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IV. VALORACIÓN DE LA «HISTORIA DE LOS ANIMALES» 1. ERRORES

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Casi todo es anecdótico en la obra de Eliano, pero en la época del escritor, la gente, ávida de evasión, admitía de buen grado todo lo que aparecía adobado con anécdotas absurdas, maravillosas, exóticas, increíbles. Florece en esta época toda una literatura paradoxográfica que hace las delicias del público. Una de ellas es la Historia de los animales de Eliano que ofrecía la singularidad de que estaba escrita en griego en una época en la que los hombres cultos, como todos los que integraban el círculo de Julia Domna, podían expresarse en griego. Ello quiere decir que los difusores de la obra de Eliano no fueron precisamente los desheredados de la fortuna ni las gentes del campo que apenas podían leer su propia lengua, sino los intelectuales.

Cuesta trabajo pensar que hombres de la talla intelectual de Galeno, Ateneo y los jurisconsultos Papiniano y Ulpiano, por no citar más que a unos cuantos representativos, creyesen las fantásticas historias que nos cuenta Eliano y de las que ofrecemos a continuación una selección extraída de los cinco primeros libros:

Se cuentan historias de animales capaces de enamorarse, hasta el frenesí, de seres humanos. Un perro se enamora de la citarista Glauce; otro, de un muchacho de Solos de Cilicia llamado Jenofonte. Una grajilla se enamora hasta enfermar de un lindo muchacho de Esparta (I 6). Un elefante (I 38) se deja avasallar por la belleza de una mujer, y su cólera se aplaca ante la contemplación del ser amado. En el libro VI 54 y 56 se describen, respectivamente, los amores de un áspid con un ansarero y de una foca con un buceador tan feo como ella, que se dedicaba a extraer esponjas del fondo del mar. Los ánsares (V 29) son especialmente enamoradizos; y en I 50 se nos habla del monstruoso ayuntamiento de una murena con una víbora.

La naturalidad con que Eliano cuenta todas estas uniones contra natura, a las que hay que añadir casos de bestialismo, creo que refleja el estado moral de una sociedad sumida en profundos abismos de abyección y que las aludidas repugnantes escenas no debían de ser tan infrecuentes como pudiera parecer a la sensibilidad moral del hombre actual.

Es verdad que entre animales inferiores se dan escenas de canibalismo: está comprobado que la mantis religiosa hembra devora al macho en el momento de la cópula, que la salamanquesa devora a las crías de otra salamanquesa si le aprieta el hambre, pero lo que cuenta Eliano (I 24), aun a sabiendas de que es mentira (mentira para nosotros), produce un repeluzno de horror: la víbora hembra devora al macho en el momento de la cópula, y los viboreznos vengan al padre royendo el vientre de la madre al nacer.

Parece como si Eliano quisiera inculcarnos la creencia de que la corrupción fisiológica puede ser fuente de seres malignos productores de maldad. Y así (I 51) las serpientes nacen del tuétano corrompido del espinazo de un hombre malvado muerto. Los cuerpos de los hombres honrados, después de muertos, descansan en la sepultura mientras «el alma de los tales recibe los cantos y los himnos de los sabios; mas el espinazo de los malvados cría estas bestias, aun después de muertos sus dueños». En cambio (I 28), del tuétano del animal más veloz, que es el caballo, nace también un animal velocísimo: la avispa.

Eliano se convierte en pregonero convencido de seres fabulosos, que en la Edad Media habían de convertirse en objeto predilecto de la fantasía literaria y popular: el unicornio y los grifos. Del primero qué maravillas nos cuenta (III 41): el cuerno del unicornio (que puede ser asno o caballo) tiene la propiedad maravillosa de preservar de la muerte a todo el que bebe de él la ponzoña que algún truhán echó. Los grifos son cuadrúpedos que Eliano, basándose en la vox populi y en algún historiador como Ctesias, describe con morosa delectación de manera que parece como si creyera en la existencia de estos seres fantásticos, guardadores del oro de Bactria.

El apartado de las creencias supersticiosas es muy abultado. Eliano cree que los pájaros saben protegerse, mediante el empleo de ciertas hierbas, contra la hechicería (I 35); la víbora cerastes no daña a los libios de la región de Psilos, pero sí a los de otros pueblos (I 57); el lagarto tiene una vitalidad tan grande que no muere si se le parte en dos: cada parte seguirá viviendo y arrastrándose con sus dos patas. «Luego, cuando se encuentran las dos mitades (este encuentro se realiza a menudo) se juntan y se acoplan después de haber estado separadas» (II 23). El ratón es para Eliano una criatura maravillosa porque su hígado crece y decrece según crece y mengua la luna (II 56). Creta (V 2) es tierra hostil a las lechuzas y a las serpientes, a pesar del testimonio en contra de Eurípides en su Poliido respecto a las primeras. A veces quiere comunicar al lector su misma convicción de la realidad de un hecho a todas luces imaginario o irreal haciendo protestas de haberlo visto. «No necesitaré en este punto acogerme al testimonio de la Antigüedad, sino que diré lo que he visto.» Y lo que ha visto es el inefable suceso del lagarto que recuperó la vista de que le privó un hombre quebrantándole las pupilas con un punzón de bronce, por la intervención de un anillo prodigioso (V 47).

A la esfera de la superstición pertenece también el recuento que hace (IV 18) de los objetos venenosos para ciertos animales. Muy seriamente dice que «se mata a un escarabajo echándole encima rosas».

En IV 48 se nos dice que para aplacar a un buey irritado «sólo un hombre puede sujetarlo y hacerle desistir de su ímpetu atando una venda a su propia rodilla derecha y poniéndose frente a él». Es la consabida magia simpatética, en la que, por lo visto, no sólo el vulgo, sino también Eliano creía.

Superstición es también la creencia de que se hace eco Eliano en V 9, según la cual las cigarras de Regio y de Lócride son mudas en el territorio contrario, es decir, en el territorio que no es su residencia.

A veces los asertos son tan extravagantes que rayan con lo cómico, como cuando se afirma con toda seriedad que el gallo provoca un sentimiento de miedo en el león y en el basilisco. Claro que Eliano no hacía más que pregonar algo que era doctrina communis.

Abundan también los relatos divertidos en los que el lector perdona su inverosimilitud en gracia al esparcimiento del ánimo que acarrean. Me refiero, por ejemplo, al pasaje (III 6) en que se cuenta la manera de atravesar un río los lobos: «Se muerden la cola unos a otros y se tiran a la corriente, la cual atraviesan a nado sin apuros y sin peligro.»

Todavía más entretenido y hasta jocoso es el relato (IV 39) en que Eliano describe la astucia empleada por la zorra para matar a las avispas y apoderarse, luego, de la miel fabricada por ellas.

Dijo Cervantes que no hay libro malo que no contenga algo bueno. Dos cosas buenas tiene la obra, cuya valoración estamos haciendo: alguna consideración de índole científica que puede ser aceptada por la ciencia moderna y una idea filosófica matriz que domina toda la obra y que es quizás la más valiosa aportación. Sobre esto último ya hablaremos oportunamente. En cuanto a lo primero hay que hacer resaltar lo siguiente:

Historia de los animales. Libros I-VIII

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