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3. ESTOICISMO DE ELIANO A) Generalidades

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Pero creemos que lo más valioso de la obra de Eliano es la constancia con que se mantiene a lo largo de la obra la idea de que la Razón universal, principio inmanente del estoicismo que Eliano profesaba, informa todo el cosmos y, por consiguiente, también, la conducta de los animales. Ésta es la idea matriz que da unidad a una obra que, considerada en sus partes aisladas, desconcierta por su desorden, por el cúmulo de ingenuas, paradójicas, estrambóticas y descomunales historietas. Idea o propósito que aparece en su Prólogo con estas textuales palabras: «Quizás no haya nada de extraordinario en que el hombre sea sabio y justo, que ponga extremado interés en la crianza de sus propios hijos, que dispense la debida atención a sus progenitores, que se procure el propio mantenimiento, que tome precauciones contra las asechanzas y que posea todos los demás dones de la Naturaleza que le son propios, pues el hombre posee también el habla, don el más estimable de todos, y ha sido favorecido con la razón, que es de suma ayuda y utilidad.» Implícitamente se reconoce —y ello está conforme con la más pura doctrina estoica— que el animal carece de razón, pero paladinamente se dice también que la Naturaleza le dotó, en compensación, de algunas estimables cualidades, y tienen muchas y maravillosas excelencias que comparten con el hombre. Como que en el Epílogo dispensa su admiración a los que se dedican al estudio de estas cualidades con las siguientes palabras: «Mas si alguien declara y saca a la luz pública las facultades de tantos animales: sus hábitos, sus formas, la sagacidad, la justicia, la templanza, la valentía, el afecto, la piedad filial, ¿cómo no va ser digno de admiración?»

Y constituye para Eliano un tópico que campea en toda su obra la comparación entre las cualidades y la conducta del hombre y la de los animales, comparación en la que salen ganando siempre los animales. En el mismo Epílogo se nos dice: «En llegando a este punto de mi discurso estoy profundamente disgustado de que, al paso que alabamos la piedad de los animales irracionales, tenemos que reprochar a los hombres su impiedad.»

Los fragmentos que conservamos, de las ya citadas obras De Providentia y De divinae potentiae argumentis, revelan que Eliano profesaba la filosofía estoica. Los títulos de estas obras se refieren a problemas que constituyen puntos centrales de la doctrina tradicional: la prónoia y la existencia de los dioses. La primera, que yo recuerde, no se menciona en la obra que traducimos, pero su concepto está presente en innumerables pasajes. La prónoia se manifiesta en la amorosa atención que los dioses (ya veremos el alcance conceptual de esta palabra para un estoico) prestan a los animales. En XIII 1 se dice taxativamente: «Una característica de los animales es que son amados de los dioses.» Y por eso éstos los utilizan como colaboradores suyos. Es el caso del halcón que en Delfos descubrió al culpable de un sacrilegio, colaborando así con Apolo, al caer sobre él y picotearle su cabeza (II 43). Las aves son también por voluntad expresa de los dioses intérpretes de sus mensajes. Así se dice en el libro II 51: «si se pone a enunciar las respuestas de los dioses, su voz (la del cuervo) asume un tono sagrado y profético». Hay animales como el perro que gozan de la prerrogativa de guiar y proteger nada menos que a los dioses. Tal, por ejemplo, el perro, del que cuenta Eliano (X 45) que guió y protegió a Isis durante su búsqueda de Osiris.

Los dioses se preocupan de los animales, pero los animales corresponden a esta solicitud tributándoles adoración como en VII 44: un elefante eleva su trompa al cielo para tributar homenaje de adoración al Sol. Es el mismo dios que ha concedido la victoria a Tolomeo Filópator contra Antíoco. Para tener propicio al dios sacrifica cuatro elefantes, sacrificio por el cual en sueños el Sol demuestra su desagrado. Lleno de temor, y para aplacarlo, le ofrece cuatro elefantes de bronce.

Los dioses emplean a los animales como ministros de su justicia (XI 19). Los perros despedazan a Pantacles de Lacedemonia por impedir, a algunos de los comediantes de Dioniso que se dirigían a Citera, que atraviesen Esparta.

Quizás la más categórica afirmación del cuidado que los dioses dispensan a los animales está contenida en el capítulo 31 del libro XI. Aquí si que aparece la palabra prónoia, pero no en el sentido de providencia divina o principio creador, sino en el de «cuidado» prestado a alguien. «Los dioses —dice Eliano— se cuidan de ellos, no los miran con desprecio ni los tienen en poca consideración. Porque si es verdad que carecen de raciocinio, ciertamente no están faltos de comprensión y de conocimiento proporcionados a su Naturaleza.»

Historia de los animales. Libros I-VIII

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