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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEl defendido por Cicerón en este discurso era un griego que había nacido por el año 120 en Antioquía, la ciudad más importante de Siria, en el seno de una familia acomodada, por lo que recibió una esmerada educación 1 que le permitió, apoyado en sus habilidades naturales, crearse ya desde muy joven una fama como poeta que sobrepasaba los límites de su ciudad natal. Una de sus principales habilidades era la improvisación 2 y en esta capacidad Cicerón lo iguala con el poeta Antípater de Sidón, que podía con absoluta facilidad crear cuatro versos en cualquier metro sobre un tema dado en un momento concreto. Según Cicerón, sus contemporáneos consideraban los poemas escritos por Arquias como merecedores de la misma gloria que las obras de los antiguos poetas griegos.
En el 103 y, posiblemente debido a la complicada situación política del momento, Arquias, todavía muy joven, inició un largo viaje que lo apartó de su patria. Pasó por diversas ciudades de Asia, luego por Grecia y desde Grecia marchó a la zona de la Magna Grecia y llegó a Roma en el 102 en el consulado de Mario y Cátulo. Si creemos lo que nos cuenta Cicerón, el viaje de Arquias fue algo así como un paseo triunfal, pues en todas partes se le recibía con el mayor entusiasmo, especialmente en la Magna Grecia, en donde había un sustrato latino importante y su capacidad de improvisación se valoraba de forma especial 3 . La intensa actividad intelectual de esta zona de Italia aseguraba una cálida acogida a los hombres de letras, y los de Tarento, Regio, Nápoles y Locrio 4 concedieron a Arquias la ciudadanía y le rindieron honores públicos. Cuando Arquias llegó a Roma, su fama le precedía.
Roma disfrutaba, en esos momentos, de una confortable paz y las artes y las ciencias florecían por doquier. El gran impulso que el círculo de los Escipiones había dado a la cultura griega seguía vivo, y el mecenazgo de hombres de letras y artistas, en especial de griegos, estaba de moda entre las familias de la aristocracia. Muchos poetas, retóricos y filósofos griegos encontraron cobijo en las casas más nobles, y Arquias, en muy poco tiempo, intimó con las mejores familias de la aristocracia romana 5 : fue huésped de Cátulo, el cónsul del 102, y compuso un poema en su honor cantando el triunfo que él y su colega Mario habían conseguido sobre los cimbrios y los teutones. Pero sus patrones definitivos fueron los Lúculos, una familia a la que estuvo, durante toda su vida, muy unido.
Lucio Licinio Lúculo, el cabeza de familia, estaba ausente de Roma en el año 102, pues era propretor de Sicilia. Uno de sus hijos, Lucio, el vencedor sobre Mitrídates, fue un enamorado del mundo griego durante toda su vida y su otro hijo, Marco, también fue un hombre muy cercano al mundo cultural del momento. Cuando Lucio Licinio Lúculo, el padre, regresó de su propretura en Sicilia, fue juzgado y condenado por su falta de honradez en el desempeño de sus deberes. El caso fue tan escandaloso que, incluso Quinto Metelo Numídico, pariente suyo, se negó a presentarse como testigo de la defensa en su proceso. Sus hijos, llevados por el honorable sentimiento de deber filial, hicieron todo lo que estaba en sus manos para vengar la afrenta que su padre había sufrido y, por ello, iniciaron un proceso judicial contra el que había acusado a su padre: Servilio; posiblemente fuera para recoger testimonios para este proceso por lo que Marco Lúculo viajó a Sicilia, y en su viaje le acompañó Arquias. Cuando regresaron de Sicilia, se detuvieron en Heraclea 6 , una ciudad griega en el golfo de Tarento donde probablemente vivía exiliado el padre de Marco. Las ciudades romanas solían contar con un líder político romano como patrono oficial y es posible que hubiera una relación especial entre Heraclea y la familia de los Lúculos; quizá por eso la ciudad de Heraclea nombró ciudadano suyo a Arquias, como una prueba de respeto hacia sus protectores, los Lúculos, y aunque Arquias ya tenía el rango de ciudadano libre que le habían concedido varias ciudades italogriegas (algunas más importantes que Heraclea), él siempre se declaraba ciudadano de Heraclea para dejar claro el patronazgo de los Lúculos 7 .
A lo largo de su historia, Roma siempre estuvo bien dispuesta a conceder el derecho de ciudadanía a comunidades enteras, pero resultaba extraordinariamente difícil que un extranjero consiguiera la ciudadanía de forma individual. Al finalizar la guerra itálica, Roma concedió el derecho de ciudadanía a todos los itálicos. En el 90, Lucio Julio César 8 presentó una ley que concedía el derecho de ciudadanía a todas las ciudades de Italia con excepción de las que habían apoyado la rebelión contra Roma, siempre que estas comunidades dieran su consentimiento a que se les incorporara al grupo de ciudadanos romanos 9 . Arquias podía haber obtenido la ciudadanía por esta ley, pues él era ciudadano de Nápoles, Heraclea, Tarento y Regio. En el año 89 los tribunos Marco Plaucio Silvano y Gayo Papirio Carbón promulgaron la ley Plaucia Papiria, que concedía la ciudadanía a todos los que pudieran probar que sus nombres estaban inscritos en el censo de los ciudadanos de cualquier ciudad de Italia cuyas relaciones con Roma estuvieran reguladas por un tratado formal (foedus ), que los ciudadanos tuvieran domicilio en Italia y que, dentro de los sesenta días posteriores a la promulgación de la ley, hubieran inscrito sus nombres en los libros de uno de los pretores del año 10 . Arquias aseguraba que era ciudadano romano gracias a esta ley, pues se había presentado ante su buen amigo Quinto Metelo Pio 11 , uno de los pretores del 89, y éste había admitido su solicitud porque era ya un ciudadano de Heraclea y porque tenía un domicilio fijo en Roma. Arquias toma ahora el nombre de Aulo Licinio Arquias, porque era el nomen de la gens a la que pertenecían los Lúculos, y el poeta lo adoptó como hacían los esclavos, que solían adoptar el nombre de sus antiguos dueños y nuevos patronos, cuando sus amos les concedían la libertad.
Arquias estaba en Roma en el 89, pero desde el 86 al 70 estuvo fuera de Roma en el séquito de Lucio Lúculo 12 cuando el general partió para el este y estuvo con él hasta su muerte en el 59. Los nuevos ciudadanos no iban a aparecer en las listas del censo antes del 86, y en esos momentos Archias estaba en Asia con Lucio Lúculo, que era cuestor de Sila. En el 70 Archias todavía no había entrado en las listas del censo porque seguía en Asia con Lúculo, y en el 65 y en el 64 no hubo censo. Lo último que sabemos sobre Arquias es que estaba vivo en el 44 y que era ya un anciano.
Aunque Cicerón nos asegura que ni siquiera puede recordar el momento en el que conoció a Arquias y que desde su más tierna infancia el poeta fue para él un acicate para su dedicación a los estudios literarios, esta referencia es un mero recurso oratorio, pues desde el año 102 hasta el 88, Arquias vivió en medio del círculo de los optimates y es muy poco probable que Cicerón pudiera tener una relación muy cercana con el poeta. Lucio Lúculo estuvo en Roma en el 79 como edil, en el 78, como pretor y en el 74, como cónsul y, entre Lucio Lúculo y Cicerón nunca hubo una gran amistad, pues sus relaciones fueron siempre distantes, frías, educadas y fruto de sus intereses políticos.
Antes de que Cicerón pronunciara este discurso, Arquias había empezado un poema sobre un asunto que Cicerón consideraba de lo más noble y útil para el Estado: la represión de la conjura de Catilina 13 . Sin lugar a dudas, las causas que llevaron a Cicerón a asumir la defensa de Arquias fueron principalmente razones políticas, pero, al mismo tiempo, podemos entender con facilidad que Cicerón estuviera más que satisfecho de que se le presentara esta oportunidad de hacer al poeta deudor de su elocuencia, para poder forzarle así a completar con mayor rapidez el poema. Sabemos que Cicerón estaba disgustado con Arquias por la lentitud con la que avanzaba este poema, pues el poeta había dedicado su tiempo a cantar las hazañas de Lúculo en el este 14 y en escribir un poema en honor de los Metelos, sus grandes amigos. Y así, a finales del 62, después de que Cicerón le hubiera defendido en este proceso, el poema de Arquias sobre el consulado del orador no había avanzado nada. Cicerón ya había escrito él mismo un poema sobre su consulado; en este momento lo traduce al griego y se lo envía a Arquias, quien, según opina Cicerón, seguramente se desanimó y no completó su propio poema por la envidia que le produjo el poema que el orador había escrito 15 .
Durante veintisiete años después de la promulgación de la ley Plaucia Papiria (desde el 89 hasta el 62), Arquias disfrutó de los privilegios de la ciudadanía romana sin ningún problema, e hizo su testamento según lo estipulado por el derecho romano y seguro de que los tribunales lo reconocerían como tal; además, sólo los ciudadanos romanos con plenos derechos podían recibir herencias de ciudadanos romanos y Arquias las había recibido a lo largo de esos años. Lucio Lúculo también lo había reconocido como ciudadano romano al proponer al tesoro de Roma recompensas en favor de Arquias por los servicios que éste había prestado a Roma al acompañarle en su campaña militar por el este 16 .
Sin lugar a dudas, la acusación contra Arquias tenía una finalidad claramente política y se dirigía contra Lucio Lúculo, pues existía una intensa rivalidad entre los dos mejores generales del momento: Lucio Lúculo y Gneo Pompeyo. Esta rivalidad había nacido de su interés por conseguir, cada uno de ellos en exclusiva, el favor de Sila y se había acentuado tras la brillante carrera de Lúculo en el este; cuando Lúculo regresó a Roma, una gran parte del senado vio en él a la persona adecuada para que les librara de la tiranía que Pompeyo estaba ejerciendo sobre ellos. Los seguidores de cada uno de los dos líderes se enfrentaron muy a menudo y, aunque Lucio Lúculo no intervenía mucho en política, el miedo que le suscitaba a Pompeyo pudo ser la causa de que el general se arrojara a los brazos de César y Craso.
Es probable que la acusación contra Arquias fuera una escaramuza más de esta lucha sorda entre Pompeyo y Lúculo por el triunfo. En la Roma de estos momentos, uno de los recursos favoritos para molestar a un adversario político era iniciar acusaciones y procesos contra sus amigos, pues los enfrentamientos políticos se dirimían tanto en el senado o los comicios como en los tribunales. Había muchas asociaciones con grupos de espías perfectamente organizados y delatores que tenían conexiones, más o menos claras, con grupos políticos y vivían de los procesos judiciales de los que obtenían sustanciosas ganancias 17 .
Los enemigos de Lúculo utilizaron como arma arrojadiza contra Arquias la ley Papia; antes de esta ley, hubo otra, presentada por el tribuno Marco Junio Peno, que prohibía que los extranjeros se quedasen en Roma 18 . Este tipo de legislación era poco habitual en Roma, en donde los extranjeros normalmente recibían una buena acogida; en ocasiones, el senado, y por razones de Estado, solicitaba a sus magistrados la expulsión de Roma de algunos extranjeros y es en este ámbito en el que debemos entender este tipo de leyes. En el caso de la ley Papia, se buscaba expulsar de Roma al grupo de extranjeros liderado por Catilina y sus seguidores, que se había apoderado de las calles y del foro y que estaba haciendo muy difícil el control de Roma. La ley Papia era, en realidad, consecuencia de un importante movimiento contra la corrupción electoral que dio lugar a numerosas leyes y medidas contra el soborno.
En este proceso el acusador era un tal Gracio, un personaje al que sólo conocemos por este discurso. El papel de acusador en un proceso se consideraba en Roma inadecuado para un hombre con cierta distinción y categoría social. El abogado defensor, por el discurso que tenemos, no se tomó muy en serio la acusación. Lucio Lúculo y sus poderosas amistades podrían haber recurrido a los servicios de los más eminentes defensores, de haberlo considerado necesario. En una circunstancia similar, como fue el proceso contra Balbo, hombres como Pompeyo, Craso y Cicerón participaron en su defensa. En este juicio sólo estaba Cicerón, y que éste aceptara este encargo podía leerse como un signo claro de que el orador apoyaba y se adhería al grupo de Lúculo en el senado y que disentía de los partidarios de Pompeyo, quienes, a pesar de declararse conservadores y miembros del orden aristocrático, recurrían a las bandas organizadas y a la demagogia, recurso no muy del gusto del orador.
El partido aristocrático se ajustaba al orden y al gobierno institucionalmente establecidos y estaba representado en estos momentos por Lúculo y su grupo de senadores. Además de su inclinación personal por esta opción política, Cicerón tenía razones personales para asumir la defensa de Arquias, pues, desde que dejó su cargo de cónsul, se había visto atacado con fiereza por amigos y seguidores de Pompeyo, que mostraban su desacuerdo por el modo con el que Cicerón se había enfrentado a la conjura de Catilina. Habían intentado presentar a Pompeyo como dictador para castigar a Cicerón y al senado, un intento al que se puso fin gracias a las medidas extremas adoptadas por el senado.
La base de la acusación de Gracio se articulaba en dos principios: en primer lugar en que Arquias no podía presentar evidencia documental completa que probara su ciudadanía, y, en segundo lugar, en que Arquias nunca se había inscrito como ciudadano. Al parecer, Gracio no negaba que Arquias hubiera cumplido con las tres condiciones que establecía la ley Papia, pues tenía un domicilio en Roma, había dado su nombre al pretor en los sesenta días siguientes a la promulgación de la ley y su nombre estaba inscrito en los libros de registro de Metelo 19 , pero los archivos de Heraclea se habían perdido en un incendio durante las guerras sociales y Gracio afirmaba que la admisión de Arquias como ciudadano de Heraclea no podía probarse. Este cargo lo refutaron con facilidad los testimonios de la corporación de Heraclea y el testimonio del propio Marco Lúculo, que había sido testigo y había participado en las formalidades.
La otra objeción de Gracio se refería al censo, pero resultaba muy confusa, ya que Gracio no podía afirmar que aquel cuyo nombre no estuviera en el censo no fuera un ciudadano romano; si se admitía esto, entonces deberían haber sido despojados de sus derechos ciudadanos un gran número de romanos, pues entre el 86 y el 61 el censo sólo se revisó en una ocasión, en el 70. Posiblemente lo que Gracio quería decir era que había sólo dos caminos por los que Arquias podía haber alcanzado la ciudadanía romana como ciudadano de Heraclea: o bien al amparo de la ley Plaucia Papiria, o bien que hubiera pasado a formar parte de los ciudadanos romanos con el resto de los ciudadanos de Heraclea cuando ésta dejó de ser una ciudad federada y se convirtió en municipio con la ley Julia. Como Arquias no podía probar uno de los supuestos de la ley Plaucia Papiria, si adquirió la ciudadanía bajo la ley Julia, su nombre debería aparecer inscrito, pues cuando se concedía la ciudadanía a una ciudad entera, los censores acostumbraban a añadir toda la nueva población de ciudadanos al grupo de ciudadanos romanos, y el nombre de Arquias no figuraba inscrito en ninguna parte en la lista de los censores.
A esto Cicerón responde con soltura y claridad: Publio Licinio Craso y Lucio Julio César, los censores del 89, habían propuesto distribuir a los nuevos ciudadanos nombrados bajo la ley Julia en ocho tribus, pero estos censores dejaron su cargo sin ni siquiera haber comenzado su trabajo. La distribución la llevaron a cabo Lucio Marcio Filipo y Marco Perpena en el 86, pero en esta fecha Arquias estaba en el este con Lúculo. El siguiente censo se hizo en el 70 y Lúculo y Arquias estaban de nuevo en el este 20 . Cicerón no cree que merezca la pena mencionar que, aunque hubo censores en el 65 y el 64, no se hizo nada respecto al censo.
El caso contra Arquias no era grave, sino más bien molesto, engorroso y con escaso fundamento. En el caso de que Arquias hubiera resultado condenado, habría podido restablecer su condición de ciudadano con facilidad. Al parecer, Gracio no buscaba en su acusación que se condenara a Arquias por haber actuado como un ciudadano, sin serlo; lo que realmente buscaba era una declaración del jurado que exiliara al acusado de Roma y que obligara a Lúculo a separarse, aunque fuera de manera temporal, de su gran amigo Arquias.
No sabemos bien ante qué jurado se desarrolló este proceso. Si la ley no establecía un jurado especial para tratar temas de extranjería, es posible que el caso se presentara ante un jurado de maiestate , una calificación que cubría la traición, la sedición y la oposición al orden establecido. Quizás el proceso lo presidió Quinto Tulio Cicerón, hermano del orador. Quinto escribía poesía y admiraba el mundo cultural griego del que era un buen conocedor y, por lo tanto, seguramente fue un presidente proclive a admitir y disfrutar del discurso de su hermano sobre la literatura, un tema escasamente adecuado para tratarlo ante un tribunal, como el propio orador reconoce. Los miembros de este tribunal serían, por la ley de Cota 21 , senadores, caballeros y tribunos del tesoro.
En cuanto a la fecha en la que se pronunció el discurso, es probable que se trate del año 62, ya que en este año Quinto Tulio Cicerón fue pretor; el discurso deja claro que el consulado de Cicerón ya había terminado 22 , y si los censores del año 61 hubieran sido nombrados, se les habría mencionado. El elogio de Lucio Lúculo 23 , que parece eludir intencionadamente cualquier alusión a la carrera militar de Pompeyo en el este, quizás indica que se trata del año 62, pues en el 61 Cicerón intentaba ya reconciliarse con Pompeyo. El proceso posiblemente terminó con la absolución de Arquias, pero no tenemos noticias claras sobre ello. Un año más tarde, Cicerón, en una de sus cartas, se refiere con afecto al poeta y habla de que reside en Roma.
Este proceso, cualquiera que fuera su resultado, ha preservado el nombre del poeta Arquias aunque no nos hayan llegado sus obras; sabemos que escribió un poema dedicado a Gayo Mario sobre la guerra contra los cimbrios y que compuso otro a su patrono Lucio Lúculo sobre la guerra contra Mitrídates. Sabemos que también dedicó una obra —posiblemente un epigrama— al actor Quinto Roscio, a quien su nodriza encontró, cuando era un bebé y estaba en su cuna, con una serpiente enrollada en su cuerpo, un evento que se interpretó como una señal favorable de su posterior fama 24 .
El lector, tras la lectura de este discurso de Cicerón, percibe que se trata de un discurso «extraño», poco habitual en el estilo y la temática de otros discursos, pues la mayor parte tiene poco o nada que ver con el aspecto legal de la causa. Sin embargo, no debemos olvidar que un buen orador romano, en su discurso de defensa, para inclinar la voluntad de los jueces a favor de su cliente, tiene que utilizar todos los recursos, se ajusten o no de manera estricta al tema del proceso o a la costumbre y rutina judicial. Cuando Cicerón alude a los servicios que al Estado puede prestar un hombre de letras y los servicios que Arquias había prestado a Roma y qué pérdida supondría para la comunidad si se abandonara el estudio de las letras, si Arquias fuera expulsado de Roma, es un argumento que encaja perfectamente con las ideas romanas de la patria, del bien común, de la defensa de los principios que hacen grande al Estado. El patriotismo de un jurado romano era quizás uno de los puntos más sensibles que un buen abogado defensor podía tocar en favor de su defendido y, de hecho, la mayor parte de las digresiones de Cicerón, a veces irrelevantes en apariencia, en éste y en otros discursos, buscan apelar ante el jurado al sentido de la patria y de colectividad del pueblo romano.
Además, hay que tener en cuenta otra circunstancia: el discurso no es, casi con toda seguridad, el que Cicerón pronunció en realidad, sino una versión revisada y corregida años más tarde para ser publicada. Pues Cicerón, en los casos menos importantes, antes de pronunciar un discurso, elaboraba con gran cuidado y detenimiento el exordio y la peroración. Se aprendía estas dos partes de memoria y el resto del discurso (hechos, argumentos, contrargumentos…), simplemente lo organizaba en un esquema que luego completaba improvisando mientras transcurría la causa. Cuando preparaba sus discursos para la publicación, dejaba de lado parte de la argumentación más somera y básica, y elaboraba y expandía otras partes en las que trataba aspectos más generales.
El caso de Arquias es excepcional, pues los hechos eran claros y simples, y podría parecer que daban poco juego para introducir argumentos elaborados o dar paso a la erudición. Es como si Cicerón hubiera pensado que para que un asunto tan simple pudiera interesar de alguna manera a la posteridad, debería mostrar habilidad y maestría en tratar este tema de una manera extraordinaria; y el resultado es este discurso, tan especial y diferente, en defensa del poeta Arquias.