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Acerca de los libros y de este en particular

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Hay libros que suscitan interés tan solo por la materia de la que tratan. En ellos, por lo general, el título es su carta de presentación y el índice da a entender tanto el despliegue temático como el perímetro de la indagación. Como todo en este mundo, hay libros insustanciales y huecos, textuchos de los que el autor debería avergonzarse por hacer pública su vanidad y exhibir su ignorancia. Y los hay, claro está, luminosos y esclarecedores, intensos e inolvidables.

En nuestro pequeño mundo psicoanalítico, creo que las publicaciones podrían agruparse en tres grandes bloques. El mayoritario consiste en resúmenes de lo que tal o cual destacada figura dice acerca de esto o aquello. En este sentido, el autor elige un tema y recorre de norte a sur la obra de un insigne pensador, convencido de que en ella hallará todas las respuestas. A partir de ese estudio, espiga lo que juzga sustancial, lo ordena y lo expone con la máxima fidelidad de la que es capaz, cosa que a menudo se hace de forma cronológica más que lógica. Cuando este tipo de exposiciones abreviadas dan con lo esencial de la materia y además lo redactan con gracia y sencillez, el lector agradece al autor el haberle aportado un mapa rudimentario que le orientará sobre los caminos a seguir en sus futuras lecturas, si las hubiera. Este tipo de contribuciones no aportan nada original. Pero sí facilitan una primera aproximación a un fragmento de la obra de uno de los grandes.

Otro grupo de publicaciones, también abundantes, son aquellas que tratan de responder a preguntas surgidas del ejercicio profesional, en nuestro caso de la clínica anímica. Se trata de cuestiones que se suscitan a diario en nuestros quehaceres y requieren algún tipo de elucidación. Lo que caracteriza a este segundo tipo de contribuciones es que el autor se interroga sobre ciertos aspectos de su práctica y responde conforme a lo que una figura destacada considera acertado. La impronta del autor en este tipo de textos no está en sus opiniones, puesto que no las da o apenas las insinúa, sino en la selección de las respuestas del ilustre, en las que confía plenamente. De ahí que los méritos de este tipo de publicaciones no se limitan solo a resumir con acierto tal o cual asunto, como sucede en el primer grupo, sino sobre todo a formular bien las preguntas clínicas y a espigar de la obra del destacado las mejores respuestas.

También existen, por último, un reducido ramillete de contribuciones en las que el autor se hace preguntas clínicas y las responde echando mano de las referencias que cree más adecuadas, sean de aquí, de allá o de ningún sitio, sino inventadas por él para la ocasión. Como es de suponer, este tipo de publicaciones entrañan un gran riesgo y a menudo culminan en un deplorable fiasco. Aunque no todas, cosa que es de agradecer. Cuando dichas aportaciones son valiosas es porque dan con los interrogantes esenciales y apuntan soluciones luminosas. Del mero resumen, pasando por la pregunta oportuna hasta llegar a la respuesta esclarecedora hay una línea que separa dos posiciones: los autores que hablan por boca de otros y los que piensan por sí mismos. Los primeros apenas se exponen y a la larga su relevancia es escasa. Los segundos, en cambio, se arriesgan más y pueden resultar atractivos, aunque siempre están en un tris de convertirse en bocazas y pecar de desvergüenza y envanecimiento.

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El libro de Carolina Alcuaz, Otra sociedad para la locura – Estudio sobre los lazos sociales en las psicosis, corresponde, a mi modo de ver, al segundo grupo. Ahí se hallan sus valores: por una parte, es un texto que surge de las preguntas clínicas cotidianas, en este caso sobre las relaciones, los vínculos y lazos sociales de los locos; por otra, la búsqueda de respuestas se dirige inexorablemente a la obra de Jacques Lacan, tan presente y constante en esta monografía que se la podría considerar un breviario de teoría lacaniana de la psicosis. Mezcla de clínica y teoría, con amplio predominio de referencias al mencionado psicoanalista, la autora hace gala de un trabajo de lectora concienzuda y meticulosa. Su tesón salta a la vista. No es de las que se arruga ante una dificultad y se la quita de encima con una cita de autoridad. Al contrario, es de agradecer la simplificación a la que tiende cuando se topa con una fórmula enrevesada. En este sentido, se ve que acomete este libro, su primera obra, de frente y con franqueza, cosa que se pone de relieve también en el aparato crítico, tanto las notas al pie como la bibliografía.

Muchos autores suelen aprovechar la introducción de sus libros para dibujar una fugaz imagen de sí mismos. Y así lo hace también Carolina Alcuaz al presentarse como clínica de manicomio o de hospital psiquiátrico, si se prefiere, y como psicoanalista. Como si se tratara de dos cabos, la autora los aúna y forma con ellos una trenza a la postre difícil de separar. Y lo mismo hace con los dos miembros que componen el título de su escrito: por una parte, la mención de la Otra sociedad para la locura; por otra, el estudio sobre el lazo o vínculo en la psicosis. En principio parecerían dos partes de una materia cuya articulación pudiera darse o no. Pero se da. Y esa trabazón, meditada, pausada y delicada, constituye uno de los aciertos de esta obra. Conjunción, por tanto, de teoría y clínica; conjunción, asimismo, de un análisis sobre las relaciones propias de los locos y de una mirada general sobre la relación de la locura y lo social. Como la autora reconoce en la última página, su escrito va más allá de una contribución a la teoría y aspira a «facilitar nuevas herramientas en el tratamiento posible con las psicosis y a una menor estigmatización por parte de la sociedad».

Ante un libro que tiene sustancia, corresponde al lector seguir los detalles de la argumentación, sus anudamientos, fundamentación y desarrollos. En cambio, es competencia del comentarista destacar alguna de las propuestas apuntadas, esclarecerla y valorarla. Si hubiera de dar solo una, diría que Carolina Alcuaz muestra que los locos se relacionan, vinculan y establecen lazos con los otros. Y que lo hacen de formas un tanto especiales y diferentes al común de los mortales. En su simplicidad, creo que este es uno de los mensajes principales y que vale la pena valorarlo cuanto merece. Habrá quien, al leer esto, sacará a colación el conocido refrán «Para ese viaje no se necesitan alforjas». Si lo hace, le conviene recordar que la sencillez es más amiga de la verdad que la complejidad. Lo digo porque a los locos se los ha pintado como lunáticos, autistas, solipsistas, ajenos, idos, como gotas de aceite, en fin, incapaces de mezclarse con el agua de la vida, el amor y el deseo. Esa imagen del loco casi inhumano alcanzó uno de sus mayores esplendores en los comentarios de Henricus Cornelius Rümke sobre el Praecox-Gefühl o «sentimiento precoz» que inspiraba el vacío helador frente al esquizofrénico. Y eso no es cierto. Es pura exageración o evidente incapacidad del clínico.

Por necesidades epistemológicas, se puede entender que la caracterización clínica y psicológica de la psicosis se haya realizado a contrario sensu de la neurosis. Pero eso no quiere decir que un loco sea el reverso de un cuerdo ni viceversa. Diferente no es contrario. Este libro habla de diferencias, no de oposiciones. De ahí el título con dos miembros en principio discordantes. Si se toma por el lado de las diferencias, a mi modo de ver, la clínica de la locura a partir del lazo social es el modo de proponer Otra sociedad para los locos. Como señala la autora, las dificultades propias de la relación y la fragilidad del lazo social no son patrimonio de la locura. Es más, la falta de un instinto gregario, el no hay relación sexual —como señalaran, respectivamente, Freud y Lacan— y el poderío de la pulsión de muerte limitan la acción del Eros, de la vida, de las relaciones y de lo social. Y conforme a esto, las maneras de vincularse con los otros y las cosas del mundo, con el cuerpo y el lenguaje, son múltiples y variadas. «En suma —continúa Carolina Alcuaz—, la sociedad no es otra cosa que la familiaridad con el mundo silenciosamente percibida. Hay lazos sociales, en plural. Se puede estar fuera o dentro de ellos. Son los vínculos que nos permiten habitar lo que llamamos la sociedad». Según propone la autora, la psicosis no es ajena al lazo social ni a los desórdenes de cada época, como demuestra el delirante con sus tramas persecutorias y sus soluciones redentoras. Aunque el delirio paranoico se extienda entre los polos persecutorio y megalómano, es decir, la maldad del Otro y la misión salvadora, siempre se nutre de las problemáticas de su tiempo. En menor medida lo hace, en mi opinión, el delirio melancólico, cuya hondura ontológica le da un aire intemporal.

La dificultad del vínculo no implica su imposibilidad. Un clínico despierto tiene claras estas cosas. Lo sabe por su experiencia, su razón se lo indica y además lo comprueba a diario. Aunque pase por momentos en que todo se pone patas arriba, sabe de la presencia del amor, la amistad y la transferencia con los neuróticos y los locos. Y aunque no sea del todo cierto, ante la adversidad del egoísmo y la del poderío mortífero de la pulsión, nos consuela creer en el amor y en el deseo, en las redes que teje el Eros. Por eso vale la pena recordar aquellas palabras de Giorgano Bruno escritas en su obra De los vínculos en general: «Un único amor, por lo tanto un único vínculo, hace de todas las cosas una cosa; pero adquiere rostros diversos en las diversas cosas».

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En la confluencia del amor y los libros se dan cita numerosos autores, sobre todo los tocados por el genio poético y los contadores de historias, en especial los novelistas. Menos son los que hacen de los libros su gran amor. De estos últimos, Michel de Montaigne se cuenta entre los más destacados. De hecho, uno de sus ensayos más bellos lo tituló «Los libros», sin más. Allí confiesa que toma prestado del decir de los demás lo que no es capaz de exponer por sí mismo con la requerida perfección, ya sea por la debilidad de su lenguaje o de su juicio. «Desearía tener una comprensión más perfecta de las cosas —señala poco después—, pero no la quiero adquirir al precio tan alto que cuesta».

Con el paso de los años, a mí me pasa algo parecido. Por eso agradezco tanto la publicación de libros como este, bien fundamentados y trabajados, tan redondos que casi no dejan flecos sueltos. Ante ellos, uno solo puede sentir gratitud. Porque hay que agradecerle a Carolina Alcuaz su generoso esfuerzo para allanarnos el camino con esta investigación pormenorizada. Y al hacerlo, nos ahorra muchas horas de estudio y cavilaciones, un tiempo que será bien empleado si lo dedicamos a seguir hablando y relacionándonos con los otros.

José María Álvarez

Valladolid, noviembre de 2020

Otra sociedad para la locura

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