Читать книгу Historia de los animales. Libros I-VIII - Claudio Eliano - Страница 9
2. ACIERTOS
Оглавлениеa) Eliano admite (I 11) que las aptitudes para fabricar la miel otorgadas por la Naturaleza a las abejas han ido perfeccionándose a través del tiempo.
Así parece deducirse de la siguiente frase: «el tiempo las ha instruido en el arte de fabricar miel». Esto equivale a admitir en la abeja la misma evolución que la ciencia moderna admite desde Lamarck y Darwin. Claro que en este caso la evolución afecta sólo a las facultades psíquicas del insecto y no a su organización anatómica.
b) Eliano reproduce una exacta definición (V 43) de Aristóteles del insecto que los entomólogos modernos llaman como el estagirita y el prenestino. En efecto dice éste: «Aristóteles dice que a orillas del río Hípanis hay un insecto que recibe el nombre de “efémera”, el cual nace con el crepúsculo matutino y muere cuando el sol empieza a ocultarse.» Claro que el término, en Eliano, tiene mucha mayor extensión que en la ciencia moderna y puede referirse a los Efeméridos propiamente dichos, como esos minúsculos insectos alados que revolotean sobre la superficie de las aguas y que no son lepidópteros, ya que sus alas carecen de escamas, o puede referirse incluso a insectos del género Drosophila, la mosca del vinagre, tan empleada en la investigación genética. De ellas se dice (II 4) que «nacen en el vino y, al abrir el recipiente, salen volando, ven la luz y mueren». Sería mucho pedir a Eliano lo que ni siquiera a Linneo podría pedirse: adscribir a su familia verdadera a estos diminutos insectos, pero mérito grande supone el aplicar sus dotes de observación a unos insectos tan pequeños y llegar a conclusiones verdaderas relativas a su ecología.
c) Cualquiera medianamente instruido en ictiología conoce los recursos empleados por ciertos peces para la protección de sus crías. Sabe que hay unos tiburones pequeños llamados cazones que protegen a sus crías, cuando se asustan, metiéndolas en la boca y «vomitándolas» cuando se aleja el peligro. Lo mismo refiere Eliano (IX 65) en un capítulo, en el que, arrimándose al parecer de «algunos» que contradecían la absurda opinión de que el cazón (Mustelus laevis) desova por la boca, manifiesta: «Mas dicen algunos que no es esto lo que hacen, sino que, cuando las crías temen el ataque de algún enemigo, la madre las esconde tragándoselas y, cuando ya ha pasado el peligro, las vomita vivas.»
d) Ignoro si responde a la realidad lo que Eliano cuenta (I 27) del pulpo, cuya voracidad es tan grande que cuando no encuentra alimento devora sus propios tentáculos. Pero sí puede ser cierto lo que dice a continuación, la posibilidad que tienen ciertos animales inferiores, como las lagartijas, el cangrejo, etc., de regenerar miembros, perdidos por azar o intencionadamente. El pulpo es, según Eliano, uno de ellos: «después —dice— regenera los miembros perdidos».
e) Aunque es una verdad que se impone por su evidencia, no está de más decir que ya Eliano consigna el principio físico de la impenetrabilidad de los cuerpos, según el cual dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar en el espacio. Eliano dice textualmente (II 48), refiriéndose a los cuervos libios, que «cuando los hombres, por miedo a la sed, transportan agua y llenan sus vasijas y las colocan en los techos de las casas para que el aire preserve al agua de la corrupción, se aprovechan y beben, metiendo los picos tan hondo como pueden. Cuando no llegan con el pico al nivel del agua, llevan guijarros en la boca y en las garras y los echan en las vasijas de barro. Y beben los cuervos con este ingenioso ardid, pues saben por un misterioso instinto dado por la Naturaleza que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar» 3 .
f) El acónito, planta ranunculácea que la gente del campo llama «napelo», de color morado, amarillo o jaspeado, cultivada también como planta de jardín, es sumamente tóxica y ya lo sabía Eliano cuando nos la presenta como mortífera (IV 49) para el leopardo. En el capítulo 58 del libro I se habla también de los efectos mortíferos del heléboro macho, que fue antes para Hipócrates remedio eficaz contra la locura.
g) Eliano se hace eco (IX 37) de la explicación de Teofrasto de un fenómeno muy corriente: el parasitismo vegetal, por el que algunas plantas como el muérdago (viscum) crecen en los troncos y ramas de otros árboles y se nutren de su savia. Oigamos al escritor: «En el tronco de un árbol suele crecer la rama de otro con el que a menudo no tiene ninguna afinidad. La razón la trae Teofrasto, el cual ha averiguado de una manera muy científica que las avecillas se alimentan de la flor de los árboles y después depositan los excrementos sobre las plantas en que se posan. De modo que la semilla cae en oquedades, grietas y cavidades de aquellas que reciben el riego de la lluvia del cielo, y produce la misma planta de la que procede. De esta manera verás crecer en el tronco del olivo una higuera y, en otros troncos, otras plantas.» Nos parece oír hablar al Linneo del muérdago parásito nacido de la semilla depositada por el tordo y que ha de servir para su propia captura: turdus mortem suam cacat.
h) Prescindiendo de datos erróneos, como es el de considerar al escarabajo pelotero insecto partenogenético, es indudable que el tal Scarabaeus pilularius deposita no el semen sino los huevos en la pelota de estiércol donde encontrarán el calor necesario para su eclosión.
i) No sabemos qué quiere expresar Eliano cuando dice (VI 19) que el arrendajo (Garrulus glandarius) imita otros sonidos. ¿Se refiere a sonidos procedentes de objetos inertes como el que produce el cuervo imitando el sonido de la lluvia al caer? ¿O más bien se refiere a la facultad que tienen algunas aves, como el alcaudón, para imitar el canto de otras aves con objeto de atraerlas a su presencia para capturarlas?
j) Nos hemos referido antes al hecho de que Eliano tenía idea clara del parasitismo vegetal. Podemos decir otro tanto del parasitismo animal, por lo menos del parasitismo del cangrejo ermitaño (Pagurus bernhardus). Véase la sencilla descripción (VII 31) del fenómeno: «Los cangrejos ermitaños nacen desnudos y eligen el caparazón que les parece más conveniente para utilizarlo como vivienda. Incluso penetran en la concha de una púrpura, si la encuentran vacía, y en la de un buccino y, en la medida en que pueda alojarse en ella, se alegra de su alojamiento. Pero si sobresale su carne, se muda a otra casa, y encuentra muchas de estas casas.» Está demostrado, por otro lado, que hay peces parásitos. Para Eliano (IX 7) y para nosotros es la rémora (Echeneis remora), con la diferencia de que para él es un mero comensal que se convida con el consentimiento de los delfines al banquete que estos preparan, y para nosotros es un pez que se incrusta en el cuerpo de otro mayor, que de esta manera lo traslada de un lado a otro.
k) Aunque yerra en la interpretación de la existencia, en la cabeza de la lubina (Lupus labrax) y otros peces, de otolitos (IX 7), la ciencia moderna ha reconocido la existencia de estos corpúsculos, que regulan en los peces el equilibrio.
l) Eliano nos da curiosas noticias que ilustran algunos pormenores interesantes del arte de la pesca. Scholfield, traductor para la «Loeb Classical Library» de la Historia de los animales, en nota al capítulo l.° del libro XV hace notar que en él se hace «la primera clara mención de la pesca con mosca artificial». En efecto, dice Eliano, aludiendo a la pesca en el hipotético río Astreo de Macedonia, que los pescadores renuncian a emplear como cebo los tábanos que pasan rozando la superficie líquida porque, tocados por los hombres, se deterioran, y en su lugar apelan a la siguiente astucia: «cubren el anzuelo con lana purpúrea, encajan en la lana dos plumas que le nacen al gallo bajo las barbas y tienen un color céreo; la caña mide seis pies de larga y otro tanto el sedal. Sueltan los pescadores el engaño, y el pez, atraído y excitado por el color, se dirige a su encuentro … abre la boca ampliamente y queda enganchado en el anzuelo…».
ll) Eliano nos da pormenorizada noticia (XVII 31) de la fabricación de harina de pescado, industria de tanta importancia en los tiempos presentes para la obtención de piensos compuestos. En ella se aprovechan hoy día los pescados de baja calidad, poco gratos al paladar de los consumidores. En la noticia que nos trasmite Eliano, los peces no sólo no son gratos, sino que su carne es venenosa. He aquí cómo proceden los armenios con estos peces: «por ser su tierra abundante en animales salvajes, los armenios recogen estos peces y los secan al sol, luego los desmenuzan, tapándose la nariz y la boca para no morir por aspirar los olores que despiden los peces al ser majados. Luego, reduciendo a harina los peces, la diseminan por las zonas más pobladas de bestias salvajes, y tienen la costumbre de mezclar la harina de pescado con higos; de esta manera destruyen los cerdos salvajes, las gacelas, los ciervos, los osos, los onagros y las cabras que también son salvajes».
m) En el capítulo siguiente del mismo libro se vuelve a hablar de la harina de pescado que obtienen los caspios de un pez llamado oxirhynchus y que Thompson identifica con el esturión, es decir, un pez comestible ahora y en la Antigüedad. Los caspios los pescan, los salan, los ponen en conserva, los secan, los cargan en camellos y los exportan a Ecbatana. «Y con la manteca que extraen de estos peces hacen harina. » Esta vez, no hace falta decirlo, se trata de harina no venenosa.
n) Estas gentes, según Eliano, conocían también la fabricación de la cola de pescado, obtenida igualmente del esturión del mar Caspio. Nos lo dice en el mismo capítulo (XVII 32): «extraen y cuecen las entrañas y fabrican con ellas una cola (kóllaǹ) que puede ser de gran utilidad, pues pega toda clase de objetos con firmeza, se fija a todo objeto que se le acerque y es muy brillante. Así también retiene todo lo que suelda y une con tanta fuerza que, aunque se meta en agua durante diez días, no se suelta ni se separa. También los que trabajan el marfil hacen uso de ella y ejecutan trabajos bellísimos». Si hemos de hacer caso a Eliano, esta cola sería tan excelente como la actual cola de pescado que usan y usaban los carpinteros.
ñ) Hay una suerte de parasitismo en el que hospedante y huésped se prestan mutua ayuda: la garza buevera (Ardea bubulcus) libra al ganado vacuno de los molestos parásitos que atormentan su lomo y, a su vez, el ganado la invita al festín. De la misma manera, nos dice Eliano (XII 15), el pluvial (Pluvialis aegyptius) libra de sanguijuelas la boca del cocodrilo y, a cambio, le permite darse un cómodo y fácil atracón. «Sólo —dice— con el llamado pluvial mantiene relaciones de compañero y amigo. Pues este pájaro tiene la habilidad de extraerle las sanguijuelas sin hacerle daño.» La observación, añadimos nosotros, no es enteramente atinada. Quitan al cocodrilo parásitos externos, no sanguijuelas, que no hay en el Nilo.
o) En XIII 8 se nos notifica la existencia de un vino que se hace de arroz y otro que se hace de la caña de azúcar de la India. ¿Hay que pensar que los indios conocían ya la fabricación del ron y del sake o de parecidos licores?