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No siempre todo marcha

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¿Puede una persona orientarse siempre por el camino indicado por el discurso? En determinados momentos de la vida la emergencia de un malestar, en tanto sufrimiento psíquico, impide seguir el circuito asegurado. Desde la teoría psicoanalítica a eso llamamos síntoma. Padecer un síntoma puede impedir trabajar, relacionarse, hablar, estudiar, enamorarse, encontrarse en espacios abiertos, caminar solo por la calle, etcétera. El síntoma no se adapta al orden social propuesto por el Discurso del Amo, no cumple con sus normativas. Se pone en cruz en nuestra vida, impidiendo que las cosas marchen, o como bien desarrolla Lacan al retomar el lazo hegeliano:

[…] que anden en el sentido de dar cuenta de sí mismas de manera satisfactoria, satisfactoria al menos para el amo, lo cual no significa que el esclavo sufra por ello de ninguna manera ni mucho menos; el esclavo en este asunto está en jauja mucho más de lo que piensa […]19.

Con el síntoma no solo vemos obstaculizado el ritmo de nuestra existencia, sino que en ese malestar que nos absorbe encontramos alguna satisfacción, quizás demasiada como para abandonarlo. Incluso desconocemos, al igual que el esclavo, lo que está en juego. Pero no solo la psicosis, como se ha creído, puede quedar «fuera de discurso» y del lazo social sino también el síntoma neurótico20. Fue Freud quien afirmó que la neurosis vuelve asociales a sus víctimas21 y que a través del análisis los síntomas podrían descifrarse, arribar al sentido ignorado de los mismos, lo cual detendría el sufrimiento.

Así y todo, hoy en día muchas personas presentan dificultades para rodear con palabras el malestar que los conduce a consultar a un profesional de la salud. Es característica la ausencia de relato, de interrogación profunda, de historización y de elaboración que obstaculiza el tratamiento por la palabra. Ni sueños, ni lapsus, ni olvidos que puedan descifrarse; más bien la presencia de conductas impulsivas, compulsivas o riesgosas para la vida (consumo de tóxicos, intentos autolíticos, comportamientos agresivos hacia terceros, entre otros). En la batalla pulsional, la tendencia más mortífera silencia la palabra y lleva la delantera. ¿Podría haber algún cambio en ese modo de existencia? ¿Un tratamiento podría incidir en la disputa entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte?

La sociedad arma y desarma los lazos, los propicia o los destruye22. Es bien conocido el papel que el discurso capitalista juega en los vínculos en nuestro tiempo. Consumos, guerras, segregación, violencia: Eros y Thánatos compiten ahora en el escenario social. El vínculo con los objetos del mercado ha logrado sustituir el lazo con los otros y la falta de referencias identificatorias que servirían de brújula para sostener un proyecto de vida. La tiranía de los objetos nos empuja insistentemente hacia la satisfacción individual. Atrapados en un circuito infernal, siempre a punto de obtener el último modelo mejorado de un objeto, confirmamos que la felicidad no existe.

Sin embargo, aparecen nuevas maneras de vincularse. ¿Quién hubiera imaginado en otro tiempo que alguien con dificultades para entablar relaciones personales —como el paciente mencionado— pueda conectarse durante horas a una pantalla y chatear con desconocidos, quizás con el mismo síntoma, a los cuales calificará de amigos? No obstante, no es seguro que encontremos aquí alguna versión de pareja como hemos visto en los lazos discursivos. Desde la destrucción de los lazos a la fragilidad de los vínculos virtuales, el capitalismo ha incidido decididamente en los modos de relacionarse. Lacan advertirá que nuestro Amo moderno será encarnado por el capitalismo. Por ello, cabe insistir entonces, una vez más, que la fragilidad del lazo social no se ubica solo del lado de la locura.

Otra sociedad para la locura

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