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El hombre enemigo de sí mismo

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El malestar en la cultura de Freud es una de las obras del siglo XX imprescindibles para comprender la sociedad humana. El autor capta, más allá de cualquier relativismo histórico y sin desmerecer el mismo, una de las características propias del ser humano: su dinamismo pulsional. Este descubrimiento le otorga al texto una vigencia actual inigualable. Son ya conocidas las tres fuentes propuestas por Freud sobre el sufrimiento humano presentes en toda cultura: la fuerza de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y el carácter conflictivo de las relaciones con nuestros semejantes.

Este último malestar aparece como uno de los problemas fundamentales de los hombres en sociedad. Sin embargo, es a lo largo del texto que descubrimos una cuarta fuente que relativiza dicha afirmación y se convierte en la clave para comprender la fragilidad de los vínculos. Lo interesante es que de todas las causas de padecimiento esta nos acecha desde nuestro interior convirtiéndonos en enemigos de nosotros mismos. Somos así esclavos de una fuerza demoníaca que explica nuestra tendencia a la autodestrucción y que Freud denominó pulsión de muerte. Así, esta inclinación constituye el obstáculo principal al vínculo con los otros. ¿Puede la cultura dominar la pulsión de muerte? ¿Puede el hombre luchar contra sí mismo?

La cultura es el conjunto de normas que nos distancian de nuestros antepasados animales y que sirven a dos fines: la protección frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos entre los hombres. A través de la prohibición del incesto, la ley y las costumbres, limita los fines pulsionales sexuales de hombres y mujeres, de ahí la hostilidad que contra ella genera. Debe sustraer a la sexualidad un gran monto de energía para otras metas, se trata de un proceso de redistribución libidinal que permite a la cultura cumplir sus fines. La cultura promueve vínculos de identificación entre pares, vínculos amistosos, regulando, así, el desarrollo libidinal desde la infancia hasta la adultez. Si no existiera un intento de ordenar esos vínculos, cada individuo buscaría satisfacer sus intereses y mociones pulsionales mediante la imposición de su fuerza física:

Acaso se pueda empezar consignando que el elemento cultural está dado con el primer intento de regular estos vínculos sociales. De faltar ese intento, tales vínculos quedarían sometidos a la arbitrariedad del individuo, vale decir, el de mayor fuerza física los resolvería en el sentido de sus intereses y mociones pulsionales42.

Como hemos ya reflexionado la pulsión busca satisfacción y esto no implica necesariamente hacer lazo con otro. Para que haya lazo esa satisfacción no puede realizarse completamente. Diremos, entonces, que tanto la posibilidad como la ruptura del lazo social dependerán del recorrido libidinal en juego, es decir, de los destinos pulsionales.

Es interesante resaltar cómo Freud en su texto nos advierte que esa búsqueda de satisfacción, que implica la libertad individual y se halla presente en cada cultura, constituye una amenaza a la misma. Por ende, es necesario hallar un equilibrio entre ambas partes. Sin embargo, el conflicto parece inevitable:

No parece posible impulsar a los seres humanos, mediante algún tipo de influjo, a trasmudar su naturaleza en la de una termita: defenderá siempre su demanda de libertad individual en contra de la voluntad de masa43.

Esta versión poco optimista del vínculo social nos hará concluir que su problema está centrado más en la pulsión que en la psicosis.

Otra sociedad para la locura

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