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2. La tendencia a la evaluación y la acreditación externa

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a. La creación de las agencias de evaluación y acreditación. b. De las agencias de evaluación a los sistemas de aseguramiento de la calidad. c. La diferenciación de los sistemas de aseguramiento de la calidad. d. El futuro de la evaluación educativa.

La educación superior en América Latina durante el siglo XX, en el marco del modelo monopólico y autonomista que se articuló a partir de las reformas de Córdoba, estructuró el aseguramiento de la calidad de la educación superior a partir de mecanismos al interior de las universidades. El establecimiento de reglas de carrera docente, las estructuras catedráticas de elites en un contexto de baja renovación de los saberes, la reducida carga horaria docente, los relativamente elevados niveles salariales, la matrícula de elites y el propio origen social de estudiantes y docentes, determinaron estándares de calidad relativamente elevados en las universidades durante una parte importante del siglo XX. Estos mecanismos garantizaron con relativa eficacia la calidad, a pesar de la reducida investigación en las universidades y la baja articulación con las empresas, la baja demanda de ciencia y tecnología por parte de los aparatos productivos en la región y la casi inexistencia de ofertas y matrículas de postgrado.

Tales mecanismos al interior de las universidades parecieron ser útiles y eficaces hasta los años 70, cuando la violenta expansión de la matrícula comenzó a desbordar a las universidades públicas y saturó sus aulas, se expandieron los cuerpos docentes sin las competencias requeridas, parte de las inversiones en bibliotecas, laboratorios o capacitación docente se diluyeron en gastos corrientes adicionales y se crearon una amplia variedad de instituciones de educación superior públicas y privadas sin los mismos mecanismos idóneos a su interior de aseguramiento de la calidad de la educación impartida. La expansión de la demanda sin el debido acompañamiento financiero y de regulaciones, afectó los niveles de calidad de las propias instituciones públicas en tanto sus mecanismos preexistentes de aseguramiento de la calidad comenzaron a ser desbordados ante la violenta expansión de la matrícula terciaria y la renovación de saberes. El mercado fue el nuevo eje articulador alrededor del cual las nuevas instituciones terciarias se posicionaron en función de sus propios intereses (absorción de demanda o educación de elites, con o sin fines de lucro, etc.) y, dada la ausencia de estándares básicos obligatorios de calidad, la dinámica derivó tanto en una caída relativa como en una amplia diferenciación de los niveles de calidad de la educación. Se conformó un posicionamiento de las instituciones de educación superior como parte de circuitos de escolarización con base en una calidad diferente entre ellos. La tradicional autorregulación de la educación superior y el autocontrol de las posibles entropías a los desórdenes universitarios, luego de años de tambaleo, concluyeron a fines del siglo XX; entonces se comenzó a dar paso a la creación de sistemas tanto de supervisión y vigilancia como de evaluación y acreditación. En casi todos los casos la fiscalización comenzó a depender de las políticas de los ministerios de educación, en tanto que la calidad se comenzó a cautelar a partir de la creación de las agencias de aseguramiento. Ambos están lentamente construyendo una especie de “policía académica”, costosa y centralizadora, pero sin duda útil y necesaria, como derivación de las exigencias de las sociedades de promover mínimos y también mayores estándares de calidad en la prestación de los servicios educativos y de la propia incapacidad de las instituciones, tanto públicas como privadas, de autocumplir las exigencias de calidad y de sus propias misiones.

La universidad latinoamericana en la encrucijada de sus tendencias

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