Читать книгу Discursos VIII - Cicéron - Страница 13
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEste discurso, cuyo título completo, tal y como aparece en el texto de Asconio, es «Discurso como candidato pronunciado ante el senado contra sus adversarios Gayo Antonio y Lucio Catilina», es una invectiva pronunciada por Cicerón en el senado durante su candidatura a las elecciones consulares del 64. El discurso tiene como destinatarios a los dos principales competidores en la carrera electoral de Cicerón, Catilina y Antonio, pero, si los fragmentos que se conservan son un indicador fiable, el ataque se dirige, principalmente, contra Catilina. El aparente desequilibrio temático puede deberse a que Cicerón intuía que Antonio podía ser su colega o, simplemente, a que el orador valoraba la trayectoria política y vital de Catilina como un cúmulo de crímenes y horrores de extraordinaria gravedad para la estabilidad del Estado romano. En una invectiva tienen cabida todo tipo de descalificaciones, pero, en este discurso, la sucesión de horrores que se describen son especialmente detallados y numerosos. Cicerón tenía varias cuentas pendientes con Catilina y, en especial, dos sucesos que le afectaban personalmente: el adulterio de la vestal Fabia y el asesinato de Gratidiano.
Es posible que se tratara, en su origen, de un discurso poco extenso pues, una vez estudiado, parece que, a pesar de su carácter fragmentario, se ha conservado la mayor parte del texto; es como si sólo faltaran las partes que hilaban el discurso, que enlazaban los fragmentos que conocemos. La parte de la que tenemos menos texto corresponde a la peroración. Asconio no da información sobre la fuente de la que extrae los fragmentos que comenta, como hace en otras ocasiones, y quizás eso corrobore la hipótesis de que no se trataba de un texto tan extenso como para perderse en él.
Todos los fragmentos que se conservan de este discurso los proporciona el comentario de Asconio y, en la traducción y comentario, se seguirá el orden en el que él los presenta 1 . Quizás Asconio pudo alterar el orden en la presentación del discurso porque su objetivo, al hacer el comentario, era demostrar que Fenestella no tenía razón al decir que Cicerón había defendido a Catilina en el 65 cuando fue juzgado por extorsión, pero, en líneas generales, la sucesión de textos presentada por Asconio parece lógica y ordenada según las técnicas compositivas habituales en otros discursos de Cicerón.
El discurso se pronunció en el año 64, pocos días antes de que tuvieran lugar las elecciones consulares para el 63. La causa inmediata que lo provocó fue el veto del tribuno de la plebe Quinto Mucio Orestino a un decreto del senado que trataba de imponer castigos más severos que los que establecía la ley Acilia Calpurnia del 67 en los procesos de cohecho.
Los esfuerzos para luchar contra la corrupción electoral se habían ido sucediendo en los últimos años: la ley de Sila del 81, la iniciativa de Cornelio en el 67 y la ley del cónsul Pisón del 67, la ley Acilia Calpurnia, que establecía, como castigo para los infractores, multas, la expulsión del senado y la inhabilitación para ejercer un cargo público; el decreto senatorial del 65, al que se refiere este discurso, es un intento más que tampoco dio los resultados esperados. Ya durante el consulado de Cicerón la ley Tulia 2 endureció las penas de la ley Acilia, pues el castigo eran diez años de exilio y, además, prohibía a los candidatos a cargos públicos sufragar espectáculos en los dos años anteriores a la candidatura. En el desarrollo de la asamblea en la que se debatía la propuesta del senado, el tribuno Quinto Mucio Orestino, además de vetar el decreto, declaró que Cicerón no era un candidato digno al consulado y cuando al día siguiente se le preguntó a Cicerón qué opinaba de esa declaración del tribuno, el orador respondió con este discurso, probablemente improvisado, que más tarde puso por escrito y que dirigió contra sus dos principales adversarios en la carrera electoral. Catilina y Antonio respondieron a la invectiva con insultantes y violentas diatribas en las que atacaban, sobre todo, su condición de homo novus .
Cicerón tenía cuarenta y tres años y contaba con el masivo apoyo de toda la sociedad romana gracias a su exitosa carrera como abogado. Había sabido urdir una trama de importantes contactos y lazos de amistad entre caballeros y aliados, y tenía poderosos y acaudalados amigos (Pompeyo o Ático) en los puestos más importantes de la vida pública. Había superado los estadios previos de su carrera política con gran energía y entusiasmo, y en el desempeño de todos los cargos había demostrado una gran capacidad de gestión y honradez. Pero, a pesar de sus apoyos y de su demostrada capacidad, Cicerón era un homo novus y eso suponía una barrera importante, casi infranqueable, para conseguir el consulado. Que obtuviera el primer puesto en las elecciones se debió, quizás, en gran medida, a este discurso, en el que dejó clara la peligrosa naturaleza de sus competidores y planteó al senado el evidente peligro que supondría para Roma que fueran sus competidores, y no él, quienes ganaran esas elecciones. Además, Cicerón era considerado un hombre equilibrado, no un extremista, y toda la sociedad romana buscaba sosiego tras años de luchas civiles.
Lucio Sergio Catilina, el principal destinatario del discurso, era miembro de una aristocrática y arruinada familia de la nobleza romana que no había dado un cónsul a Roma durante los últimos trescientos años (el último Sergio que llegó a cónsul fue Gneo Sergio Fidenas en el 380) y uno de los objetivos de Catilina, cuando empezó su carrera, era restaurar la herencia política de su familia junto con su antigua situación económica. Comenzó desempeñando el cargo de tribuno o prefecto de las tropas auxiliares durante la guerra social a las órdenes del cónsul Gneo Pompeyo Estrabón en el 89. Apoyó a Lucio Cornelio Sila en la guerra civil entre los años 84 y 81 y, durante el gobierno de Cinna, permaneció en una segura situación política que le permitió, una vez que Sila regresó a Italia, renovar su apoyo al dictador sirviendo en su ejército con el cargo de cuestor. Se convirtió en un destacado miembro de la oligarquía y se benefició de las proscripciones.
Desde el 78 hasta el 74 sirvió con Publio Servilio Vatia en Cilicia y en el año 73 fue llevado a juicio acusado de adulterio con la vestal Fabia, que era medio hermana de la esposa de Cicerón. En esta ocasión, Quinto Lutacio Cátulo, líder de los optimates y cónsul del 78, testificó a favor de Catilina y obtuvo la absolución. En el 68 fue pretor y consiguió el gobierno de la provincia de África como propretor para los dos años siguientes. De vuelta en Roma, en el 66, intentó presentarse como candidato en las elecciones consulares. No se sabe con seguridad si su candidatura la presentó a los comicios ordinarios o a los extraordinarios que se convocaron después de que los cónsules electos fueran condenados 3 , pero el cónsul Lucio Volcacio Tulo se lo impidió alegando defectos de forma y Catilina abandonó, por ese año, sus aspiraciones.
Y es ahora cuando, según numerosas fuentes históricas, tuvo lugar la llamada «primera conjuración de Catilina»; pero, a pesar de las frecuentes referencias a este hecho, parece que todas ellas tienen como único origen los datos que proporciona el discurso que presentamos. Al parecer, Catilina, ofendido por no permitírsele el acceso al consulado, conspiró con Gneo Calpurnio Pisón y con los candidatos derrotados ese año para organizar una matanza de senadores y de los nuevos cónsules el mismo día en el que tomaran posesión de sus cargos; después, ellos mismos se nombrarían cónsules y Pisón sería enviado a Hispania para organizar la provincia. En esta conspiración Catilina actuaría como agente de Craso, quien, de haber triunfado el complot, habría sido nombrado dictador con Julio César como lugarteniente. No está claro del todo quién participó en la conjuración que, en cualquier caso, fracasó.
Ya en el 65, llegó a Roma una delegación de la provincia de África que denunció a Catilina en el senado por abuso de poder mientras ejercía su cargo de gobernador 4 y Catilina fue llevado de nuevo a juicio y recibió el apoyo de muchos de los hombres más distinguidos de Roma (incluso Cicerón consideró asumir su defensa). Una vez más, Catilina fue absuelto, pero su absolución no fue suficiente para borrar la sospecha de los crímenes y delitos que todos temían que hubiera podido cometer; la oligarquía decidió retirarle su apoyo y Catilina tuvo que pasar a la oposición con la protección de Craso. En esa ocasión fueron nombrados cónsules para el 64 Lucio Julio César y Gayo Marcio Fígulo; Catilina veía cómo el consulado se le escapaba de nuevo, y en las dos ocasiones por no admitirse formalmente su candidatura; por eso, esperaba las elecciones del 64 como la oportunidad que no podía dejar pasar.
En el verano del 64 Catilina era, junto con Antonio y Cicerón, uno de los tres candidatos con más posibilidades de triunfo. Pero a Catilina le amenazaba un nuevo proceso: ahora se trataba de una acusación por su intervención en las proscripciones silanas, aunque todavía no se había instruido el procedimiento y la acusación no era formal 5 ; por esta razón se admitió su candidatura y Cicerón, otro de los candidatos, esperaba que colaboraría con él en su campaña electoral. Había, además, otros cinco candidatos, de los cuales Gayo Antonio Híbrida (el tío de Marco Antonio) era el único rival serio. Se decía que Catilina y Antonio habían recibido el apoyo de César y Craso, que se habían unido para derrotar a Cicerón y que basaban gran parte de su campaña en el soborno.
Por su parte, el senado, para poner freno a los gastos incontrolables que la campaña electoral estaba ocasionando y a la clara ilegalidad de muchas de las actividades de los candidatos, propuso en ese momento que la ley vigente, la ley Acilia del 67, debería reforzarse con nuevas penas más severas para castigar el delito del soborno electoral; pero el decreto fue vetado por el tribuno Quinto Mucio Orestino. Cicerón se aprovechó de la indignación que había provocado el veto y pronunció este discurso en el que atacaba a sus dos rivales. Los optimates se asustaron porque la aristocracia romana temía los planes económicos de Catilina, que favorecían las reivindicaciones de la plebe y la cancelación completa de las deudas, y, a falta de un candidato más adecuado, apoyaron a Cicerón, a pesar de que era un homo novus , de quien se sabía que contaba con el apoyo de Pompeyo, y a pesar de las conexiones con el orden de los caballeros.
Pero después de las elecciones y a instancias del cuestor Marco Porcio Catón, los hombres que se habían beneficiado con las proscripciones de Sila fueron acusados de asesinato y su número era tan grande que los ediles se vieron obligados a ayudar a los pretores en su cargo y presidir parte de los juicios. Catilina fue acusado de asesinar a Marco Mario Gratidiano, un tribuno del 87, pariente de Cicerón, y de haber paseado la cabeza de éste por las calles de Roma; lo acusaban también de haber asesinado a muchos otros hombres notables de la ciudad como Quinto Cecilio, Marco Volumnio y Lucio Tanusio; lo acusaban además de haberse casado incestuosamente con su hija, después de deshacerse de su anterior esposa, de haber matado a un hijo de un matrimonio anterior e, incluso, de haber asesinado a su propio cuñado y de haber pedido su proscripción posteriormente a Sila para hacer de su muerte un acto legítimo. Entre los jueces estaba César, que presidió el tribunal; finalmente, el acusado fue absuelto y, aunque, como presidente del tribunal, César no era responsable del veredicto del jurado, sí es una prueba de que había hombres influyentes que trataban de preservar a Catilina como candidato. Libre, una vez más, para presentarse como candidato consular, en el año 63 volvió a sufrir una contundente derrota, esta vez a manos de Décimo Junio Silano y Lucio Licinio Murena. Catilina se dio cuenta entonces de que no iba a poder alcanzar por medios constitucionales la más alta magistratura del Estado, cumbre de sus ambiciones políticas.
El otro competidor en la carrera electoral era Marco Antonio Híbrida, segundo hijo de Marco Antonio, el orador, y tío del triunviro. Acompañó a Sila en la guerra contra Mitrídates y, cuando Sila regresó a Roma en el 83, él se quedó en Grecia con parte de la caballería y expolió Acaya; por ello fue llevado en el 76 ante el pretor Marco Terencio Varrón Lúculo y Gayo César, muy joven, actuó como defensor de los demandantes griegos. Cuando el pretor les dio la razón, Antonio llamó a los tribunos y alegó que se retiraba del caso porque no se le estaba tratando conforme a derecho. Antonio fue expulsado del senado en el 70 por los censores Lucio Gelio Publicóla y Gneo Cornelio Léntulo Clodiano, que esgrimían los abusos que Antonio había cometido contra los aliados, el haber despreciado el proceso del 76 y sus numerosas deudas; pero, a pesar de todo, al poco tiempo fue readmitido. Celebró su cargo de edil con muchísimo esplendor y en su pretura (en el 65) tuvo a Cicerón como colega quien, si hacemos caso a lo que nos dice en este discurso, lo apoyó para que ascendiera desde los últimos puestos al tercero. Durante su candidatura al consulado, al parecer, se alió con Catilina para, valiéndose del soborno, desbancar la candidatura de Cicerón.
Pocos días después de que se pronunciara este discurso se celebraron las elecciones y Cicerón resultó elegido en primer lugar y Antonio en segundo, como colega de Cicerón en el consulado. Catilina, una vez más, veía cómo se le escapaba el consulado y decidió que no lo volvería a intentar con medios legales: en ese momento comenzó la verdadera conjura de Catilina.