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VI. LA FÁBULA EN ELIANO
ОглавлениеSiendo uno de los propósitos de Eliano, visible en casi todos los capítulos de la obra, inculcar en el lector la idea de que los seres irracionales son para el hombre en muchas ocasiones, modelos de virtudes morales, y en otras, criaturas que cumplen, mejor que el rey de la creación, el ideal estoico de vivir de conformidad con la naturaleza y con su naturaleza peculiar, extrañaría en grado sumo que no utilizase el acervo fabulístico que tenía a mano y que le brindaba la ocasión de ofrecer, de manera epigramática y amena, ejemplos dignos de imitarse o rechazarse. Algunos de estos ejemplos no son propiamente fábulas, sino más bien historietas o fábulas noveladas de antigua tradición. Tal, por ejemplo, el relato de «Androcles y el león», cuya génesis podemos adivinar. En Eliano encontramos un relato dramático, minucioso, no menos dramático y minucioso que el de Aulo Gelio en sus Noches áticas (V 14) que debió de ser, a mi entender, la fuente utilizada por Bernard Shaw en su comedia dramática del mismo título como cañamazo para tejer un drama sobre el heroísmo de los cristianos del siglo I , ya que hay detalles, como la expresión de alegría del león y el protagonista significada por el baile agarrado de los dos, que revelan la dependencia del irlandés. La historieta pudo tomarla Eliano de Aulo Gelio, que, a su vez, la tomó de Apión, autor de Aegyptiaca, en cuyo libro V venía la historia de Androcles, historia que aparece más tarde en Jean de Salisbury (5, 17). También aparece en Plinio (VIII 56) y Séneca (Ben. II 19, 1), aunque es notorio que el cuento figuraba ya en las colecciones de fábulas de Fedro en prosa parafrástica, que luego habían de ser recogidas por el Codex Ademari (s. XI ) y publicadas por Hervieux en el volumen II de su obra Les fabulistes latins (París, 1894). El texto número 563 relata la conocida historia, con la única variante de que el papel de Androcles lo desempeña un pastor. Es de notar que el león habla como en las fábulas para implorar la compasión del pastor. Que Eliano conocía además el relato de Plinio se deduce de la referencia, al final de VII 48, a la historia de Elpis de Samos, que alivió los dolores de un león que le demostró luego su agradecimiento.
Eliano (VI 34) quiere inculcar en el lector la idea de que es prudente y necesario saber prescindir de cosas importantes para conservar otras más importantes aún. El castor, perseguido por los cazadores que desean adquirir sus testículos para fabricar con ellos la sustancia medicinal llamada castóreo, se comporta como el hombre que, por conservar la vida, en el encuentro con unos ladrones, entrega lo que lleva encima. El castor con los dientes corta sus testículos que deja en el camino para calmar la codiciosa ansiedad de sus perseguidores. Esta fábula se encuentra ya en la colección esópica. (Hace el número 118 de la edición de la Biblioteca Clásica Gredos y reza así en la bella traducción de P. Bádenas de la Peña:
El castor es un animal cuadrúpedo que vive en los lagos. De él cuentan que sus genitales son útiles por sus propiedades curativas, y entonces, cuando alguien, descubriéndolo, lo persigue, como sabe por qué lo hacen, huye hasta una cierta distancia, valiéndose de la velocidad de sus pies para protegerse. Pero cuando se ve cercado se corta los genitales y los tira, asi salva su vida.
De igual modo, son sensatos los hombres que, cuando corren peligro por culpa de su riqueza, la sacrifican para no poner en peligro su vida.)
El mismo asunto trata y con el mismo propósito moralizante la fábula número 30 del «Apéndice» de Perotti a las fábulas de Fedro. Por cierto que en esta fábula se relaciona el nombre del animal con el nombre griego del primero de los Dioscuros (Graeci loquaces … indiderunt bestiae nomen dei) no sabemos por qué.
En la colección de Daly, Aesop, Without Morals (Thomas Yoseloff, Nueva York-Londres, 1961), figura con el número 458 una fábula tomada de Eliano (VI 51), quien, a su vez, la toma de la tradición esópica. Eliano aprovecha la ocasión de hablar de la víbora venenosísima, llamada dipsás porque produce en la persona inoculada una sed inextinguible, para intercalar una fábula etiológica (dipsás significa «la sedienta») que reza así: «Es fama que Prometeo robó el fuego, y dice la historia que Zeus montó en cólera y que dio a los delatores del robo una droga preservadora de la vejez… ellos la cogieron y la pusieron sobre un asno. Éste se puso a caminar con su carga en el lomo; era verano y el asno, que estaba sediento, llegó hasta una fuente, acuciado por la necesidad de beber. La serpiente, que estaba guardando la fuente quiso estorbárselo y obligarle a retroceder, y el asno, asustado, dio a la serpiente, como recompensa por haberle perdonado la vida, la droga que casualmente llevaba. Y así hubo un intercambio de dones: el asno pudo beber y la serpiente se despojó de la vejez (gêras significa ‘vejez’ y ‘camisa de culebra’) recibiendo por añadidura … la sed del asno.» Termina su relato Eliano enumerando los escritores que trataron este mito convertido en fábula.
Otra fábula de rancio abolengo es la que podríamos titular «El asno (o mulo) cargado de sal», que utiliza Eliano (VII 42), no para ilustrarnos sobre particularidades de este animal, sino para inculcar, sin duda, la idea de que es más provechoso y honesto comportarse bien en la vida. Esta fábula, que aquí asume la forma de historieta, ofrece la particularidad de que el dueño del mulo que acarrea la sal, es nada menos que Tales de Mileto. Encontramos el relato ya en forma de fábula con su epimitio en la colección esópica (número 180 en la B.C.G.), que luego habrán de recoger en sus colecciones La Fontaine (en éste los protagonistas son dos asnos) y Samaniego.
Otra fuente fabulística son los mitos, algunos de los cuales tienen un origen oriental, como el de la alondra. De este mito se hace intérprete Aristófanes para explicar el origen del moño de la alondra. Dice en Aves 471 ss.: «Esopo dice que la alondra fue la primera de todas las criaturas y que existió antes que la tierra misma. Después su padre cayó enfermo y murió. Como no había tierra, el cadáver quedó insepulto durante cinco días hasta que la alondra, desesperada y sin saber qué hacer, enterró a su padre en la cabeza.» Pues bien, para inculcar la idea de que los animales dan ejemplo a los hombres de piedad filial, antes de copiar la fábula antedicha refiere sustancialmente lo mismo de la abubilla india, ya que la griega es protagonista de un mito distinto. En efecto, en NA. XVI 5 se cuenta que el hijo de un rey indio tuvo que huir de su palacio con sus ancianos padres, quienes no pueden resistir, cansados y enfermos como están, las penalidades del destierro, y mueren. El hijo les cortó con la espada la cabeza y «los enterró dentro de sí mismo». Y el sol, que todo lo ve, premió la piedad del muchacho convirtiéndolo en el ave más hermosa y mas longeva, haciendo nacer en su cabeza una bella cresta como recompensa adicional. Eliano hace notar que son los brahmanes de la India los que cuentan esta leyenda. La historia de la alondra es también una leyenda etiológica cuyo parecido extraordinario con la India induce a pensar que es trasplante de la misma a suelo ateniense.
Hay en la tradición fabulística particularidades consignadas también en Eliano, referidas a costumbres de animales, que inducen a pensar en la existencia de manuales zoológicos aprovechados por los fabulistas y por el prenestino. Tal ocurre con la costumbre de los perros de beber en el Nilo sin detenerse en su carrera para evitar las asechanzas del cocodrilo. Eliano nos habla de ellos en VI 53 y dice: «por esto no beben de bruces … Así que van merodeando por la orilla y pegan unos lengüetazos en el agua, como quien … roba la bebida». La fábula de Fedro (libro I , 25) dice:
Canes currentes bibere in Nilo flumine
a crocodillis ne rapiantur, traditum est,
que nuestro Samaniego (libro V , fáb. XXIIII) versificó así:
Bebiendo un perro en el Nilo
al mismo tiempo corría.
«Bebe quieto» le decía
un taimado cocodrilo.
Díjole el perro prudente:
«Dañoso es beber y andar,
¿pero es sano el aguardar
a que me claves el diente?»
Es doctrina communis, tomada sin duda de perdidos manuales de zoología, que los osos aborrecen los cadáveres. Claramente se expresa en la fábula 65 de Esopo titulada «Los caminantes y el oso». En ella se hace constar como opinión corriente «que el oso no toca un cadáver», y Eliano en V 49 declara: «parece que estos animales sienten repugnancia por los cadáveres».
Lo mismo que al león, le gusta también al leopardo la carne de mono. Lo cual está atestiguado no sólo por la fábula, sino también por Eliano. La famosa fábula de Samaniego (libro I , fáb. 12) intitulada «El leopardo y las monas» aparece expuesta, con la misma viveza descriptiva y hasta con la misma sucesión de episodios que en Samaniego, en Eliano (V 54).
La fábula posterior a Eliano, que sigue la tradición esópica, tiene su representación también en nuestro autor. En XVII 37 se ensalza la gratitud de un águila. Es el águila que salva de morir envenenado a un segador que se dispone a beber del agua empozoñada por una serpiente, de cuyos mortales anillos la había liberado el hombre. Esta fábula es la misma que encontramos en Aftonio (28) contada con la misma morosidad y riqueza de pormenores que en Eliano.
La serpiente de Melitis (XI 17) puede ser una fábula como todo cuento maravilloso que trata de inculcar una conducta arreglada. (Hay que temer a los dioses y no transgredir sus mandatos.)
No es raro encontrar en el cuento maravilloso el amor de un animal a un hombre como ocurre también en la fábula. En VI 15 trae Eliano la historieta del delfín enamorado del niño, historieta a la que ya hemos aludido y que tiene su paralelo en fábulas como la «Comadreja y Afrodita» (50 de Esopo), «El león enamorado» (140 de Esopo) y la «Comadreja novia» (32 de Babrio).
La fábula se apoya para ofrecer verosimilitud en datos, admitidos sin discusión, de una zoología muchas veces fantástica y disparatada, y así, lo mismo Eliano (V 39 y XV 17) que Fedro (IV 14), Babrio (106) y Rómulo (III 20) admiten que el león come carne de mono a guisa de medicina.
La Antigüedad nos presenta al león como animal agradecido. Recordemos al león de Androcles (Eliano, VII 48; Aulo Gelio, V 14; Phaedrus solutus 35, y Rómulo, III 1); en cambio, la serpiente, animal maligno, comparte la antipatía de Eliano y de los fabulistas (cf. Eliano, XVII 37, con 51 y 196 de Esopo).
Es indudable, como sugiere Thiele 5 , que la fábula «ha podido ser el origen de la enseñanza ‘científica’ de los manuales de zoología», cosa que demuestra este autor a propósito de la influencia sobre Eliano del tema de Fedro, IV 14, y Babrio, 106.
Pero es evidente también que la fábula posaugustana debía de inspirarse, en muchas ocasiones, no en la observación directa de la Naturaleza, sino en los manuales de zoología pseudocientífica que daban por bueno todo lo recibido de la tradición. Sólo así se explica la introducción, entre las fábulas de Esopo, de la 242 y la 243, que nos hablan del cambio de sexo de la hiena, especie fantástica que aparece también en Eliano (I 25): «Puedes ver cómo una hiena en el año actual es macho, cómo al siguiente aparece convertida en hembra.»
Quedaría incompleta esta relación de los rasgos fabulísticos de Eliano o, si se quiere, de la medida en que el autor ha sabido aprovechar una tradición que tan bien se acoplaba al mundo de sus ideas o supersticiones zoológicas, si no nos refiriéramos a otros mitos comunes a las dos corrientes de pensamiento. De Homero (Il . III 3 ss.), al que tan bien conocía Eliano, de Virgilio (En. X 264 ss.), de Ovidio (Met. VI 90 ss.) o de cualquier otro autor pudo coger Eliano (XV 29) el mito de la Geranomaquia, que en su versión dice así: «por faltar sucesión masculina, cierta mujer llegó a ser reina y reinó sobre los pigmeos. Esta mujer se llamaba Gérana, y los pigmeos la adoraban como a diosa y le tributaban honores excesivamente reverentes para un mortal. Resultó de esto —según dicen— que se volvió tan engreída que consideraba a las diosas una nonada. Decía que especialmente Hera, Atenea, Ártemis y Afrodita no podían compararse con ella en belleza. Pero ella no había de escapar a la desgracia, que era consecuencia de su alma enfermiza, porque, por efecto de la cólera de Hera, su forma exterior se trocó en la de un ave feísima, la grulla actual, que entabla guerra contra los pigmeos, porque con sus excesivos honores la sacaron de sus casillas y causaron su perdición».
Pues bien, acabamos de exponer un mito al cual se alude en la fábula 26 de Babrio titulada «El labrador y las grullas», en donde estas aves, al abandonar el sembrado, perseguidas por el colérico sembrador, que a pedradas quería impedir su estrago, decían: «huyamos al país de los pigmeos». Esta frase, que para un lector moderno sin formación filológica puede ser enigmática, no lo era para los lectores contemporáneos de Babrio, que sabían que las grullas emigraban a África, como lo sabían también los contemporáneos de Eliano.
Creo que con lo dicho basta para convencerse de que uno de los recursos que emplea Eliano para atraerse la atención del lector es la incorporación a su obra de cuentos maravillosos y mitos que, por estar consignados también en colecciones fabulísticas, adquieren la categoría de fábulas.