Читать книгу Trabaja duro, trabaja con astucia - Curtis (50 Cent) Jackson - Страница 10

¡LEVANTA LA MANO!

Оглавление

Sé que tengo la reputación de ser un hombre de mecha corta, pero, en realidad —sin importar en qué avión privado esté volando o en qué sala de juntas esté sentado— siempre estoy relajado, siempre soy la persona que opera con la menor cantidad de miedo. Estoy seguro de que nada que se diga, se amenace o se prometa en esas conversaciones me hará daño. Sí, me encantaría cerrar tratos de distribución de 30 millones de dólares o conseguir el mejor papel de mi carrera, pero no me da miedo que esas cosas se esfumen. ¿Por qué me daría miedo? Ya he pasado por algunas de las cosas más aterradoras que la vida puede ponerte en el camino.

¿Cómo se logra entonces alcanzar el nivel de confianza que yo tengo en mí mismo? ¿Cómo se logra mantener la calma en situaciones en las que otros estarían bañados en sudor? No es física cuántica: la única forma de alcanzar ese nivel de confianza es hacer el trabajo necesario. Punto.

¿En serio te has dedicado a aprender todo lo posible de tu campo? ¿Das cien por ciento cada vez que entras a la oficina, te sientas en el salón de clases o subes al escenario a hacer una audición? Si la respuesta es sí, ¿a qué podrías tenerle miedo? Ya hiciste todo lo que podías hacer; ahora sólo necesitas asegurarte de que el mundo lo reconozca.

Eso puede representar un enorme reto, sobre todo si no te educaron desde pequeño para pensar que perteneces a esos espacios. Si no eres blanco o no fuiste a la escuela “correcta”, es posible que tengas que esforzarte aún más para recibir el crédito que mereces. No debería ser así, pero así es… por ahora.

Tendrás que proyectar una confianza que indique que perteneces ahí, que tienes las respuestas, aun si las personas con quienes estás hablando no lo reconocen. Todo tu arduo trabajo no servirá para un carajo si no estás listo —es más, si no estás decidido— para compartirlo con el mundo.

Te pondré un ejemplo: un tipo en la industria musical, a quien tengo años de conocer, no ha logrado traducir todo su trabajo arduo y talento en el éxito que se merece. No mencionaré su nombre porque es un gran tipo y no quiero dañar su confianza. (¿Ves? Estoy madurando.)

Comenzó en las calles, pero, gracias a su carisma, inteligencia y ética laboral logró abrirse paso en la industria musical. Se acercó a varios magnates que de verdad confiábamos en su juicio y gustos. Ganó buen dinero y era respetado en la industria, pero nunca fue capaz de alcanzar el mismo nivel de opulencia. Y sé que le resultaba muy frustrante.

Me pedía consejos, pero yo no lograba descifrar qué era lo que lo detenía. Entonces, un día fuimos a una reunión con algunos ejecutivos importantes de una disquera, tipos con trajes elegantes y costosos cortes de cabello que les infundían una enorme confianza en sí mismos.

Tenían confianza, sí, pero en realidad no entendían el proyecto que íbamos a discutir. Mi muchacho sí. De pies a cabeza, al derecho y al revés. Habíamos pasado horas hablando de ello, y él lo entendía en el papel y en las entrañas. Por eso lo llevé conmigo; él podía articular mejor que yo lo que se necesitaba hacer.

Esperaba que los impresionara, pero, cuando los ejecutivos comenzaron a hacer preguntas y presentar ideas, se quedó cruzado de brazos. No dijo ni pío. Cualquiera habría pensado que era sólo un amigo que había ido para acompañarme y no que en realidad era el único experto en el tema de la reunión.

En un principio no logré descifrar qué estaba haciendo (o, más bien, no haciendo). Luego lo entendí: tenía miedo. Tenía miedo de levantar la mano porque no quería dar una respuesta equivocada. Había hecho todo el trabajo, pero, frente a la confianza de esos ejecutivos, perdió toda la fe en sí mismo. Y eso significó que los ejecutivos nunca lo notaran; no hicieron una nota mental para ponerle atención; nunca le ofrecieron la plataforma que buscaba y que merecía.

En vez de eso, se quedó atascado en el mismo lugar. Era un buen lugar al que a mucha gente le habría gustado llegar, pero no era el lugar al que él aspiraba. Estaba atorado en un nivel que no cuadraba con sus habilidades.

Cuando el dinero de la industria musical comenzó a dejar de fluir, él se quedó en una posición muy vulnerable. Si hubiera alcanzado el nivel de magnate, habría estado bien; tendría guardado un fondo de emergencias. Pero la emergencia llegó y él no estaba preparado. Fue uno de los primeros en perder su trabajo. (Es genial ser un ejecutivo muy bien pagado, pero, cuando las cosas se ponen feas, son las primeras cabezas que ruedan. A veces es mejor ganar un poco menos.) Hoy en día intenta ganarse la vida como consultor, pero está fuera de toda la acción y se está haciendo viejo en un espacio que privilegia a la juventud.

No cometas el mismo error. Si hiciste el trabajo y sabes de lo que hablas, ¡levanta la puta mano! ¡Siempre! No hay nada peor que ser el que ha pasado horas —incluso de su tiempo libre en casa— estudiando los reportes de la compañía y, cuando tu jefe pregunta por esa información, dejes que alguien más se la dé.

Es muy probable que esa persona no se haya esforzado tanto como tú, pero también que no tenga miedo a equivocarse. Por eso, cuando tu jefe ve a esa persona, ve a alguien activo, alguien que participa, alguien que parece apasionado. Cuando te ve a ti, no sabe qué pensar. Tal vez no piense en nada.

No es justo, pero esa persona que sí levantó la mano conseguirá un ascenso antes que tú; conseguirá una oficina propia antes que tú; usará esa oportunidad para negociar un mejor trabajo con la competencia antes de que tú siquiera consigas un aumento de sueldo. Tú estabas mejor capacitado y más preparado. ¡Pero no se lo demostraste al mundo porque te daba miedo! Ese miedo evitará que obtengas el verdadero valor de tu trabajo. No permitas que eso ocurra.

En la otra cara de esa moneda está la persona que levanta la mano demasiado rápido. Lo hace porque teme que alguien más reciba el reconocimiento antes que él o ella. Así que, aunque no sepa la respuesta, dirá algo.

También conocí a alguien así. Entrábamos a una reunión y se lanzaba a gritar soluciones antes de que alguien hubiera siquiera identificado el problema. Sólo quería que lo escucharan. Siempre que empezaba a hacerlo, yo sólo movía la cabeza y pensaba: “Carajo, ¿qué te pasa?”. Llegó un punto en el que tuve que decirle a Chris Lighty, mi manager en ese entonces, que dejara de llevarlo a las reuniones. Fue una lástima, pues era inteligente y talentoso. Pero estaba esforzándose demasiado. Tenía tanto miedo de que alguien más recibiera los reflectores que su actitud terminó por costarle oportunidades.

Ser temeroso te hará tropezar de varias formas, tanto en la vida profesional como en la personal. Por eso es esencial que identifiques las cosas que te dan miedo y hagas el trabajo necesario para superarlo. En la vida personal, liberarte de ese peso será un alivio enorme. No sabrás qué tan grande era la carga que llevaste encima todos esos años hasta que la sueltes de una vez por todas. En cuanto lo hagas, no sentirás nada más que libertad.

Trabaja duro, trabaja con astucia

Подняться наверх