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D) Los astros

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Sabido es que Platón estaba convencido de que los astros eran seres vivientes, animados y divinos, y Cleantes decía que «si en la tierra el fuego purísimo, en cuanto alma, da vida al cuerpo, sería absurdo creer que los astros, compuestos de fuego purísimo, son inanimados». También los astros son seres animados y divinos (SVF I 154). Entre estos astros ocupa el lugar central el sol (para Cleantes, Helios-Apolo). El sol es, para él, el órgano central espiritual del mundo, o si se quiere, manifestaciones visibles de la divinidad, la cual es eterna a diferencia de los astros-dioses, que son perecederos y desaparecerán en el momento de la ekpýrosis.

No es extraño que el estoico Eliano declare su fe en la divinidad de los astros, singularmente del sol. He aquí cómo se expresa en VII 44 refiriéndose a los elefantes de la India: «Los elefantes se prosternan ante al Sol naciente y elevan sus trompas, a manera de manos, hacia sus rayos, por lo cual son amados del dios», al que no se pueden, por tanto, sacrificar como hizo Tolomeo Filópator, creyendo agradecer así al Sol la victoria conseguida contra Antíoco. Termina Eliano comparando la piadosa conducta de los elefantes adoradores del Sol con la de los hombres que «dudan de la existencia de los dioses y, en el caso de que existan, de que se preocupen de nosotros».

Explícito es también en V 39 donde dice: «el león es superior al Sueño y está siempre despierto. Por este motivo creo yo que ellos [los egipcios] se lo dedican al Sol, porque ciertamente el Sol es el más laborioso de los dioses».

Un dios de poderoso influjo sobre los seres del cosmos es también la luna. En IX 6 se dice que los crustáceos y otros animales menguan o crecen, según las fases de la luna: «los entendidos en estas cosas [de animales] aconsejan no criar a los animales en esta fase lunar [cuando la luna mengua], porque no son diligentes». Entre los seres del cosmos se dan atracciones y repulsiones (son manifestaciones de la sympátheia): entre la luna y el sol, de un lado, y el cerdo, de otro, existe una repulsión natural de forma que «los egipcios creen que la cerda es el ser más abominable para el sol y para la luna. Y así, cuando celebran sus fiestas en honor a la luna, le sacrifican cerdos una sola vez al año, pero en ninguna otra ocasión se avienen a sacrificarlos ni a ella ni a ningún otro de los dioses» (X 16). El crecer o el menguar de la luna influye también en algunos peces, y esta influencia se trasmite a las plantas puestas en contacto con ellos. En efecto, en XV 4 se dice: «si se coge a este pez [el pez-luna] en noche de luna llena, él también se hace más grande, y hace que los árboles se ensanchen si uno lo lleva y lo ata a ellos. Pero cuando la luna decrece, él languidece y muere, y si se aplica a las plantas, éstas se secan». Pero la influencia de la luna se hace sentir también sobre otros seres inertes, como el agua. El mismo capítulo continúa con estas palabras: «Si se cava un pozo cuando la luna está en cuarto creciente y se echa este pez dentro del agua encontrada, el agua manará sin parar y jamás faltará; pero si se hace esto con luna menguante, el líquido dejará de manar. Y si echas este mismo pez en una fuente borbollante, la encontrarás en adelante o llena de agua o encontrarás el lugar seco.»

Historia de los animales. Libros I-VIII

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