja.
De este modo, para los que se adecuan a un discurso, la realidad queda ordenada en base a lo que, por ejemplo, aquel que ocupa un lugar Amo dictamina. Hay en el discurso palabras fundamentales —significantes amos— que comandan las identificaciones de los seres humanos: somos trabajadores, docentes, padres, políticos, médicos, etcétera. Lo social debe pensarse a partir de estas identificaciones, de los mecanismos que nos permiten vestir nuestro yo11 y vincularnos con otros. Así, cada uno marcha por la vida con un tempo determinado discursivamente: trabajamos tantas horas, estudiamos, dormimos, somos padres, amigos, compramos de modo compulsivo las novedades tecnológicas del mercado, etcétera.
La vida se nos hace comprensible a través de nuestra inserción en un discurso12 y nuestro cuerpo sigue el ritmo de sus agujas. Sin darnos cuenta nos dejamos llevar por el camino trazado en el cuerpo: nos cansamos, disfrutamos, nos aislamos, nos vinculamos, descansamos, sufrimos, consumimos, agredimos, compartimos los mismos placeres, etcétera. El discurso homogeneiza las formas de estar en el mundo (somos cristianos, músicos, políticos, docentes, etcétera) y también tipifica las maneras de encontrar placer. Esto último es ilustrado, por ejemplo, por los objetos de consumo, que actualmente circulan en el mercado. Pero, no siempre, esas maneras propuestas de satisfacción, a través de estos gadgets, favorecen el lazo con el otro.
Es conocido el debate teórico-clínico que el avance del Discurso Capitalista13 genera en los profesionales: ¿Qué clase de lazo establece una persona con su objeto de consumo? ¿El capitalismo establece nuevas maneras de vincularnos? ¿La satisfacción autista con un objeto permite o cuestiona el lazo con el otro? ¿Estar hiperconectados, a través de la tecnología, asegura el lazo social?
Un joven paciente, con diagnóstico de psicosis, menciona no estar preparado para la vida social. Su amiga virtual amenaza con romper el vínculo si no concretan un encuentro físico. Pero él prefiere este tipo de lazo cibernético porque logra, así, velar la mirada del otro, borrar un mensaje en caso de equivocarse y tener tiempo para contestar cualquier demanda que se le dirija. Sabe muy bien que la comunicación en la vida real, como él la llama, es muy diferente. Si bien lo virtual ocupa gran parte de su día, sin embargo, es la manera que encontró de no girar literalmente alrededor de una columna para pasar el tiempo y poder así establecer un diálogo con otros.
Nos advierte que encontrarse en presencia de ella lo dejaría paralizado, sin palabras, como ya le ha ocurrido en otras situaciones. Podemos preguntarnos si, por ser virtual, el vínculo con el otro sería un pseudolazo o más bien otra manera de entablar una relación. ¿Qué funciona como partenaire del paciente, la computadora o la amiga virtual? ¿Hay lazo social sin encuentro entre los cuerpos?
El discurso intenta dominar esa dimensión del placer propia del ser humano y que, como veremos, siempre tiene su más allá. Los modos típicos de satisfacción entre las personas o entre ellas y sus objetos constituyen, entonces, el componente libidinal de todo discurso14. Ahora bien, desde la teoría psicoanalítica no siempre la satisfacción coincide con el placer. El ser humano suele perseverar en situaciones que le causan malestar. Sabe que de seguir por determinados caminos solo obtendrá más sufrimiento y, pese a todo, algo insiste más allá de su voluntad y hasta las últimas consecuencias. Se trata de un circuito que va del placer a su más allá, hasta esa sorprendente paradoja, señalada por Freud, de obtener satisfacción en el malestar15.
No siempre queremos nuestro bien. Muchas veces nos convertimos en nuestros propios enemigos. Desde la perspectiva del psicoanálisis, Freud demostró que somos esclavos de nuestras pulsiones y no sabemos a priori quién será ganador en la eterna lucha entre Eros, amor, vida y Thánatos, muerte16. Lacan retoma, en su teoría del lazo social, este circuito libidinal freudiano, que denomina goce, interesándose así por los modos que el mismo adquiere según la época.
En resumen, el discurso se constituye en una estructura17 con lugares a ocupar, por lo que podemos decir que los lugares arman lazos y que los lazos son vínculos libidinales. Veremos más adelante cómo es necesaria una modificación de ese componente pulsional para que haya vínculo social.
La experiencia de un análisis, el relato que de nuestras vidas construimos frente a otro, donde descubrimos que el mal —satisfacción paradójica— existe en nosotros, también será entendido por Lacan en términos de discurso. Así, el discurso del analista será el lazo transferencial entre un analista y un analizante. Es allí que existe la oportunidad de saber a qué Amo respondemos, qué significantes permiten nuestro anclaje en el mundo, qué lazos nos sostienen y cuáles nos provocan sufrimiento. El discurso analítico cuestiona los significantes amos que sostienen nuestras identificaciones: soy madre, padre, amigo, estudiante, etcétera. En este sentido, se constituye en el reverso del Discurso del Amo.
Cuatro discursos, cuatro maneras establecidas que adquiere el lazo social, cuatro modalidades de armar pareja. ¿Hay otras? Sí. Lacan advierte que podría haber diversificado más sus fórmulas de los discursos18. Sin embargo, veremos que no se trata solo de considerar la posibilidad de más discursos, sino de pensar si todo lazo social es necesariamente discursivo.
Conviene aclarar que la teoría de los discursos indica lo que en ese momento Lacan entiende por lazo social, de ahí la importancia de dicho seminario para este tema. Sin embargo, la definición del lazo social a través del concepto de discurso correrá el riesgo de dejar a las psicosis por fuera de esa equivalencia, como explicaremos más adelante. Por eso, diremos que dicha teoría es solo un momento de la enseñanza de Lacan que no agota la conceptualización de los lazos sociales y menos aún su relación con las psicosis.