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EN DEFENSA DE AULO LICINIO ARQUIAS
ОглавлениеSi algún talento poseo, jueces, cuyos límites bien conozco, [1] [1 ] o si tengo cierta práctica oratoria en la que no niego que estoy un poco versado, o si sobre este asunto tengo algún conocimiento 1 adquirido con el estudio y el aprendizaje constante de las artes liberales (de las que, confieso, no me he apartado en ningún momento de mi vida) quizá sea este Aulo Licinio 2 quien con más derecho debe reclamarme el fruto de esto.
Pues hasta donde mi memoria puede remontarse en el pasado y evocar el último recuerdo de mi niñez, cuando rememoro desde ese momento hasta el día de hoy, veo que es él quien se alza como mi guía, para emprender e incluso para profundizar en estos estudios. Y si esta voz, adiestrada por sus exhortaciones y preceptos, supuso la salvación para algunos, es justamente a aquel que me mostró la forma de ayudar a los demás y de salvar a muchos, a quien debo, en la medida de mis posibilidades, ayudar y salvar.
[2] Y para que nadie se extrañe de que yo me exprese en estos términos 3 porque crea que en Arquias se manifiesta otro tipo de talento distinto a la oratoria, debo decir que yo tampoco me he dedicado nunca, de forma exclusiva, a estos estudios 4 , pues todas las artes que atañen a la formación integral del hombre poseen una especie de vínculo común y se encuentran ligadas entre sí como por un parentesco. [2 ] [3] Pero para que a ninguno de vosotros os cause extrañeza que en un tribunal legal y en un proceso público, cuando la vista tiene lugar ante un hombre tan sumamente distinguido como lo es un pretor del pueblo romano, ante tan justos jueces y en presencia de tan nutrida concurrencia, yo emplee un estilo oratorio que se aparta no sólo de las costumbres judiciales, sino incluso de la oratoria forense 5 , os ruego que, en este proceso, me concedáis una venia en consonancia con este acusado, venia que, así lo espero, no os ha de resultar desagradable; que cuando hable en defensa de tan eximio poeta y eruditísimo varón, ante esta audiencia tan sumamente culta, ante vosotros, jueces tan cultivados y, finalmente, ante este pretor que preside el proceso 6 , se me permita hablar con mayor extensión de lo habitual sobre la cultura y las letras y que, al tratarse de un hombre cuya vida tranquila y estudiosa lo mantuvo por entero alejado de los peligros de los pleitos, pueda yo utilizar un estilo oratorio en cierto modo nuevo e inusual. Y si veo que me otorgáis y concedéis [4] esta licencia, conseguiré, sin duda, que admitáis que este Aulo Licinio no sólo no debe ser excluido de las listas de ciudadanos, pues legalmente es un ciudadano, sino que, incluso, si no lo fuera, deberíais incluirlo en ellas.
Pues Arquias, tan pronto como salió de la infancia y, tras [3 ] terminar aquellos estudios en los que se instruye a los niños para lograr su formación integral, se entregó a su afición por la escritura; primero lo hizo en Antioquía 7 (pues había nacido allí en una ilustre familia), una ciudad, en otros tiempos, populosa y rica, centro de los hombres más instruidos y de numerosos estudios literarios, donde muy pronto empezó a aventajar a todos por la fama de su talento; después, en los demás lugares de Asia y en toda Grecia, su llegada se celebraba con tal entusiasmo que la curiosidad por verlo superaba la fama de su talento, y la admiración que suscitaba su persona cuando llegaba superaba la expectación inicial.
Estaba Italia, en esos momentos, invadida por las artes y [5] disciplinas griegas 8 y, aunque estos estudios se seguían entonces en el Lacio con mayor entusiasmo del que sienten estas mismas ciudades en la actualidad, tampoco se descuidaban aquí, en Roma, debido a la tranquilidad de la que disfrutaba el Estado. Y así, los habitantes de Tarento, los de Lócrida, los de Regio y Nápoles 9 concedieron a Arquias el derecho de ciudadanía y las demás distinciones; y todos cuantos, de algún modo, podían apreciar su talento, lo consideraron digno de su reconocimiento y hospitalidad. Cuando tan gran celebridad de su fama logró que lo conocieran incluso quienes nunca lo habían visto, vino a Roma durante el consulado de Mario y Cátulo 10 . En primer lugar, encontró unos cónsules que podían ofrecerle el uno, grandes hazañas para su pluma 11 y el otro, no sólo empresas gloriosas, sino también, una opinión fundada y buen gusto 12 . Inmediatamente después, aunque Arquias era todavía un joven de toga pretexta 13 , los Lúculos lo acogieron en su casa. No sólo era prueba de su talento y erudición, sino también de su honradez y virtud el que la casa que primero lo acogió en su juventud seguía siendo para él la más querida y cercana en su vejez.
En aquellos tiempos resultaba especialmente agradable al [6] famoso Quinto Metelo Numídico y a su hijo Pío; escuchaba sus obras Marco Emilio 14 ; las puertas de la casa de Quinto Cátulo y las de su hijo estaban siempre abiertas para él; Lucio Craso 15 cultivaba su amistad y, como los Lúculos, además de Druso 16 y los Octavios 17 , Catón y toda la familia de los Hortensio estuvieron fuertemente ligados a él por lazos de amistad. Gozaba de la máxima consideración, pues no sólo lo estimaban quienes deseaban aprender y escucharle 18 , sino también quienes quizá lo aparentaban.
Tras un prolongado lapso de tiempo, Arquias marchó a [4 ] Sicilia con Marco Lúculo y, cuando regresó con él de esa misma provincia, se dirigió a Heraclea 19 . Como esta ciudad gozaba de grandes privilegios y estaba federada a Roma, quiso inscribirse en ella como ciudadano y lo consiguió ante los de Heraclea, no sólo porque sus cualidades personales le hicieron merecedor de ello, sino también por el prestigio y la influencia de Lúculo.
El derecho de ciudadanía se le concedió al amparo de la ley [7] de Silvano y Carbón 20 : «Se les otorgará el derecho de ciudadanía a quienes se encuentren inscritos en ciudades aliadas siempre que, en el momento de promulgarse la ley, tuvieran domicilio en Italia y en el plazo de sesenta días se hubieran presentado ante el pretor». Como Arquias estaba domiciliado en Roma desde hacía ya muchos años, se presentó ante el pretor Quinto Metelo, íntimo amigo suyo.
[8] Nada más tengo que decir, si sólo se trata del derecho de ciudadanía y del cumplimiento de la ley: mi defensa ha terminado. Pues ¿qué puede refutar Gracio de todo esto? ¿Es que vas a negar que en ese momento estuviera inscrito en Heraclea? Aquí está Marco Lúculo, un hombre de la máxima solvencia, escrupulosidad y rectitud 21 que afirma no que lo supone, sino que lo sabe, no que lo había oído, sino que lo había visto, no que había estado simplemente presente, sino que él mismo lo había llevado a cabo. Están aquí los legados de Heraclea, hombres muy distinguidos que han venido expresamente para este proceso con el encargo de testificar públicamente que Arquias había sido inscrito como ciudadano de Heraclea. Y en esta situación ¿tú solicitas los registros públicos de los heraclenses, unos registros que, como todos sabemos, desaparecieron en el incendio del archivo que tuvo lugar durante la guerra itálica 22 ?
Es ridículo no decir nada ante las pruebas que tenemos y pedir las que no podemos tener; enmudecer ante el testimonio de personas y reclamar el testimonio de los escritos y, para terminar, cuando se cuenta con la garantía de un hombre tan sumamente notable, con el juramento y la declaración de un municipio tan irreprochable, rechazar unas pruebas que, en modo alguno, pueden falsearse y reclamar unos registros que, como tú mismo reconoces, suelen estar falsificados.
[9] ¿Es que no tuvo domicilio en Roma quien, tantos años antes de que se le concediera el derecho de ciudadanía, fijó en Roma el asiento de todos sus negocios y fortuna? ¿Es que no hizo la declaración? Ya lo creo que la hizo y, de todas las declaraciones presentadas en ese momento ante el colegio de pretores, la suya fue la única apoyada por una documentación que poseía todo el peso de la ratificación oficial.
En efecto, se decía que los registros de Apio 23 se llevaban [5 ] con bastante negligencia, y que los de Gabinio 24 habían quedado privados de toda autoridad por la imprudencia con la que desempeñó su cargo y por el descrédito que sufrió tras la condena; Metelo, en cambio, una persona escrupulosa y mesurada en extremo, procedió tan solícitamente que se presentó ante el pretor Lucio Léntulo y ante los jueces y les comunicó que estaba profundamente consternado por la raspadura de un solo nombre. Pues bien, no veis en estos registros ninguna raspadura en el nombre de Aulo Licinio.
Y siendo así, ¿qué motivo hay que os haga dudar sobre su [10] derecho de ciudadanía, sobre todo cuando también estuvo adscrito en otras ciudades? Cuando en la Magna Grecia concedían fácilmente el derecho de ciudadanía a muchos mediocres sin ocupación o de muy bajo oficio, ¿es creíble que los de Regio, Lócrida, Nápoles o Tarento hayan negado a Arquias, dotado de la mayor gloria del talento, aquello que acostumbraban a regalar a los cómicos 25 ? ¿Y qué? Mientras los demás consiguieron, de algún modo, inscribirse en los registros de esos municipios, no sólo tras la concesión de la ciudadanía, sino incluso una vez promulgada la ley Papia 26 ¿éste, que ni siquiera recurre a esos registros en los que fue inscrito porque siempre quiso ser heraclense, va a ser rechazado?
[11] Investigas nuestros censos. Naturalmente 27 . Es todo un secreto que en el último censo él estaba en el ejército acompañando al famosísimo general Lucio Lúculo; que en los anteriores estuvo en Asia con el mismo Lúculo que era entonces cuestor; que en la época de los primeros censores, Julio y Craso 28 , no se llevó a cabo censo alguno en el pueblo romano 29 . Pero ya que el censo no garantiza el derecho de ciudadanía y sólo es indicio de que quien está en él ya se ha comportado como un ciudadano, en esos momentos, éste a quien tú acusas de que, ni siquiera en su propio entender, estaba incluido en el derecho de los ciudadanos romanos, no sólo otorgó testamento en repetidas ocasiones según nuestras leyes y aceptó herencias de ciudadanos romanos, sino que también Lucio Lúculo, entonces procónsul, lo incluyó en el erario como merecedor de gratificaciones 30 . Busca argumentos, si es que puedes; pues Arquias jamás quedará convicto ni por confesión propia, ni por la de sus amigos.
Me preguntas, Gracio, por qué me agrada tanto este hombre. [12] [6 ] Porque le ofrece a mi espíritu la posibilidad de reponerse del bullicio del foro y a mis oídos, fatigados por los debates, el descanso que necesitan; ¿o es que piensas que podría bastarnos lo que diariamente decimos en asuntos tan dispares, si no cultivásemos nuestras almas con el estudio, o que nuestras almas soportarían un esfuerzo tan grande si no las relajásemos con este estudio? Por lo que a mí respecta, confieso que yo sí me he entregado a estos estudios. Que se avergüencen los demás si se encerraron en las letras de tal manera que no pueden aportar ventaja alguna al bien común o exponerlo a la luz pública. Pero lo que es yo, ¿de qué me voy a avergonzar si, desde hace tantos años, llevo una vida tal que en ella jamás ni el descanso me ha apartado o mi placer me ha distraído, o, en fin, el sueño me ha retrasado de las causas que implicaban riesgo o defensa de alguien?
Por lo tanto ¿quién podrá censurarme o quién me va a reprochar [13] con motivo, si, para entregarme a estos estudios, he utilizado el mismo tiempo que se concede a los demás para atender sus negocios, para dedicarse al juego en los días de fiesta o para otros placeres y para el descanso del espíritu y del cuerpo o el tiempo, en fin, que los demás gastan en interminables banquetes o en jugar a los dados 31 o a la pelota? Y esto se me debe conceder tanto más cuanto que con tales estudios se incrementan mis dotes oratorias que, en la medida en que las tengo, jamás han faltado a mis amigos en los momentos de peligro. Si a alguien le parecen de escaso valor, bien sé yo en qué fuente bebo cuanto de insigne hay en ellas.
Pues si desde mi juventud los preceptos y la multitud de [14] obras de numerosos autores 32 no me hubieran convencido de que no hay que ambicionar intensamente en la vida nada que no sea la gloria y el honor y de que, para alcanzarlos, deben estimarse en poco todos los tormentos físicos y todos los riesgos de muerte y exilio, jamás, por salvaros, me habría expuesto yo a tantos y tan terribles enfrentamientos y a estos cotidianos ataques de personas tan perversas. Pero todos los libros, los consejos de los sabios y la antigüedad están llenos de ejemplos; ejemplos que quedarían en la oscuridad si la luz de las letras no los iluminara. ¡Cuántos semblantes de nobilísimos personajes escritores griegos, e incluso latinos, nos dejaron modelados no ya para admirarlos, sino, sobre todo, para imitarlos! Teniéndolos en todo momento en mi mente en el desempeño de mis funciones públicas, moldeaba yo mis sentimientos e ideas precisamente con la reflexión que me sugerían hombres tan insignes.
[7 ] [15] Y alguien preguntará: «¿Cómo? ¿Es que esos mismos hombres tan ilustres, cuyos valores han relatado los libros, se formaron en esa doctrina que tú tanto ensalzas?». Es difícil asegurar esto de todos, pero, no obstante, lo que voy a responder es indudable. Reconozco que ha habido muchos hombres sin instrucción y con una disposición y unos valores excelentes y que ha habido hombres que, por sí mismos, fueron moderados e incluso firmes, gracias a un instinto natural, casi divino. Es más, añado que, para alcanzar la gloria y la virtud, con más frecuencia ha servido la buena disposición natural sin instrucción, que la instrucción sin la disposición natural. Y, cuando el método y la formación constantes se añaden a una disposición natural distinguida y brillante, entonces yo, personalmente, sostengo que suele producirse un no sé qué grandioso y especial.
En este grupo de personajes se encontraba un hombre divino, [16] el Africano 33 , a quien nuestros antepasados llegaron a conocer. En este grupo estaban igualmente Gayo Lelio y Lucio Furio 34 , hombres sumamente moderados y prudentes; en este grupo también estaba Marco Catón el Viejo 35 , el hombre más valiente y sabio de su momento; y en verdad, si en nada les hubieran ayudado las letras para el conocimiento y la práctica de la virtud, todos ellos jamás se habrían dedicado a su estudio. Y si este fruto tan importante no se manifestase externamente y si sólo se buscara en tales estudios el placer espiritual, a pesar de ello, creo yo, deberíais considerar este recreo del espíritu como el más propio del hombre y de un ciudadano libre. Pues otros placeres no son adecuados a todas las épocas, ni a todas las edades y lugares; en cambio, estos estudios educan la juventud, deleitan la madurez, realzan los momentos felices, ofrecen refugio y consuelo en la adversidad, satisfacen en casa, no estorban fuera, velan y viajan con nosotros, nos acompañan en el campo.
Y aunque personalmente no pudiéramos abordar estos estudios [17] [8 ] ni saborearlos para nuestro deleite, sin embargo, deberíamos admirarlos, incluso, cuando los vemos en otros. ¿Quién de nosotros es tan rudo e insensible en su corazón que no se haya conmovido con la reciente muerte de Roscio 36 ? Éste, aunque ha muerto anciano, sin embargo, debido a su extraordinario talento artístico y a su encanto, parecía que, de ninguna manera, tendría que morir. Si él, sólo con sus ademanes corporales había conseguido el afecto de todos nosotros, ¿vamos a desdeñar los increíbles movimientos espirituales y la agilidad intelectual?
[18] ¡Cuántas veces he visto yo a este Arquias, jueces, (pues voy a aprovechar vuestra buena disposición, ya que me estáis escuchando con tanta atención en este discurso de inusitado estilo), cuántas veces, repito, lo he visto improvisar, sin haber escrito una sola letra, un gran número de excelentes versos sobre temas que en esos momentos se estaban tratando! ¡Cuántas veces, al rogarle que repitiese, lo he visto repetir lo mismo cambiando las palabras y las ideas! En cuanto a las composiciones que realmente había escrito con esmero y reflexión he comprobado que se elogiaban con tal ardor que se ponían al nivel de la estima que generaban las de los autores clásicos. ¿No voy a apreciar yo a éste, no lo voy a admirar, no voy a pensar que tengo la obligación de defenderlo por todos los medios posibles? Y así hemos aprendido de hombres muy eminentes y sumamente eruditos que el estudio de lo demás requiere conocimiento, preceptos y método y que, en cambio, el poeta destaca por su propia naturaleza, lo impulsa la fuerza de su inteligencia y lo inspira un espíritu casi divino. Por eso, nuestro famoso Ennio 37 , con toda la razón, llama «sagrados» a los poetas, porque, en cierto modo, parece que se nos han concedido como una dádiva y un favor de los dioses.
Sea pues, jueces, sagrado para vosotros, hombres sumamente [19] cultivados, este nombre de «poeta» que ningún pueblo bárbaro profanó jamás. Rocas y desiertos responden a su voz; a menudo, las feroces bestias se amansan y se detienen con su canto 38 . ¿Es que a nosotros, instruidos en lo más selecto, no nos va a conmover la voz de los poetas? Los de Colofón afirman que Homero es conciudadano suyo, los de Quíos lo reivindican como suyo, los de Salamina lo reclaman, los de Esmirna 39 prueban que les pertenece y hasta le han erigido un templo en su ciudad. Y además, muchos otros discuten y pelean entre ellos.
De manera que aquellos reclaman a un extranjero, incluso [9 ] después de muerto, porque fue poeta 40 y nosotros a éste, que está vivo, que tanto por voluntad propia como por las leyes, es de los nuestros, ¿vamos a repudiarlo y, sobre todo, después de que, desde hace tiempo, Arquias ha dedicado todo su afán y talento a divulgar la gloria y las hazañas del pueblo romano? En su juventud abordó el tema de las guerras de los cimbrios e incluso consiguió agradar al mismo Mario, que parecía poco aficionado a estos estudios.
Pues no hay nadie, en verdad, tan hostil a las musas que no [20] permita con agrado que se encomiende a unos versos el elogio inmortal de sus hazañas. Se dice que el famoso Temístocles 41 , el más excelso varón de Atenas, cuando le preguntaron qué canto o qué voz escucharía con más agrado, había respondido «que la de quien mejor elogiase su valor». También el mismo Mario estimó en gran medida a Lucio Plocio 42 con cuyo talento creía que podían celebrarse sus hazañas.
[21] Pues bien, Arquias ha cantado en su totalidad la guerra de Mitrídates, tan larga y tan difícil, con tan variada fortuna en su desarrollo por mar y por tierra. Estos libros no se limitan a enaltecer a Lucio Lúculo, hombre de enorme valor y sumamente notable, sino que, de forma especial, al nombre del pueblo romano. En efecto, el pueblo romano a las órdenes de Lúculo abrió el Ponto, cerrado hasta ese momento por las defensas de los reyes y por las condiciones naturales del terreno; el ejército del pueblo romano, con este mismo general, derrotó a las innumerables huestes de los armenios con un reducido número de soldados; es gloria del pueblo romano que la ciudad de Cízico 43 , nuestra fidelísima aliada, gracias a la prudencia del mismo Lúculo, se salvó y se preservó de los ataques del rey y de las fauces abiertas de la guerra; como nuestra será también cantada y elogiada aquella increíble batalla naval junto a Ténedos 44 , cuando a las órdenes del propio Lúculo, fue hundida la flota enemiga tras la muerte de sus generales. Son nuestros los trofeos, nuestros los monumentos, nuestros los triunfos; los genios que cantan estas hazañas celebran la gloria del pueblo romano.
El primer Escipión Africano apreció a nuestro Ennio hasta [22] el punto de que, incluso, se cree que en el sepulcro de los Escipiones 45 figuraba una estatua suya de mármol. Pero, en verdad, con tales alabanzas, no sólo se enaltece al elogiado, sino también el propio nombre del pueblo romano. Al poner por las nubes a Catón, bisabuelo de éste, rinde los mayores honores a las hazañas del pueblo romano; y para terminar, todos aquellos Máximos, Marcelos, Fulvios 46 son elogiados y, con ellos, en una alabanza común, todos nosotros.
Entonces, si nuestros antepasados otorgaron la ciudadanía a [10 ] este Ennio, aunque era de Rudias, porque había hecho esto ¿es que nosotros vamos a privar del derecho de ciudadanía a éste, un heraclense, solicitado por muchas ciudades y establecido en ésta conforme a las leyes? Pues quien crea que el fruto de la gloria [23] que aportan los versos griegos es menor que el de los latinos está muy equivocado, porque las obras griegas se leen en casi todos los países y las latinas se reducen a sus, en realidad, exiguas fronteras. Por lo tanto, si el límite de nuestras hazañas es el orbe de la tierra, debemos desear que nuestra gloria y fama lleguen allí donde llegaron las armas de nuestros hombres, porque, si estas hazañas son honrosas para los mismos pueblos cuyas gestas se escriben, también, sin duda, constituyen el máximo estímulo en sus peligros y fatigas para los que arriesgan su vida por la gloria.
[24] ¡Cuán numerosos escritores de sus grandes hazañas cuentan que había tenido consigo aquel Alejandro Magno 47 ! Y, sin embargo, cuando se detuvo en el Sigeo 48 , junto a la tumba de Aquiles 49 , exclamó: «¡Oh afortunado joven que encontraste un Homero como pregonero de tu valor!» Y dijo bien, pues de no haber existido aquella Ilíada el mismo túmulo que cubría su cuerpo habría sepultado también su nombre. ¿Y qué? Este contemporáneo nuestro, el Magno 50 , cuya fortuna igualó a su valor ¿acaso no recompensó con el derecho de ciudadanía durante una asamblea de soldados a Teófanes de Mitilene 51 , escritor de sus hazañas? ¿Y no aprobaron con clamoroso entusiasmo aquella concesión nuestros valerosos soldados, a pesar de su militar rudeza, conmovidos por la atracción de gloria, casi como partícipes de la misma alabanza?
[25] Creo, entonces, que, si por nuestras leyes Arquias no fuera ciudadano romano, no hubiera podido conseguir que un general le recompensara con la ciudadanía. En mi opinión, Sila 52 , que se la concedió a hispanos y galos ¿se la habría negado a Arquias si se la hubiera solicitado? Nosotros sabemos que Sila, durante una subasta, habiéndole entregado un mal poeta, de esos del montón, un librito con el pretexto de que había compuesto un epigrama en su honor únicamente en versos alternados unos más largos que otros 53 , había ordenado que, de inmediato, se le entregara una recompensa de los bienes de la subasta que en esos momentos se ponían a la venta, con la condición de que, en adelante, no volviera a escribir nada más. Quien, a pesar de todo, estimó digna de una recompensa la buena voluntad de un mal poeta ¿no hubiera buscado el talento, el mérito literario y la habilidad de éste?
¿Qué? ¿No hubiera podido obtener la ciudadanía por sí mismo [26] o por la mediación de los Lúculos 54 , o por la de su íntimo amigo Metelo Pío, que se la concedió a otros muchos 55 ? Sobre todo cuando Metelo deseaba de tal modo que se narrasen sus hazañas que hasta prestaba oído a los poetas originarios de Córdoba, a pesar de su acento gangoso y extraño.
Pues no hay que disimular lo que no se puede ocultar, sino [11 ] que debemos confesarlo abiertamente: a todos nos arrastra el deseo de alabanza y los mejores se sienten especialmente atraídos por el deseo de gloria. Incluso los mismos filósofos ponen sus nombres en la portada de los libros que escriben defendiendo el desprecio a la gloria y en lo mismo en lo que menosprecian la alabanza y la celebridad, quieren que se hable de ella y se les mencione. Incluso Décimo Bruto 56 , un hombre y un general excelente, [27] adornó el acceso a los templos y a los monumentos erigidos por él con versos de su íntimo amigo Accio 57 ; y aquel Fulvio que luchó contra los etolios en compañía de Ennio no dudó en consagrar a las musas los despojos de Marte 58 . Y así, en una ciudad en la que los generales, casi con las armas en la mano, honraron el nombre de los poetas y los santuarios de las musas, en esa misma ciudad, los jueces, vestidos con la toga, no deben oponerse a que se honre a los dioses y se salve a los poetas.
[28] Y para que lo hagáis con mayor agrado, jueces, en este momento me acusaré yo mismo ante vosotros y os confesaré mi anhelo de gloria, quizá demasiado vehemente, pero, sin embargo, honrado. Pues las medidas que con vuestra colaboración llevé a cabo durante mi consulado por la salvación de esta ciudad y de su poder, por la vida de los ciudadanos y por el conjunto del Estado, este Arquias las tomó como tema para iniciar un poema. Cuando escuché estos versos, le animé a que lo terminara porque su empeño me pareció notable e interesante. Pues la virtud no desea otra recompensa a sus trabajos y peligros que los elogios y la gloria y si se le niega esto, jueces, ¿por qué nos afanamos en tan grandes penalidades en este camino vital de tan exigua brevedad?
[29] En verdad, si nuestro espíritu no presintiera el futuro y si todas sus aspiraciones las limitara a los mismos confines en los que se circunscribe la duración de la vida, ni se agotaría con trabajos tan duros, ni se angustiaría con tantas preocupaciones y desvelos, ni expondría tantas veces su propia vida. Ahora bien, en todo hombre de bien reside un sentimiento interior que día y noche le aguijonea el alma con la idea de la gloria y que le advierte de que no hay que dejar extinguir, al mismo tiempo que la vida, el recuerdo de nuestro nombre, sino perpetuarlo hasta la más lejana posteridad.
¿Acaso parece que todos los que nos dedicamos a la política [30] [12 ] y a estos peligros y fatigas de la vida somos de espíritu tan mezquino como para creer que, al llegar al término de ésta, sin haber podido respirar ni un momento con tranquilidad y sosiego, todo ha de terminar al mismo tiempo que nosotros? Si bien es cierto que muchos hombres excelsos nos han dejado con sumo celo esculturas y retratos, representaciones no de sus almas, sino de sus cuerpos, ¿no hemos de preferir con mayor empeño dejar la imagen de nuestras obras y valores escrita y bruñida por los más excelsos talentos? En cuanto a mí, todo lo que iba haciendo, creía que, al hacerlo, lo extendía y divulgaba para que todo el orbe guardase un recuerdo mío sempiterno. No obstante, este recuerdo, tanto si ha de escapar a mi percepción tras mi muerte, como si, como creyeron hombres muy sabios 59 , se hará perceptible para alguna parte de mi alma, lo cierto es que, por ahora, me deleito con esta idea y esta esperanza.
Por lo tanto, jueces, proteged a un hombre de cuya honradez [31] dan testimonio no sólo la dignidad, sino también la duración de sus amistades; cuyo gran talento podéis valorar a partir del hecho manifiesto de que los hombres de mayor talento lo han buscado; y cuya causa es de tal naturaleza que está garantizada por el beneficio de una ley, la autoridad de un municipio, el testimonio de Lúculo y los registros de Metelo. Siendo esto así, jueces, si debe haber alguna recomendación no ya humana sino incluso divina para tan grandes talentos, os suplicamos que toméis bajo vuestra protección a este hombre que siempre os enalteció a vosotros, a vuestros generales, a las hazañas del pueblo romano; que incluso promete dar testimonio eterno de alabanza a los peligros internos que vosotros y yo recientemente hemos padecido y que pertenece al número de quienes, siempre y en todos los pueblos, han sido llamados y casi considerados sagrados; que lo toméis bajo vuestra protección de manera que más bien parezca salvado por vuestra humanidad que abrumado por vuestro rigor.
[32] Lo que con brevedad y sencillez he expuesto en esta causa, jueces, según mi costumbre, confío en que todos lo aprobarán; lo que he añadido tanto sobre el talento de éste, como, en general, sobre su profesión, aunque resulte extraño al foro y a las costumbres judiciales, jueces, confío en que vosotros lo hayáis tomado en el buen sentido; respecto a quien preside el tribunal, lo sé con toda seguridad.
1 Es interesante la sucesión que abre el discurso: ingenium, exercitatio, ratio ; el talento (habilidad natural), la práctica (experiencia adquirida), conocimiento (comprensión de los principios teóricos) son los tres requisitos para el perfecto orador (Sobre el orador 1.14).
2 El nombre completo del poeta es Aulo Licinio Arquias, pero cuando Cicerón lo cita por primera vez, teniendo en cuenta el tema del discurso y para predisponer favorablemente a los oyentes, lo nombra sólo con el praenomen y el nomen que había tomado el poeta al adoptar la ciudadanía romana; el praenomen , Aulo, quizá de la familia Murena o de los Nerva y el nomen de Licinio, de los Lúculos, sus grandes amigos y protectores. Evita, en cambio, llamarlo Arquias, su nombre griego, y así trata de predisponer el ánimo de los jueces a favor de un hombre cuya designación es plenamente romana.
3 Se trata de un discurso «diferente» y, para prevenir posibles objeciones, él mismo avisa de que no va a ser un discurso habitual. Quiere evitar que se le acuse de divagar sobre las letras y las artes en un proceso judicial.
4 El orador quiere dejar claro que, incluso él, el modelo de orador en Roma, no se ha ceñido sólo al estudio de la oratoria, sino que ha cultivado también otros géneros literarios, como poemas, y, sobre todo, traducciones del griego.
5 El estilo que se dispone a utilizar Cicerón en este discurso es diferente al habitual en los debates forenses y, ante posibles futuras objeciones, con una marcada prolepsis, avisa de que va a hablar sobre las bellas artes o las letras.
6 Quinto Tulio Cicerón, hermano pequeño del orador, casado con Pomponia. hermana de Ático, uno de sus mejores amigos, fue un hombre muy culto y amante de las letras, aunque no dejó de lado su carrera política y militar.
7 La capital de Siria y lugar de nacimiento de Arquias.
8 Se refiere a la Magna Grecia. La influencia griega en las artes y en las letras sigue la trayectoria de sur a norte y Cicerón la reproduce en este pasaje, pues las ciudades del sur del Lacio reciben y aceptan la influencia griega antes que Roma.
9 Son ciudades de la Magna Grecia. Entre los griegos se podía pertenecer como ciudadano a varias ciudades, pero no entre los romanos. Las recompensas a las que se alude solían ser coronas de oro.
10 En el 102. Utiliza la expresión Mario consule et Catulo (en vez de la esperada y tradicional Mario et Catulo consulibus) para resaltar la figura de Mario.
11 El cónsul Gayo Mario se había distinguido por su valor militar en las campañas contra los cimbrios y teutones y en la guerra de Yugurta.
12 Quinto Lutacio Cátulo era un buen soldado que se había distinguido en la guerra contra los cimbrios, pero también dedicaba su tiempo a escribir poemas eróticos y era considerado un historiador de un estilo depurado y un buen orador (Bruto 132).
13 La toga pretexta la vestían los jóvenes a partir de los diecisiete años; Cicerón habla de Arquias como de un auténtico romano que sigue todas las costumbres tradicionales. Es un recurso más para atraer la simpatía de los jueces hacia el poeta al presentarlo como un romano real, con nombre y costumbres típicamente romanas.
14 Marco Emilio Escauro, cónsul del 115 y del 108, y un buen orador.
15 El orador, contemporáneo de Marco Antonio.
16 Marco Livio Druso, el censor.
17 Había varios Octavios vivos en este momento: Gneo Octavio, el que fue cónsul con Cina en el 87 y su hijo Lucio, cónsul del 75.
18 En latín percipere atque audire , un hísteron próteron que se mantiene en la traducción.
19 Una ciudad griega en Lucania.
20 Se refiere a la ley Plaucia Papiria, promulgada en el 89 por los tribunos Marco Plaucio Silvano y Gayo Papirio Carbón.
21 En latín auctoritate, religione, fide : solvencia (social), escrupulosidad (en sus juramentos), rectitud (veracidad y honorabilidad); una sucesión circular que se intensifica en cada elemento y que se centra en el prestigio social logrado por la rectitud en la conducta.
22 Se refiere a la guerra social del 90 al 88.
23 Como propretor en el 87 su ejército fue derrotado y desertó; al año siguiente un sobrino suyo, que era censor, omitió su nombre en la lista de senadores. Era el padre de Publio Clodio.
24 Publio Gabinio Capitón, pretor del 89, fue condenado por malversación y, tras su condena, el desprestigio que le siguió afectó a la credibilidad de sus registros.
25 En la época republicana se consideraba la profesión de actor por debajo de la dignidad romana.
26 La ley Papia de peregrinis se promulgó en el 65 para tratar los casos de usurpación del derecho de ciudadanía. Después de su puesta en vigor se incluyeron ilegalmente algunos nombres en los registros para acogerse a un derecho de ciudadanía otorgado por la ley Plaucia Papiria del 89.
27 Irónico.
28 Cicerón no da el nomen de Craso (Licinio) porque, al haber varias ramas en la gens , podría resultar ambiguo, pero quizá se refiera a Publio Licinio Craso Dives, censor del 89 con Lucio Julio César.
29 Se refiere al censo del 70; los censores del 65 dimitieron antes de llevar a cabo el censo; tampoco hubo censo en el 64; el «censo anterior» es el que tuvo lugar en el 86. En ese año Arquias estaba con Lúculo en la guerra contra Mitrídates.
30 Cicerón acumula argumentos: Arquias ha realizado una serie de actos legales —otorgar testamento, recibir herencias, recibir gratificaciones públicas— para los que es preciso ser ciudadano romano con plenos derechos.
31 El juego de dados estaba mal visto socialmente y además la ley lo prohibía.
32 Las ideas que recoge este pasaje son los principios estoicos asumidos por Cicerón. El círculo de los Escipiones y el propio Cicerón introducen en Roma el estoicismo, siguiendo especialmente las ideas de Panecio, fundador de la Estoa Media y de su discípulo Posidonio; éste llegó a Roma en el 68 y se hizo amigo de Cicerón quien, además de reconocerlo como maestro, lo llama a menudo «amigo muy querido».
33 El Joven, el hombre que lideró el famoso círculo de los Escipiones y el principal promotor de la cultura griega en Roma en la segunda mitad del s. II a. C.
34 Gayo Lelio el Sabio, amigo personal de Escipión, y Lucio Furio Filón, ambos pertenecientes al círculo de los Escipiones, amantes de la cultura griega y hombres importantes en la vida pública romana, pues fueron cónsules en el 140 y en el 136, respectivamente.
35 Marco Porcio Catón el censor, apodado también El Viejo porque fue muy longevo; cultivó la oratoria, la historia y la didáctica, y fue cónsul en el 195.
36 Un actor importante de la escena romana cuyas interpretaciones eran tan buenas que llegó a prescindir de la máscara. Fue amigo de Cicerón y quizá maestro de declamación. Cicerón lo defendió en un proceso contra Gayo Fanio Querea en el 76.
37 Es considerado el padre de la poesía romana y había nacido en Rudias, la actual Rusce, en Calabria, en el 239. En Roma enseñó griego y oseo, las lenguas que se hablaban en su tierra natal, entró en el círculo de los Escipiones y consiguió la ciudadanía romana. Su obra más conocida. Annales , nos ha llegado fragmentariamente y le valió el título de padre de la poesía latina; también escribió tragedias, comedias y sátiras. A su muerte, se le levantó una estatua en la propia tumba de los Escipiones.
38 Es una doble referencia a Anfión, el hijo de Zeus y Antíope, al sonido de cuya lira se elevaban las rocas que formaban los muros de Tebas, y a Orfeo, que con su música amansaba las fieras.
39 Varias ciudades se disputaban en la antigüedad ser la patria de Homero: Colofón, Quíos, Salamina, Esmirna, Argos, Atenas, Cumas, Ítaca, Rodas. Esmirna, efectivamente, poseía un santuario dedicado a Homero.
40 Cicerón presenta a Homero como un simple poeta ya muerto, mientras que Arquias, además de poeta y de estar con vida, va a inmortalizar las hazañas de Roma.
41 Famoso general ateniense, vencedor en Salamina contra los persas; le obsesionaba su afán de notoriedad hasta el punto que confesaba que el éxito de Milcíades en Maratón le quitaba el sueño.
42 Lucio Plocio Galo, procedente de la Galia Cisalpina, fue el primero que puso una escuela en Roma para enseñar latín y retórica en el año 88.
43 Isla de la costa de Asia Menor a la que Alejandro Magno convirtió en península al unirle un istmo artificial. Fue sitiada por Mitrídates, pero se mantuvo fiel a Roma y fue liberada por Lúculo en el 75. Tras su liberación y en recompensa a su lealtad fue convertida en una ciudad libre.
44 Isla de Asia Menor frente a Troya. La batalla a la que alude Cicerón tuvo lugar en el año 73.
45 Todavía es posible encontrar restos del sepulcro en la Vía Apia, pero no de la estatua de Ennio.
46 Son generales famosos de la segunda guerra púnica: Quinto Fabio Máximo, que derrotó a Aníbal; Marco Claudio Marcelo, conquistador de Siracusa en el 212, y Quinto Fulvio Flaco, vencedor de Hanón y conquistador de Capua.
47 Es cierto, pues llevaba en su séquito a Nearco, que le escribía crónicas; a Querilo, un poeta épico; a Calístenes de Olinto, un discípulo de Aristóteles; a Aristóbulo de Cesarea; a Anaxímenes de Lámpsaco, uno de sus biógrafos y a Onesícrito, un historiador.
48 Zona montañosa al noroeste de Troya donde la tradición sitúa las tumbas de varios héroes de la Ilíada (Cartas a los familiares 5.12.7).
49 Era un promontorio a la entrada del Helesponto en el que la tradición sitúa el campamento griego durante el asedio a Troya; en este lugar estaba la tumba de Aquiles y un templo erigido en su honor.
50 Se refiere a Pompeyo, frente a aquel Alejandro, también Magno. Los aduladores de Pompeyo comparaban sus victorias en el este con las de Alejandro.
51 Es un historiador griego protegido por Pompeyo que escribió una historia sobre la trayectoria militar de su protector de la que nos han llegado fragmentos en las obras de Estrabón y Plutarco.
52 Lucio Cornelio Sila, el dictador romano vencedor en Grecia y Asia, y jefe del partido aristocrático, concedió la ciudadanía a unos gaditanos y a Aristón de Marsella (En defensa de Lucio Cornelio Balbo 50).
53 Un epigrama en dísticos. Cicerón quiere decir que estos dísticos no tenían más mérito que el combinar hexámetros y pentámetros.
54 Su madre era hermana de Metelo Numídico, el padre de Metelo Pío.
55 La madre de Lucio y Marco Lúculo era Cecilia, y Metelo pertenecía también a la familia de los Cecilios; Cecilio Pío concedió la ciudadanía a Quinto Fabio de Sagunto (En defensa de Lucio Cornelio Balbo 22).
56 Décimo Junio Bruto Galaico, cónsul en el 138, conquistador de Lusitania y Galicia, era un orador culto y amante de las letras que, con el botín que obtuvo en Hispania, construyó templos y edificios públicos para los que el poeta le escribió el texto de inscripciones en verso.
57 Lucio Accio, poeta trágico romano de cuya obra nos quedan fragmentos.
58 Marco Fulvio Nobilior, cónsul en el 189, vencedor de los etolios, se trajo de Ambracia las estatuas de las Musas para adornar con ellas el templo que mandó construir con el botín, dedicado a Hércules y a las Musas.
59 Se refiere a filósofos como Pitágoras, Sócrates, Platón o Posidonio, que creían en la inmortalidad del alma, doctrina de la que es partidario Cicerón.