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1. El cambio tecnológico y el nuevo paradigma societario

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Las sociedades contemporáneas están en el clivaje histórico dados los cambios en la base tecnológica de los procesos de producción, distribución, intercambio y consumo; la globalización de los mercados y la expansión, renovación y obsolescencia de conocimientos. Decenas de autores han teorizado sobre la aparición de una nueva fase de la historia, caracterizada por una sociedad que crece motorizada por el conocimiento, que es de carácter global, y que transforma las bases tradicionales del trabajo y las formas anteriores de producción por la incorporación de lógicas digitales. Cada uno la llama de una forma distinta: sociedad de la información, del conocimiento, tecnotrónica, postindustrial, en red, digital, intangible, del infocapitalismo, del capitalismo tardío, aldea global, tercera ola, etc. Todos coinciden en la existencia de algún punto de inflexión con el anterior modelo dominante social, económico y tecnológico, que ha comenzado a gestar una nueva dinámica societaria. Se tiende a coincidir en que el nuevo escenario se basa en la irrupción de nuevas tecnologías de base digitales, fundamentalmente de información y comunicación —como la microelectrónica— y en la conformación de un modelo de acumulación donde la creación de valor está asociada a la introducción de conocimientos aplicados en las funciones de producción tradicionales, en una dinámica de innovación permanente resguardada por los derechos de propiedad intelectual y en la conformación de mercados globales y articulados a través de redes digitales.

La expansión de nuevas fuerzas productivas se ha comenzado a generalizar, impulsando cambios significativos en todos los ámbitos societarios. Con más o menos intensidad, la expansión de los conocimientos, la digitalización y la globalización están impactando en todos los modelos de sociedades y en todos sus ámbitos, y con especial intensidad en los mercados de trabajo, y por ende en la educación y en las instituciones educativas (3). Es una confluencia de múltiples golpes que impactan y transforman las instituciones de educación superior (4). Las empresas compiten a escala global a partir de la creación de innovaciones que requieren personal altamente capacitado para su gestación así como para su gestión, generando nuevas demandas de competencias. Sin embargo, tales invenciones o innovaciones en general se desarrollan a través de procesos de “creación destructiva” de las combinaciones existentes de los recursos por nuevas combinaciones (con nuevos productos, procesos, organizaciones, sistemas de producción, intercambio y consumo), que crean múltiples impactos sociales (5).

El desarrollo económico se conforma como un proceso de cambio que permanentemente se transforma desplazando incesantemente los equilibrios preexistentes a partir de innovaciones derivadas de cambios tecnológicos que transforman los procesos de trabajo, y que crecientemente provienen del interior de las empresas. Aparecen así nuevas teorías que explican cómo al interior de las organizaciones se produce la creación de conocimientos a partir de la transformación de saberes tácitos en explícitos para resolver problemas concretos (6). A su vez, la necesidad competitiva de una incesante innovación que se produce en los mercados les impone a las firmas anticiparse a través de la investigación, la inversión de capitales de riesgo y la generación de condiciones de creación y preservación de inventos e innovaciones como mecanismos de generación de riquezas y de consolidar sus posiciones de mercado.

La dinámica de la acumulación de capitales se basa en la irrupción de permanentes creaciones destructivas que, al tiempo que generan ganancias extraordinarias, pueden producir la desaparición de vastos campos laborales; ya que al crear procesos y productos, otros tienden a desaparecer o perdir sus posiciones de mercado, con múltiples implicancias laborales si los requerimientos son diferenciados y las personas no realizan las necesarias reactualizaciones de sus competencias. Este proceso impacta directamente sobre las instituciones educativas en tres dimensiones: al demandar la generación de nuevos conocimientos que permitan la creación de innovaciones y su gestión, al crear nuevos campos educativos como resultado de cambios en los procesos de trabajo y al demandar la actualización de las competencias de las personas para ajustarse a las nuevas realidades de los mercados de trabajo. La movilidad laboral desde mercados —y competencias— en declive hacia mercados —y destrezas— en expansión solo es posible bajo libre movilidad y con sistemas educativos perfectamente sincronizados con los cambios en los mercados y en las divisiones sociales y técnicas del trabajo que ellos significan. Las innovaciones no tienen como eje dominante meramente procesos incrementales, sino que buscan cambios estructurales que están asociadas a niveles de composición orgánica superiores con mayores complejidades tecnológicas y que por ende requieren otras destrezas y competencias por parte de las personas. Tales dinámicas de desaparición y aparición de empleo, si bien se tienden a producir en entornos y economías muy dinámicas y/o abiertas a la competencia global, también estarán también asociadas a los propios sistemas educativos; ya que estos son los determinantes de los niveles de la innovación social, de la capacidad de gestión de los nuevos saberes y de la reactualización de las competencias. Indirectamente además las incidencias son más amplias, ya que la competencia empresarial con base en innovaciones deriva en enormes niveles de inversiones en investigación e innovación, que a su vez impactan sobre los sistemas educativos al demandar un crecimiento de los conocimientos existentes.

Así, en las últimas décadas se ha comenzado a desarrollar a escala global un nuevo modelo económico asociado a la irrupción y generalización de nuevas tecnologías de producción (7). El cambio del paradigma técnico-económico desde los 80 y los 90, expresado en la microelectrónica y la programación, y sintetizado en lo digital, creó nuevas formas de producción y nuevas configuraciones sociales, entre las cuales también se ha estado gestando una nueva educación. Este impacto de los cambios en las herramientas de producción con la microelectrónica se ha ido generalizando a todos los ámbitos, conformando muy rápidamente un nuevo tipo de sociedad global que se expande en términos económicos y sociales a través de la digitalización y la introducción permanente de innovaciones que derivan ambas de conocimientos aplicables a la producción. Esta revolución tecnológica está permitiendo la sustitución de procesos de trabajo por otros de alta densidad, con sustitución de un tipo de empleo de baja capacitación por procesos automáticos expandidos gracias a trabajadores simbólicos que requieren, a su vez, trabajadores con alta formación de capital educativo (8). En este escenario, todas las diversas conceptualizaciones se orientan a posicionar el conocimiento como el factor clave y el motor central de la evolución económica y social contemporánea. Es así que se formulan las definiciones de capital humano, capital intelectual, capital ingenieril, capital cultural, o de capital de riesgo, asociados a la innovación, como conceptos de definición de un nuevo impulsor del desarrollo. Ellas remiten, en diversas formas, al proceso mundial en el cual se está creando una nueva sociedad global, con una división internacional del trabajo asociada a tijeras de precios derivadas de la densidad tecnológica de la producción, y donde el conocimiento crecientemente mercantilizado se localiza en los países centrales, que se redefinen como los centros de producción, apropiación y utilización intensiva de esos nuevos saberes protegidos por una ampliación del derecho de propiedad intelectual a escala internacional.

Este es un fenómeno a escala de toda la economía mundial derivada de una revolución tecnológica, que se está expandiendo y distribuyendo global y desigualmente en un proceso de adaptación, asimilación y reestructuración que tiene ya casi dos décadas y que se extenderá por varios quinquenios más (9). No es este, sin embargo, un escenario totalmente novedoso en la evolución de la humanidad, sino que la historia de los últimos quinientos años muestra una evolución económica y social a través de etapas y ciclos basados en tipos de tecnologías como infraestructuras tecno-productivas que modelaron los procesos sociales, tal como en su momento fueron el vapor con la producción textil, el carbón con el ferrocarril de acero o la electricidad con la cadena de montaje fordista (10).

Una revolución tecnológica es un conjunto de tecnologías, productos e industrias nuevas, capaces de sacudir los cimientos de la economía y de impulsar una oleada de cambios sociales a largo plazo en toda la sociedad, en lo que se ha dado en llamar la tecnoestructura (11). Tales cambios, históricamente, se han apoyado en un conjunto de industrias motrices que, al incorporar técnicas de producción que los nuevos paradigmas tecnológicos permitían, empujaron y motorizaron profundos cambios en el conjunto de la sociedad. Son las fases marcadas y caracterizadas por la revolución industrial, con sus diversos ciclos impulsados por industrias motrices. Tales cambios en la base productiva, como derivación de las nuevas tecnologías que fungen como soportes de la economía, impactan en múltiples dimensiones en toda la sociedad. Actualmente, las bases del nuevo sustrato tecnológico descansan en la microelectrónica barata y en la informática, que se comienzan a expandir e incorporar en toda la estructura socio-productiva a través de una multiplicidad de formas. De las cadenas de producción de Ford a los talleres robotizados, de las formas de producción continuas a la producción a medida y flexible, de la producción para stock a la producción “just in time”, de la comercialización física al e-business digital, en red y global (12). Tales motores de la acumulación de capitales están renovando toda la base productiva de las naciones y se están generalizando hacia todos los sectores, transformando radicalmente las formas en las que con anterioridad se producía, consumía, vivía, transportaba, comercializaba, y también educaba, entre otras. Bajo este enfoque se asocian históricamente las reestructuraciones sociales a esas sucesivas oleadas tecnológicas, las cuales no solo cambian las formas de producción, sino que también transforman las organizaciones sociales y las modalidades por las cuales las personas se relacionan e interactúan.

En el ámbito del pensamiento económico se ha conformado una escuela teórica que ha sustentado la dinámica del funcionamiento del sistema capitalista a través de una sucesión de ciclos que encuentran su sustentación profunda en las revoluciones e innovaciones tecnológicas y que impactan a las sociedades impulsando y modelando nuevas estructuras sociales. Este enfoque ha tenido un recorrido intelectual jalonado de diversos momentos teóricos en el siglo XX: por la identificación de los ciclos económicos y por visualizar al sistema capitalista como un proceso de desarrollo de fases de auge y de depresión, con Kondrátiev; por la asociación entre los ciclos y la renovación de los bienes de capital, con Garvy, Mandel y Keynes; por la identificación del rol del empresario y el impacto de las creaciones destructivas, con Schumpeter; por el agotamiento del impacto de los tipos de capitales tradicionales y el nacimiento de un residual explicativo, con Solow; por la teorización del capital humano como el factor determinante de la productividad, con Shultz; por la relación entre salarios y productividad dada por el aumento del capital humano, con Mincer; por el significado de la microelectrónica en la transformación productiva, con Freedman; por la dimensión de este proceso en el nacimiento de una sociedad postcapitalista, con Drucker; por las características del conocimiento desarrollado en la tercera ola en la organización de las sociedades y la transferencia de poder hacia los trabajadores simbólicos, con Toffler; por la forma que asume el nuevo escenario de los comercios en red en la galaxia Internet, con Castells; por la dimensión de los cambios en la tecno-estructura derivada de la generalización de la microelectrónica, con Pérez.

Aunque para algunos el enfoque se apoye en la tercera ola, la larga duración o el quinto ciclo, todos coinciden en poner el acento en una nueva dinámica social y económica basada en la microelectrónica, la gestión informática, las innovaciones permanentes y el reemplazo de tecnologías tradicionales por nuevas técnicas de relación del hombre con la naturaleza, que remoldean las estructuras societales y generan amplias y complejas reingenierías sociales y productivas. Los análisis, sin embargo, han ido avanzando desde un cierto determinismo tecnológico, como muy simplemente lo hemos referido, hacia un marco analítico en el cual se retroalimentan los determinantes de la incorporación de tecnologías y las características de la propia sociedad, y bajo el cual es en el propio impacto social del nuevo modelo —y su grado de estandarización y de aceptación— donde se definen las bases de la efectiva reestructuración y transformación al interior de las diversas sociedades.

La universidad latinoamericana en la encrucijada de sus tendencias

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