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Otras palabras para la locura
ОглавлениеBorges habría podido decir que no me unía a este libro ni el amor ni el espanto. Desde luego, tampoco el odio, que de acuerdo con Lacan es la disposición más apropiada para una buena lectura. No conozco a la autora, ni había leído nada salido de su pluma. Ahora, tras haberme sumergido en este libro, sigo sin conocerla, pero puedo afirmar que su obra cumple con una de las condiciones fundamentales que le exijo a la literatura: que me llegue al corazón. No me retracto de la palabra «literatura», porque en mi opinión esta escritura se incluye mejor en esa categoría que en la de «ensayo». Antes de indagar en los enunciados, el lector quedará probablemente sorprendido y cautivado por la enunciación. Carolina Alcuaz ha encontrado un decir sobre la locura que es la premisa a partir de la cual este libro se ordena. Su decir poético es en este caso la voz narrativa justa, la que permite acercarnos la locura, destacar su profunda humanidad, el rigor de la sinrazón, la inobjetable lógica de su discurso, los ingenios con los que testimonia el drama de la existencia, el dolor inaugural de la vida, el trasfondo incomprensible del ser hablante. Carolina nos muestra, con trazo fino y firme, que los locos no vienen de Marte. Somos ellos, o ellos son nosotros: espejo roto en el que cualquiera podría verse, si acaso se atreviese a echar un vistazo. El lenguaje del psicoanálisis da muy buena cuenta de dónde vienen los locos, pero este libro necesitaba algo más que ese lenguaje. Necesitaba que el psicoanálisis fuese dicho con sus propias palabras, pero también con otras, con las palabras que sugieren, que evocan, que inspiran, que transpiran, que estremecen. Con esas palabras la autora consigue sacar a los locos del manicomio y devolverlos a la vida corriente. Ni seres deficitarios ni deformes, los locos regresan de su exilio para enseñarnos todo lo que saben. Carolina, como muchos de los que tuvimos la fortuna de iniciar nuestra andadura analítica en el manicomio, se ha propuesto en este su primer libro transmitirnos lo que de esa experiencia ha aprendido. Solo hay un modo ético de abordar la locura: dejarse enseñar por su sabio saber. Al mismo tiempo, y es algo de lo que la autora está muy bien advertida, tampoco es cuestión de redundar en la idealización romántica del loco, lo que supone el riesgo de convertirlo en un fetiche abandonado a su suerte.
Si algo destaca de entrada en esta obra (de misterioso título, puesto que uno llega al final sin saber cuál sería esa «Otra sociedad» en la que la locura podría habitar) es que no se trata de una casa de citas. Sin duda, la bibliografía es abundante, pero lo más interesante resulta comprobar el método mediante el cual Carolina lee la teoría lacaniana de las psicosis. Ella ha escogido un texto rector, una «carretera principal» que en ningún momento abandona: el seminario «Las psicosis» de Jacques Lacan. La teoría de los cuatro discursos, del sinthome y de las suplencias, la topología de nudos, la pluralización de los Nombres del Padre, todo ello está al servicio de producir una apasionante disección de ese seminario y extraer una conclusión perfectamente argumentada: lo que vino más tarde en la obra de Lacan está ya contenido en esas lecciones magistrales. El propósito es claro y bien definido: demostrar que aunque el propio Lacan llegó a afirmar que el psicótico está fuera del discurso, y por ende del lazo social, todo el conjunto de su obra lo desmiente. Comparto plenamente esa posición decidida que la autora ha tomado, y la he expresado en numerosas ocasiones, pero el modo en que ella reúne los distintos argumentos para exponer su tesis posee una fuerza inobjetable. Carolina Alcuaz corta el nudo gordiano de ese antiguo debate sin otro filo que los conceptos de Lacan. Ella es tributaria de la enseñanza de Jacques-Alain Miller, que entre otras cosas ha emprendido el desafío de deslindar la obra de Lacan de cualquier idea de progreso epistémico. Nuestra autora recorre el seminario 3 con los instrumentos conceptuales que parten del ensayo «Los complejos familiares» y llegan hasta el último de los seminarios. Pero no abandona esa carretera principal, lo cual le confiere a este libro una precisión y un rigor clínico que en ningún momento se extravía por los «caminitos» en los que tantas veces se entretienen los autores.
Porque el psicótico es capaz de percibir los efectos de la lengua sin el velo de la represión, es una criatura más propensa que ninguna otra a detectar todas las significaciones de la época generadas por el discurso del amo. El psicótico, como me lo dijo una vez una mujer que padecía una psicosis alucinatoria crónica, es una central de telecomunicaciones en constante actividad. Sus certezas son la aprehensión real de los síntomas de cada tiempo histórico. Lo son, entre otras razones que la autora expone con extrema minuciosidad, porque los locos no solo son testigos activos de lo que en todo discurso hace síntoma, sino que incluso se anticipan a ellos. «Las masas freudianas no son las actuales —escribe la autora a propósito de la facultad de algunos delirios para formar comunidad—, algunos movimientos sociales distan mucho de ser guiados por un líder, sin embargo, agrupan, aúnan… Lejos de la oposición tajante, a la que estábamos acostumbrados por algunos entre delirio y discurso, ahora nos sorprende el acercamiento estrecho que hace del delirio un discurso, pues en definitiva ambos otorgan sentido y comandan nuestro mundo». El capitalismo de vigilancia fue anticipado por los delirios de los paranoicos y alertado por las vivencias de los esquizofrénicos. El internet de las cosas (IoT) es el correlato técnico de la certidumbre de ser visto y oído desde todas partes, y los algoritmos del feed advertising (que disparan automáticamente la publicidad en función de las búsquedas realizadas por un internauta) son la expresión de los fenómenos de transparencia patognomónicos de la esquizofrenia. Como la propia autora lo señala, «para nosotros la psicosis aparece en estrecha relación con el drama social, tanto en sus actos como en el contenido de sus pensamientos».
Algunos capítulos son introducidos con un micro relato clínico, pequeñas piezas poéticas en las que se condensan las peripecias de una vida, la contingencia de un tropiezo con lo real, y la solución parcial y en ocasiones fugaz que el psicótico encuentra para sortear el abismo o ascender tras su precipitación.
Mientras el esquizofrénico testimonia que el cuerpo y el lenguaje poseen una autonomía que no se ha entregado al dominio del discurso del amo, el paranoico sabe de la Injusticia Absoluta del mundo y no cesará de denunciarla. Tanto uno como otro harán de su saber una fórmula con la que reencontrar el camino de vuelta al lazo social. Como lo afirma Carolina, existen otros discursos además de los cuatro establecidos, otros que resultan de la invención singular del psicótico y que le permiten encontrar una funcionalidad compatible con la vida cotidiana. Sin duda, esas suplencias no siempre son el resultado de una elaboración espontánea, sino que requieren de un dispositivo terapéutico que las aliente. El psicoanálisis es, en ese sentido, aquella «Otra sociedad» para la locura, puesto que en la transferencia el sujeto tendrá la posibilidad de alojar su experiencia. La transferencia debe su eficacia fundamentalmente al marco ético de la que depende, aquél en donde la alucinación y el delirio encuentran la dignidad que merecen. Cuando eso se deja oír, en lugar de ser amordazado por el furor curandis, los síntomas psicóticos atemperan su escandalosa intensidad y pueden ponerse al servicio de una forma no convencional de habitar la ciudad del discurso, incluso de las instituciones psicoanalíticas. «El decir y su carácter de contingencia —leemos— aparecen como términos principales que habilitan a pensar que habrá discurso y lazo social en tanto un decir los funde, más allá de la estructura clínica. Se rompe así la antinomia entre neurosis-discurso-lazo y psicosis-fuera del discurso-fuera del lazo. Por ende, es factible pensar que habrían otros lazos sociales, otros discursos, más allá de los establecidos, en tanto haya decires que los funden».
La idea de que el psicótico es por estructura un sujeto exiliado del lazo social (el propio Freud dudó sobre su capacidad para la transferencia) lo condenó durante mucho tiempo al desahucio. Los propios analistas a menudo lo inhabilitaban para el amor, el sexo, la paternidad, o el ejercicio de la práctica analítica. Es por ese motivo que este libro constituye una declaración sin vacilaciones, un decreto que libera al loco de los axiomas que lo confinaban a la soledad, un verdadero acto que se atreve a seguir, hasta las últimas consecuencias, la convicción de Lacan de que todo el mundo es delirante, y que todos nosotros hemos surgido de ese magma originario de la lalengua, «una especie de zumbido, ese zafarrancho que desde la infancia nos ensordece».
Reverso del discurso del amo y alternativa al delirio, el discurso del psicoanálisis orientado por la acción lacaniana ahuyenta de la locura la vieja sombra de su presunto déficit, y por el contrario convierte la psicosis en la puerta de entrada al enigma de la subjetividad. Es por ese motivo que Carolina Alcuaz ha escrito un libro no solo de lectura obligada para el clínico, sino también para todos aquellos que se interesan en la tarea de descifrar la lengua secreta que habla en nosotros.
Gustavo Dessal
Madrid, noviembre 2020