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CONFÍA EN TUS INSTINTOS

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Otra ventaja que obtuve al haber estado activo en las calles fue aprender a confiar en mis instintos. ¿Alguien me iba a estafar? Tenía que escuchar a mi intuición. ¿La esquina en la que me iba a instalar sería un blanco de la policía? Tenía que seguir mi instinto. ¿Podía confiar en que alguien no hablaría si lo arrestaban? Tenía que escuchar mi instinto.

He notado que muchas personas que no crecieron en un ambiente callejero han perdido esa conexión con sus instintos. Van a la escuela de negocios y estudian cómo moverse en el mundo profesional. Quizás internalicen lo que los profesores les dicen para pasar los exámenes; luego, lo olvidan en un par de meses.

Incluso si llegan a retener lo que se les enseñó, siguen aprendiendo a confiar en la instrucción y no en la intuición. Un profesor de negocios puede tener buenos consejos para ti, pero nada que pueda enseñarte superará la capacidad de escuchar tus instintos.

El barrio te enseña a seguir siempre la ruta más instintiva. Es un poder invaluable. Si no tuviste la fortuna de desarrollar tus instintos en las calles, no te preocupes. Es una habilidad que aún puedes desarrollar.

Siempre que te sientas confundido respecto a una situación, es imperativo que encuentres la forma de bajar el volumen del mundo y te reconectes con lo que en verdad estás sintiendo. Hacer ejercicio sin duda me ayuda a acallar ese ruido. En algún punto del entrenamiento, el esfuerzo físico al que me someto parece desechar todas las estupideces de mi sistema. Siento cómo exhalo las distracciones y las expulso de mi mente. Cuando se van, lo único que queda son las buenas ideas, mis verdaderos instintos, los pensamientos que debo escuchar con más atención.

Es muy importante que tengas algo similar en tu arsenal. Algunas personas alcanzan ese estado paseando por el parque, haciendo jardinería o pintando. Sea lo que sea, tienes que incorporar a tu estilo de vida alguna actividad que te permita desconectarte del ruido del pasado y del presente, y reconectarte con lo que sientes por dentro.

Una última nota sobre ser buscavidas: que te esté animando a confiar en tus instintos no significa que no crea que la estrategia es esencial a la hora de esforzarte. Cuando la gente oye a los buscavidas decir cosas como “Haz que suceda” o “El dinero con miedo se queda en casa”, creen que eso indica que en su mentalidad hay cierta imprudencia. Pero ése no es el caso.

Quizás incluso llegaste a pensarlo si escuchaste a 50 Cent el rapero. A la gente le encantó cuando solté estas rimas:

Have a baby by me, baby, be a millionaire

I’ll write the check before the baby comes

Who the fuck cares

I’m stanky rich,

I’ma die trying to spend this shit

[Ten un bebé conmigo, nena, sé millonaria.

Te firmo un cheque antes de que nazca.

¿A quién carajos le importa?

Soy tan rico que apesto,

me voy a morir antes de gastármelo todo.]

Pareciera que estoy tirando el dinero al aire, ¿no? Pero esos versos simplemente crearon una ilusión. La realidad es que Curtis Jackson no es imprudente con su dinero, en absoluto. De hecho, sólo pongo mi dinero en cosas que a) me apasionan y b) he investigado a fondo. Aunque los buscavidas son siempre agresivos, no siempre están apostando. Un buscavidas talentoso siempre evalúa todos los riesgos y recompensas de forma estratégica antes de comprometerse con algo.

Si voy a firmar un cheque para apoyar algo, debo entenderlo por completo. Puedo pasar horas investigando la industria, rastreando su historia y averiguando quiénes son los jugadores más importantes. Luego llamo a alguna persona inteligente en quien confíe y que tenga experiencia en ese campo para intentar aprender de ella. ¿Crees que haya espacio para crecer o el mercado ya está lleno? ¿Qué oposición enfrentaré si hago una jugada? ¿Cómo sería esa oposición? ¿A quién necesito tener como aliado?

Una vez que tengo esas respuestas, leo todas las páginas de chismes, todos los blogs y cualquier fuente que me pueda informar sobre lo que no se reporta en la prensa tradicional.

Cuando tengo la información completa, si aún siento que puedo tener presencia e impacto en ese espacio, me meto de lleno. Para mí, eso no es apostar, sino ponerle dinero a algo seguro.

Al sentir esa mezcla de pasión y comprensión, opero con una confianza suprema. Tanto así que no me molesto en tener un plan B. ¿Para qué tendría un plan B si estoy seguro de que el plan A va a funcionar?

Las únicas circunstancias en las que me involucro en algo que no comprendo por completo es cuando el dinero no sale de mi bolsa. Si alguien me busca para que sea productor ejecutivo de un proyecto o para que ponga mi nombre a cambio de acciones, no tengo problemas si implica un riesgo mayor. Si ya hay un buen equipo y lo único que necesitan es un empujón mío para dar el brinco, estoy más dispuesto a dar un salto de fe.

Incluso en esas circunstancias, sólo me involucro si lo que voy a hacer me apasiona. No hago nada sólo por un cheque. Ésa es la forma más sencilla de diluir tu marca y perder dinero. Tus fans sabrán que no hay nada orgánico en lo que estás haciendo y no lo van a apoyar.

Y, si la idea no te apasiona, no estarás buscando que te mantengan al tanto, ni contactando a tus socios para saber si algo ha cambiado. Estás, por ponerlo de alguna forma, esperando poder hacer dinero y despertar con la noticia de que alguien dejó un cheque jugoso en tu regazo. Eso tampoco es apostar, es querer perder tu dinero.

La única vez que me acerqué al mundo de las apuestas fue cuando me juntaba con Floyd Mayweather. Él le apostaba a todo —doscientos cincuenta mil dólares a que alguien encestaría un tiro de media cancha en el medio tiempo de un partido de basquetbol, un millón de dólares en un partido de pretemporada— porque se alimentaba de esa adrenalina.

Cuando ganaba una de esas apuestas, se nutría de esa descarga de energía durante días: fiestas de toda la noche seguidas de visitas a una concesionaria de autos al día siguiente. Si perdía, era una historia muy distinta. Si su equipo perdía a las 8 p.m., él ya estaba en la cama antes de las nueve, incluso si tenía treinta invitados listos para una fiesta en su suite. La pérdida le drenaba la vida. La depresión desaparecía unos días después, y entonces volvía a apostar montañas de dinero en alguna otra locura.

Yo no estoy cortado con esa tijera. Hacía apuestas pequeñas —veinte mil dólares por aquí y por allá— para hacerle compañía, pero no tenía el temple para hacerlo como él. En primer lugar, apostar en cosas que no puedo investigar me provoca ansiedad. ¿Por qué me haría eso? En segundo lugar, los deportes de equipo nunca han sido muy importantes para mí. En realidad no me importa quién gane el Super Bowl. No me corto las venas por los Knicks. Nunca tuve una conexión emocional con esas apuestas.

La única excepción es el boxeo. Siempre me fue bien cuando aposté por Floyd. Pero luego perdí veinte mil dólares cuando aposté a que Adrien Broner vencería a Pacquiao en 2019. Con eso, se acabó mi vida de apostador.

A fin de cuentas, me gusta apostar en cosas seguras, y la única cosa segura con la que puedes contar siempre, todo el tiempo, eres tú mismo.

Trabaja duro, trabaja con astucia

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