Читать книгу Trabaja duro, trabaja con astucia - Curtis (50 Cent) Jackson - Страница 8

ENCARAR EL MIEDO

Оглавление

Como ya dije, la muerte de mi madre fue lo que me obligó a desarrollar inmunidad al miedo. Y aprender a recibir golpes en el rostro no hizo más que fortalecer esa insensibilidad. Durante un tiempo, parecía que el miedo era una sensación con la que no tendría que volver a lidiar.

Pero no sería el caso. Sin duda alguna, que me dispararan reavivó esa sensación dentro de mí.

En primer lugar, durante las semanas posteriores al incidente, les tuve mucho miedo a las personas que me dispararon. Sabía que seguían allá afuera, no muy lejos de ahí, y que ansiaban terminar lo que habían empezado.

Además de la ansiedad emocional, el dolor físico de haber recibido nueve balazos me familiarizó otra vez con el miedo. No fue en el momento en el que ocurrió —pues la adrenalina evita que sientas mucho en ese instante—, sino en los meses siguientes.

Una vez que la adrenalina se desvanece y el doctor te dice que vas a sobrevivir, entonces empiezas a sentir los efectos de las balas que te desgarran los músculos y pulverizan los huesos. Sentía dolor en todas partes, donde entró el plomo en mi pulgar y mi mejilla. Durante meses sentí como si tuviera jaquecas en todo el cuerpo: pulsaciones incesantes y profundas que no sabía que se podían sentir en una pierna o una mano.

Cada vez que iba a fisioterapia y debía poner peso sobre la pierna o desgarrar el tejido cicatricial en el pulgar, me dolía a morir. Me di cuenta de que me daba miedo tener que pasar por ese proceso otra vez, quizá más que el que me daba morir.

Sin embargo, conforme fue avanzando la rehabilitación, fui entendiendo otra verdad importante: no me sentía cómodo sintiendo miedo. Podrá parecer una obviedad, pero creo que en realidad es algo que me hace único. La mayoría de la gente está muy cómoda con sus miedos. ¿Miedo a volar? Evita los aviones. ¿Miedo a los tiburones? No te metas al mar durante tus vacaciones en el Caribe. ¿Miedo el fracaso? Ni siquiera lo intentes, es mejor. Muchas personas viven su vida entera así.

Yo no. Odiaba sentir miedo. Odiaba vivir mirando por encima del hombro. No soportaba la idea de quedarme cerca de casa hasta que las cosas se tranquilizaran. Para mí, esconderme habría sido casi peor que haber sido baleado.

De cierta forma, el dolor físico que experimenté fue mi amigo. Me empujó a ir más lejos de lo que mucha gente está dispuesta a llegar. Créeme, cuando sufres tanto dolor físico, ocurre un cambio. Quieres acercarte al problema en vez de huir de él. Y eso es justo lo que hice.

Tras varias semanas de rehabilitación, volví a la casa de mi abuela en Queens. Literalmente regresé a la escena del crimen. Eso en sí mismo fue un gran paso para mí en términos psicológicos. Lo más fácil —y, carajo, lo más sensato también— habría sido irme muy lejos, a un lugar donde nadie, salvo mis amigos más cercanos, pudiera encontrarme. Ni siquiera necesitaba estar a demasiados kilómetros de distancia. Pude haberme mudado al Bronx o a Staten Island y habría sido como si me hubiera ido a otro país. Estaba decidido a no ceder ni un milímetro ante mis miedos; volvería a donde quería estar, que era la casa de mi abuela.

Cuando salí de rehabilitación, los doctores me dijeron que necesitaba empezar a trotar para recuperar mi condición física y la fuerza en las piernas. Estaba comprometido con el plan, pero casi de inmediato enfrenté el primer obstáculo. Una mañana, me asomé por la ventana de mi abuela y vi frente a la casa a alguien a quien no reconocí. A mi parecer, se estaba esforzando demasiado por pasar inadvertido y no llamar la atención. Es cierto que yo estaba bastante paranoico en ese momento, así que pudo no haber sido nada. Pero la paranoia agudiza tus sentidos de la misma forma que el olfato de un antílope puede identificar a un león a cientos de metros de distancia. Quizás estaba percibiendo a mi depredador.

Cancelé la salida a correr que había planeado para ese día. Y volví a hacerlo al día siguiente cuando vi al mismo tipo merodeando por la calle. Para ese entonces, experimentaba mucha confusión. ¿Estaban mis sentidos agudizados alertándome de un peligro invisible? ¿O imaginaba una amenaza que en realidad no estaba ahí? Lo único que sabía a ciencia cierta era que el miedo comenzaba a consumirme.

Decidí que, si me quedaba en la casa y no seguía adelante con el plan de rehabilitación, saldría perdiendo. Cuando el miedo interrumpe tu rutina o te obliga a replantearla de alguna manera significa que te tiene enganchado y te frenará por siempre. “Los cobardes mueren varias veces antes de expirar”, escribió Shakespeare. “Los valientes saborean la muerte sólo una sola vez.” Mi intención no era quedar como un cobarde.

La mejor manera de superar un miedo que te está deteniendo es, primero, reconocerlo y, después, hacer un plan para vencerlo. Así que eso hice. Para empezar, reconocí que estaba asustado. Luego, reuní a mis amigos de más confianza en la sala de mi abuela y les expliqué que necesitaba que me acompañaran a correr a la mañana siguiente. “Por supuesto”, dijeron todos. “Volvemos mañana.” Cuando llegó el día siguiente, sin embargo, sólo uno de ellos apareció: mi amigo Halim. No creo que a los demás les hubiera dado miedo la amenaza latente, pues ya habían demostrado su valentía varias veces. Creo que les daba mucho más miedo pensar en hacer cardio en la mañana. Eso era algo con lo que no se sentían cómodos.

Decidí salir sólo con Halim, a pesar de que no era el candidato ideal: estaba en peor forma que yo. Y, sobre todo, tenía serias dudas sobre cómo reaccionaría Halim si la amenaza se materializaba. A pesar de ser parte de una banda llena de tipos que buscan cualquier excusa para comenzar a disparar, la naturaleza de Halim lo llevaba siempre a intentar evitar las confrontaciones. Halim estaba tan fuera de forma que le di una bicicleta para que pudiera seguirme el paso. Y, con respecto a mi otra preocupación, la resolví —literalmente— con mis propias manos.

Encontré una pistola pequeña, me la puse en la mano buena y la envolví con vendas. Todo el mundo sabía que yo era boxeador, por lo que, para el observador casual, parecía que me había lastimado en el ring. Me ponía tantas vendas que el arma se disimulaba dentro del “vendaje” casi por completo; sólo el cañón se asomaba por debajo. Le dije a Halim que pedaleara a mi lado y se mantuviera atento en busca de cualquiera que pareciera como que fuera a salir de entre los arbustos y dispararme. Sólo tenía que dar la alarma y yo me haría cargo del resto.

Halim y yo seguíamos la misma rutina todas las mañanas. Estaba decidido a recuperar la fuerza y la condición física, y no iba a permitir que una amenaza —ya fuera real o imaginaria— se interpusiera entre mis objetivos y yo. ¿Estaba en realidad asustado cuando salía a correr? Al principio sí, pero me reconfortaba saber que cada vez que salía había tomado todas las precauciones necesarias. Tenía un vigía y un arma, que ya era mucho más que cuando me dispararon.

Era una extensión de lo que Allah Understanding me había enseñado: en vez de tenerle miedo a los golpes y rendirte, haz las cosas que te convertirán en un blanco difícil de golpear. En el ring, eso significaba no dejar de mover los pies y el cuerpo, y mantener la guardia arriba. En las calles, significaba trotar con un guardaespaldas y una pistola bajo la manga.

Al final nadie me enfrentó y logré recuperar la forma física con esas salidas. Pero, al recordar esos días, me doy cuenta de que no necesitaba ser tan agresivo al confrontar mis miedos. No tenía que correr en las mismas calles en las que me habían disparado; bien podría haber ido a un gimnasio local o puesto una caminadora en el sótano de mi abuela.

Estaba tan incómodo que cualquier cosa que no fuera correr en las calles, con la vista puesta en el barrio entero, la habría sentido como una concesión frente al miedo, una concesión que no estaba dispuesto a hacer.

Hoy en día soy menos propenso a confrontar las cosas con tanta agresividad. De hecho, para ser honesto, hay miedos que no he enfrentado aún.

Trabaja duro, trabaja con astucia

Подняться наверх