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VII. ELIANO Y LA POSTERIDAD

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Más de cien años después de la muerte de Eliano, éste empezó a tener imitadores, aunque no de la obra que traducimos. En efecto, Eunapio 6 , nacido en Sardes el año 346, nos cuenta una historieta que parece imitación de la consignada en Varia historia IX 33 de nuestro autor. En ésta 7 el protagonista es innominado. En Eunapio es nada menos que el filósofo Edesio de Capadocia. Cuenta Eunapio que Edesio era de un muy noble linaje, pero de familia de pocos recursos económicos, por lo cual su padre lo envió de Capadocia, en donde vivía, a Grecia para procurarse una buena educación que le permitiese amasar una fortuna y hallar el padre un tesoro en su hijo. Cuando éste regresó, como le viera el padre inclinado a la filosofía, lo echó de casa como a ser inútil. Y, al echarlo, le decía: ¿qué provecho sacas de la filosofía? El hijo se volvió y le dijo: padre, no poco, porque ella me ha enseñado a reverenciar a un progenitor que me echa de casa. Al oír esto, el padre cogió otra vez al hijo, impresionado por su carácter virtuoso. En adelante Edesio se ocupó, en cuerpo y alma, en acabar su educación interrumpida, a lo cual le exhortaba ya su propio padre.

Fuera de las menciones elogiosas de sus biográfos, la Suda y Filóstrato, de los cuales ya hemos hablado, no encontramos en la Antigüedad referencias a este autor, pero la obra debió de tener gran difusión en las postrimerías del Imperio entre las personas cultas que podían entender el griego. El interés por esta obra escrita en un lenguaje sencillo, variada como una novela milesia, pletórica de anécdotas, picantes unas, moralizantes las más, debió de ser grande entre los monjes cultos del Medievo y del Renacimiento.

En nuestros autores del Siglo de Oro se puede rastrear la influencia directa o indirecta de Eliano. Una influencia directa se observa en Fray Luis de Granada, que en El símbolo de la fe lo cita, traduce y parafrasea a cada momento, como puede comprobarse con la lectura de las notas a pie de página de nuestra traducción. Estas citas sirven al autor para apoyar con testimonios autorizados doctrinas morales y religiosas. El mismo propósito cumplen —y vaya por vía de ejemplo— las numerosas citas diseminadas en la abultada obra de Fray Baltasar de Vitoria intitulada Theatro de los dioses de la gentilidad, libro de enorme difusión en España, que es una especie de mitología consultada constantemente por nuestros grandes escritores en orden a la obtención de ideas y argumentos para sus creaciones literarias. En la edición de Madrid de 1737, que es la consultada por nosotros, hay más de 50 citas de la Historia de los animales. El lector podrá encontrar algunas a pie de página en la traducción.

Encontramos también en Cervantes alusiones, si no a Eliano sí a sucesos o circunstancias, en él consignadas, pero que pueden haber sido sugeridas por lecturas de otros autores. En «La española inglesa» (Novelas ejemplares, tomo II, edición de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, Madrid, 1923, pág. 66), se dice con motivo del atosigamiento de Isabela por la camarera: «mandó llamar la reina con priesa a sus médicos, y en tanto que tardaban, la hizo dar cantidad de polvo de unicornio». El lector podrá comparar esta frase con Eliano, III 41, donde se habla de las virtudes antitóxicas del cuerno del unicornio.

Cuando Don Quijote (Don Quijote de la Mancha, 1.a Parte, cap. XXI, pág. 167, Clásicos castellanos, ed. de Francisco Rodríguez Marín, 1942) ve que el barbero huye porque estima en más la vida que su vacía, «dijo que el pagano o sea el barbero había andado discreto y que había imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y corta con los dientes aquello por lo que él, por distinto [léase instinto] natural, sabe que es perseguido», lo cual coincide, en líneas generales, con lo que nos cuenta Eliano en VI 14.

La Historia de los animales ha tenido gran resonancia en la obra de Lessing. En sus Obras completas publicadas por Karl Lachman (tomo X, Stuttgart, 1894), hay una intitulada Antiquarischer Briefe. La carta número 14 (pág. 284) versa sobre los camafeos egipcios, de los cuales dice que no hay ninguno (o, por lo menos, él no conoce su existencia) que sea grabado, sino en relieve. Rebate de esta manera la frase de Eliano (X 15): «los guerreros egipcios llevan grabados escarabajos en sus anillos». Lessing escribió fábulas, y es en ellas donde más palpable se ve la influencia de Eliano. Por ejemplo, la fábula 3.a del libro I intitulada «El león y la liebre» está inspirada en I 38 y en III 31, donde se dice, respectivamente, que el elefante se espanta ante un macho cabrío y ante el gruñido de un cerdo, y que el león se acobarda ante la presencia de un gallo.

La fábula 5.a del libro I no está inspirada en ningún episodio de Eliano, sino en una conocida fábula de tradición esópica, pero es como una glosa o exégesis de la frase del prenestino (III 7): «Dicen que Ciro y Creso sabían que el caballo teme al camello.» El alemán encabeza la fábula con dicha frase en griego, frase por otra parte, que dice lo mismo que la siguiente de XI 36 del autor griego: «hicieron convivir a los camellos con los caballos para alejar de éstos el miedo que sienten hacia los primeros».

Ya hemos aludido antes a la creencia popular antigua de que las avispas nacen de los cadáveres de los caballos. De ella, también lo hemos dicho (ibidem), se hace eco Eliano en I 28. Lessing, en I 16, copia al pie de la letra la frase de Eliano que pone como encabezamiento de esta su fábula intitulada «Las avispas»: «un caballo muerto es semillero de avispas».

Lessing, en I 18, hace preceder la conocida fábula del avestruz que pretende inútilmente remontar el vuelo, de la descripción que de esta ave hace Eliano (II 27) y que no reproducimos aquí en gracia de la brevedad.

La fábula 20 del libro I , que se inspira en Eliano (IV 19), concluye con una amarga moraleja que no podía estar en persona tan admiradora de los perros como el prenestino: «¿De qué les sirve a los perros de la India —viene a decir un perro de caza— tener coraje para enfrentarse a los leones si es a costa de su vida? Son más torpes que los perros de aquí.»

El Merops apiaster, cuya denominación vulgar es «abejaruco» es un pájaro, que, según Eliano (I 49), «vuela de manera diferente a todas las demás aves, porque éstas vuelan de frente en la dirección en que miran, mientras que los abejarucos vuelan hacia atrás». Lessing encabeza su fábula (I 24) intitulada «Abejaruco» con la frase de Eliano que parafrasea así: «Man sagt —dice el águila al búho— dass es gäbe einen Vogel, mit Namen Merops, der, wenn er in die Luft steige, mit der Schwange voraus, den Kopf gegen die Erde gekehret, fliege», que Hartzenbusch, traductor del escritor alemán, traduce (Hartz., I 25): «Se dice que hay un ave llamada Merops [en griego y en latín, y abejaruco en castellano], la cual vuela al revés, con la cola hacia adelante y la cabeza mirando al suelo.»

Lessing cita como fuente de su fábula «El pelícano» (I 23) a Eliano (III 30). Pero ni en este capítulo ni en ningún otro se dice que el pelícano se rasgue el pecho para alimentar con la sangre brotada de la herida a sus polluelos. Eliano se limita a decir que, al igual que la cigüeña y la garza, el pelícano, cuando sus polluelos tienen hambre y no tiene alimento, regurgita la comida del día anterior. ¿Lo habrá tomado del Physiologus? En tiempos de Lessing corrían, en Alemania y en los países latinos, versiones de esta obra, amén de Bestiarios, que eran las versiones medievales, ya más secularizadas, de aquél. Pero el Physiologus lo que dice es que «los padres matan a sus hijos para castigar el mal trato que reciben de ellos, pero luego se arrepienten y lloran a los hijos que han matado. Al tercer día la madre se rasga el pecho, cae la sangre sobre los cadáveres y resucitan». El hombre de vasta cultura y de feliz memoria no se molesta muchas veces en corroborar los datos o elementos literarios que acuden a su mente. En el caso presente, Lessing debió de atribuir a un escritor pagano, afín a la moral cristiana y que, además, vivió en una época de plena expansión del cristianismo, algo que flotaba en la tradición religiosa y que tenía el valor simbólico del sacrificio cruento de Cristo.

A veces el escritor alemán reúne en una misma fábula particularidades de dos animales distintos, sobre las que teje su relato. Tal ocurre en la fábula 26 del libro I intitulada «El león y el tigre», donde se dice, como en Eliano (II 12), que la liebre duerme con los ojos abiertos y que el león, como en Eliano (V 39), hace lo mismo. El mismo escritor señala como una de sus fuentes, la apuntada en primer lugar. De la supersticiosa creencia de que los leones duermen con los ojos abiertos se hace eco el Physiologus (cf. trad. alemana de Ursula Treu, Hanau, 1981, pág. 5).

La fábula intitulada «La oveja y la golondrina», cuya moraleja trata de inculcar la idea de que el daño inferido con delicadeza y gracia es menos daño, se basa en Eliano, III 24, donde se dice textualmente: «[la golondrina] se posa en el lomo de las ovejas y arranca la lana con la que fabrica un blando lecho para sus golondrinos», frase que Lessing traduce literalmente: «Eine Schwalbe flog auf ein Schaf, ihm ein wenig Wolle, für ihr Nest, auszurupfen.»

La fábula III 11 tiene una vinculación muy laxa con la larga disertación de Eliano (II 11) en la que se nos habla de la docilidad del elefante, de su amaestramiento en Roma para la danza y de su comportamiento en un banquete. Lessing, que la titula «El oso y el elefante», señala la fuente ya dicha, pero en esa morosa relación no se hace ninguna alusión al oso, el cual en ningún otro pasaje de Eliano aparece obligado a danzar. Probablemente el autor alemán ha recordado la destreza del elefante, contada en el largo capítulo del prenestino para contraponerla a la torpeza del oso.

La historia del viejo lobo narrada en siete fábulas dice Lessing que está inspirada en el cap. 15 del libro IV de Eliano, donde se viene a decir que el lobo «[cuando] se hartó de comer, no probó el menor bocado». Cuando esto sucedió «era manso como un corderillo e incapaz de hacer ningún daño a persona o bestia, aunque caminara en medio de un rebaño». Pero poco a poco retornó a su primitiva fiereza «y se convirtió de nuevo en lobo». El lobo, en Lessing, quiere hacer valer ante los sucesivos pastores que visita, esta su mansa condición, pero aquellos no se fían porque saben, como Eliano, que tarde o temprano retorna a su primitiva fiereza.

Jhon E. B. Mayor 8 refiere que, en 1614-15, el rey Jacobo I visitó, acompañado del Príncipe de Gales, la Universidad de Cambridge, donde tuvo lugar una disputa académica, cuyo tema a discutir era: ¿Pueden los perros formar silogismos? El autor del artículo sugiere la posibilidad de que los contrincantes, para defender sus posturas, debieron de tener presentes, entre otros autores (Filón, Plutarco, Sexto Empírico, Porfirio, etc.), también a Eliano, que, en VI 59, habla del perro de caza que adivina el camino emprendido por una liebre fugitiva formulándose un silogismo.

No hay que desdeñar tampoco los ecos de la obra de Eliano que resuenan en las colecciones de fantásticas historias de animales y de piadosas alegorías conocidas como Bestiario. Recuérdese también que el Emperador Porfirogénito (905-59) mandó hacer un compendio de historia natural, basado en el Epítome de Aristofanes de Bizancio, sin dejar de inspirarse en la obra de Eliano y de Aristóteles. Más tarde, Manuel Philes (1275-1345) escribió un poema que lleva el mismo título, Perì Z ōn idiótētos, que la obra de Eliano, de la cual aprovecha muchos elementos. Posteriormente, en los siglos XIV o XV se hizo una refundición en 225 capítulos del De natura animalium, que puede consultarse en el cod. Laurentianus 86.8. Pero hoy por hoy el principal interés que ofrece la obra de Eliano es que, gracias a ella, podemos conocer al menos el título (y, generalmente, contenidos parciales) de muchas obras perdidas y el nombre de sus autores. Aunque sólo sea por ello, Eliano debería ser acreedor a nuestra gratitud.

Historia de los animales. Libros I-VIII

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