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b. Los nuevos estudiantes latinoamericanos

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El incremento de la cobertura de la educación superior se produjo en términos absolutos y relativos asociado al cambio en la estructura de la pirámide poblacional en la región, que se mueve hacia su envejecimiento y que, por ende, se deriva en un corrimiento de la media de la población. En el marco de estos cambios en la estructura poblacional, se ha producido la reducción del crecimiento de la población de entre 20 y 24 años de edad en casi toda la región (25). Las proyecciones muestran que la variación del grupo etario de 20 a 24 años continuará lentamente decreciendo, como derivación de la reducción de la tasa de fecundidad, del mantenimiento de las tasas de emigración, de la casi desaparición de las corrientes migratorias extracontinentales y del aumento de la esperanza de vida. Tales procesos en el largo plazo podrían inclusive transformar la dinámica expansiva de la educación superior, ya que la población comenzará a estabilizarse hacia la década del 20 de este siglo (26). Así, los crecimientos futuros de la matrícula terciaria no estarán asociados a los procesos demográficos, sino a la masificación y a la universalización dentro y fuera del grupo etario, así como a la educación permanente que promoverá a su vez un cambio en la pirámide estudiantil por medio del aumento de la educación continua con el objeto de recertificar competencias y saberes. Estas demandas de estudios, que están recién en sus inicios, están siendo motorizadas por la expansión y la obsolescencia de los conocimientos y de los marcos normativos que comienzan a plantear la recertificación.

La expansión institucional, en general, deriva del ajuste de las instituciones a las demandas del mercado. Sin embargo, muchas de las demandas propias de los sectores estudiantiles, tanto en términos de las disciplinas, de la cantidad de profesionales como de los niveles de calidad, no están ajustadas a las demandas reales de los mercados laborales, sino a demandas potenciales o a expectativas de trabajo. Las instituciones de educación superior, públicas y privadas, se ajustaron a esas nuevas demandas casi automáticamente. En condiciones de mercado como en dinámicas educativas públicas bajo modelos autonómicos, hay una fuerte incapacidad de ajustar la oferta de vacantes universitarias a las reales vacantes del mercado laboral. Este proceso genera en el largo plazo una sobreoferta educativa de profesionales y técnicos universitarios, y un incremento de la competencia en los mercados laborales profesionales. Por su parte, la sobreoferta tenderá al tiempo a aumentar el desempleo profesional, que hoy en la región en general es friccional, y se constituirá en el factor determinante para procesos de selección más competitivos así como en una presión por una sobrecapacitación a través de estudios adicionales con la consiguiente competencia con mejores acreditaciones por los mismos puestos, conformando así un modelo del mercado laboral marcado por una dinámica asociada a mayores certificaciones y competencias. La estrategia de sobrevivencia de los hogares y la libertad de oferta terciaria conforman las bases del mercado de profesionales y técnicos, en tanto requisito a su vez para una acumulación de capital con mayor densidad tecnológica. Las decisiones de cuánto y en qué invertir en educación, sin embargo, no se basan en una información racional y completa sobre los niveles salariales de los diversos mercados profesionales; ya que, en general, se carece de información pública sobre los salarios de las diversas profesiones por carreras e instituciones. Inclusive, la complejidad de las prospectivas laborales en contextos con altas incertidumbres dificulta la existencia de informaciones fidedignas y confiables sobre cuáles pudieran ser los escenarios de las remuneraciones promedio de las diversas disciplinas. La propia alta diferenciación de estas y la creciente especialización de todos los campos profesionales tornan aún más difícil proyectar niveles de remuneraciones salariales.

La teoría de las colas de Thurow nos muestra que los mercados laborales se caracterizan por una dinámica de incremento de la productividad a través de la sustitución de puestos menos capacitados por puestos más capacitados, a los mismos o parecidos niveles salariales, con lo cual se refuerza la tendencia a la sobreeducación como mecanismo para competir por los puestos de trabajo. Tal proceso es más consistente en dinámicas donde las economías crecen menos que la oferta de nuevos técnicos y profesionales universitarios, tal como ha acontecido en la región en las últimas décadas.

Si se mantienen las tendencias que significaron un incremento de 1,67 por ciento anual del porcentaje de cobertura de la educación superior respecto a la población de 20 a 24 años, haciendo una proyección para un escenario meta del año 2025, podemos suponer que se alcanzará una tasa de cobertura sobre la población de 20 a 24 años al 65 por ciento para ese año 2025, sobre la base de un escenario tendencial medio. Con relación a la población estudiantil, de los 28 millones actuales, asumiendo un incremento promedio del 5 por ciento (que es la tasa interanual promedio a la cual creció la matrícula terciaria en los últimos 30 años) se produciría un incremento de 14 millones de estudiantes para alcanzar a una población estudiantil total de 41 millones también para ese año 2025.

Las profundas transformaciones ocurridas en las universidades latinoamericanas, expresadas entre otras en la masificación, feminización, privatización, regionalización y diferenciación, sumadas a los propios cambios de esas sociedades sumidas en un proceso de urbanización, de reestructura demográfica y de transformación productiva por la vía de la apertura económica, han cambiado sustancialmente el rol y las características de los estudiantes. La masificación estudiantil ha sido el eje protagónico, en tanto ha sido causa y efecto a la vez. Tal proceso de expansión matricular se ha producido desde fines de los 80, y se ha acelerado desde mediados de los 90. Así, el crecimiento estudiantil muestra una tendencia sostenida en el tiempo, pero que inclusive a partir de 1985 manifiesta un incremento en su evolución en cada quinquenio y, desde el 2000, un más fuerte avance asociado a la expansión de las economías latinoamericanas y de los ingresos familiares, donde una nueva lógica en la propensión a la educación como inversión asocia más claramente el ciclo económico al ciclo educativo. Desde el año 2000 el cambio en la pendiente de la curva está permitiendo un incremento adicional de 308 000 nuevos alumnos por año. A partir de ese año el incremento anual en la región en términos absolutos es de unos 932 595 estudiantes frente a los 624 416 del período 94-99. En total, entre 1994 y 2012, la matrícula casi se triplicó para alcanzar cerca de los 23,1 millones de estudiantes latinoamericanos, y actualmente los sistemas terciarios están absorbiendo a casi tres millones de nuevos estudiantes por año, ya que están egresando más de dos millones de estudiantes anualmente y, por ende, esto requiere infraestructuras para contener más de un millón de nuevos estudiantes por año. Si incorporamos las elevadas tasas de deserción, que se calculan en el 50 por ciento, las dimensiones de ingreso serian aun superiores (27). Ese incremento de la matrícula ha sido muy superior al incremento de la población de 20 a 24 años y, por ende, ha significado un incremento muy vigoroso de la tasa de cobertura; ya que el continente está atravesando un cambio demográfico significativo dado por el proceso de envejecimiento global de su población y la caída de las tasa de natalidad, que se ha expresado en una reducción de la variación interanual de la población de entre 20 y 24 años.

La expansión de la matricula implicó un salto desde el 22,6 por ciento de la cobertura de la educación superior, que representaba a 11,4 millones de estudiantes en el año 2000, a 50 por ciento de la cobertura con más de 27 millones de estudiantes en 2017. Ello representaría un aumento del 90 por ciento de la cobertura en el periodo, o sea, un incremento sostenido del 5 por ciento interanual (según datos del Instituto de Estadística de la UNESCO —UIS). Ello implicaría una tasa muy levemente superior a la de la década del 90-2000, que fue de 5,3 por ciento interanual, que a su vez fue superior que la de 1980-1990, que fue de 3,8 por ciento interanual, y solo inferior a la tasa del periodo 1970-1980 que, con un tamaño muy inferior en números absolutos de los sistemas terciarios, fue de 8,7 por ciento anual. El crecimiento anual de 6,21 por ciento de la población estudiantil terciaria entre el año 2000 y el 2012 es superior al crecimiento de la población del grupo erario de 20 a 24 años, probablemente mostrando además el ingreso de estudiantes de otras edades como, por ejemplo, los de postgrado y los de educación a distancia. Este fue comparativamente el mayor crecimiento a escala mundial y permitió a la región ser la tercera en cobertura luego de Estados Unidos y Europa occidental con 70 por ciento, y Europa central y oriental con 64 por ciento. Siendo la media mundial de cobertura bruta de 32 por ciento, la región la superaba en el 2012 en 34 por ciento. Todo ello muestra la vitalidad que tuvieron los sistemas universitarios y, al mismo tiempo, el mantenimiento de los centros de atención en la política pública en la cobertura terciaria.

Ambos procesos, incremento de la matrícula en términos absolutos y caída de la variación de la población de 20 a 24 años, han determinado que la tasa de cobertura terciaria en la región en los últimos diez años y especialmente desde el 2000, se haya incrementado un 72 por ciento, al tiempo que la matrícula en términos absolutos aumentó un 95,6 por ciento. El cambio no es solo numérico sino fundamentalmente en el perfil social del estudiantado: feminización, estudiantes del interior de los países, estudiantes como clientes, estudiantes de corto tiempo, estudiantes profesionales, trabajadores, a distancia, indígenas, extranjeros, con discapacidades, etc., que se unen a los estudiantes “tradicionales”. Hubo un cambio creciente que alteró tanto el carácter de elite numérico —por ejemplo, en 1970 había 0,59 estudiantes por cada cien personas, y en el año 2005 se alcanzó a 2,91 estudiantes por cada cien habitantes— como el carácter de elite en términos de su composición social.

La diversidad de sectores estudiantiles es la característica creciente de los nuevos estudiantes latinoamericanos. Además de hijos son padres; además de solteros, casados; además de jóvenes, adultos: todo está cambiando hacia una mayor semejanza con la estructura social de las propias sociedades. Sin embargo, esta masificación está trayendo varios temas adicionales a la discusión, entre los cuales se halla una nueva realidad de deserción, repitencia y abandono, la existencia de dos circuitos de escolarización terciarios diferenciados por la calidad de la educación y que tienden a asociarse a sectores sociales diferenciados, y la incidencia sobre los mercados laborales y sobre las emigraciones de profesionales

Este proceso de expansión de la matrícula y de cambio de su composición social no ha sido un proceso lineal, sino que está marcado por fases. La incorporación de diversos tipos de estudiantes ha marcado la propia historia de la educación superior y los cambios en múltiples dimensiones en las instituciones, los currículos y los sistemas. Podríamos referir varias etapas muy marcadas: aquella caracterizada por el ingreso de estudiantes varones de las capas medias urbanas y rurales, la marcada por el ingreso de mujeres y la feminización de algunas ofertas disciplinarias, el ingreso de trabajadores de los sectores de servicios formales de las capitales y de los grandes centros urbanos del interior y, actualmente, el ingreso de los estudiantes procedentes de las elites de los sectores indígenas y aquellos estudiantes con discapacidades miembros de sus respectivas elites.

Cuadro n.o 4

Evolución del grado de cobertura de la matrícula en América Latina

1995-2015

La universidad latinoamericana en la encrucijada de sus tendencias

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