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¿Qué nos une y qué nos separa? La multitud no asegura el lazo
ОглавлениеEn las instituciones de salud mental hay lugares comunes donde circulan y se encuentran los pacientes: el comedor, las habitaciones, los parques, los talleres donde se realizan actividades, las salas de espera, etcétera29. Sin embargo, ¿estar junto a otros asegura el vínculo? ¿Es lo mismo una multitud de personas que el lazo social? ¿Hay algo en común que vincule a esos pacientes? Incluso la locura no siempre es un rasgo común al cual identificarse. Es habitual escuchar decir a los pacientes, con respecto a sus compañeros de internación, que son los otros los que están locos. Karl Jaspers, psiquiatra y filósofo, observaba que algunos suelen darse cuenta de la perturbación mental cuando afecta a los demás, pero no cuando les aqueja a ellos mismos. Así, procuran rehuir al trato con los demás pacientes30.
Entonces, un conjunto de personas, una multitud, podría ser lo mismo que un montón de granos de arena. La multitud, en definitiva, no asegura el lazo31.
Podríamos creer que por naturaleza somos seres sociables, imaginar que una especie de instinto nos lleva a relacionarnos con otros y obtener así alguna satisfacción. No obstante, esto no es tan seguro. Nada más alejado para el hombre que ese programa predeterminado con el que sí cuenta el reino animal. No existe en el ser hablante, como nos enseña Freud, ningún instinto gregario32. Por el contrario, el ser humano conoce una fuerza constante que lo habita y que Freud denomina pulsión, trieb.
La finalidad principal de la pulsión es la búsqueda de satisfacción que, como bien señalamos antes, no siempre coincide con el placer. Recordemos que el goce —satisfacción paradójica— no se confunde con lo agradable o lo bueno. Ahora bien, dicha búsqueda se presenta con un funcionamiento acéfalo, es decir, no comandado por nadie. Es así como somos esclavos de nuestras pulsiones que funcionan más allá de nuestra voluntad. Por ejemplo, es frecuente escuchar en pacientes con consumo de tóxicos, que no pueden detener dicha conducta, aún advirtiendo el inminente riesgo de vida que la misma conlleva.
La explicación a lo compulsivo de la adicción se resume en la frase: «el cuerpo me lo pide», que da testimonio de un funcionamiento puro del goce. Justamente, desde la teoría freudiana, el cuerpo propio aparece como la sede principal de la búsqueda de goce. ¿Tendría efecto un discurso que apelara a la voluntad del paciente para detener lo compulsivo?
No hay nada natural en el ser humano que tienda a obtener dicha experiencia de satisfacción en el encuentro con un partenaire. Ejemplo de esto es el relato de un paciente que afirma caminar por la calle de la mano de una botella de alcohol y no de una mujer. Si el goce en el ser hablante se nos presenta en su versión más autoerótica, entonces, la pregunta queda planteada: ¿Cómo es posible el lazo social si la pulsión se satisface sola? Si el lazo con el otro no está de entrada, si no existe un instinto que nos indique cómo unirnos a los demás, ¿cómo podemos renunciar parcialmente a la obtención de satisfacción en nuestro cuerpo para encontrarnos con otros?
Neurosis y psicosis, ambas, enfrentan ese lazo faltante. Que al principio no haya lazo constituye un imposible en el sentido de la lógica. Sin embargo, hay distintas maneras de armar vínculos como veremos a lo largo de este libro. La pulsión es, entonces, el concepto fundamental que nos permitirá entender qué nos une y qué nos distancia entre nosotros. A su vez, con ella, el psicoanálisis realiza su aporte original sobre el tema diferenciándose de cualquier otra mirada teórica sobre los vínculos sociales.