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A LO QUE AÚN LE TENGO MIEDO

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Podemos pasar la vida entera —como lo hacen muchas personas— intentando ignorar algo que en realidad cargamos a diario. Pero no puedes esconderte de aquello que nunca sueltas.

Por poner un ejemplo: cuando me miro al espejo y evalúo con honestidad dónde estoy en la vida, mi mayor temor tiene que ver con la familia.

Es un miedo que no he querido admitir abiertamente, pues sé que para la mayoría de la gente la familia es una increíble fuente de confort y seguridad que brinda una sensación de bienestar y conexión.

Yo nunca he sentido eso. La noción de familia me pone muy incómodo. No me hace sentir seguro; me hace sentir en extremo vulnerable.

Dada mi historia, no debería causar sorpresa. El principal miedo de cualquier niño, sin importar dónde viva o en qué circunstancias, es perder a su padre o madre. Está inscrito en nuestro adn. No es necesario descargar esa app; la traes instalada de fábrica. Los psicólogos dicen que el miedo a perder a un padre es particularmente agudo entre los cuatro y ocho años de edad. Todos los niños en ese rango de edad comienzan a preocuparse si su papá o mamá tarda en volver de la tienda o si sale de viaje un par de días. Por lo regular, el padre vuelve, y el niño deja de obsesionarse con la posibilidad de que no lo haga. Pero mi madre nunca volvió. Así que, cuando el peor miedo de cualquier niño se hizo realidad en mi caso, se volvió sumamente difícil abrirme al tipo de amor que sentía por mi mamá con alguien más.

Como seguramente habrás deducido, las cosas no se volvieron más sencillas en casa de mis abuelos. Su amor era incuestionable, pero el ambiente era caótico, por decir lo menos. Nunca hubo dinero, atención ni estabilidad suficientes. Pero sí había bastante abuso en el consumo de drogas y alcohol. Y mucha disfunción. La casa de mis abuelos no era el lugar ideal para guardarle luto a mi madre.

Sin embargo, ellos eran la única familia que tenía. Nunca conocí a mi padre; ni siquiera sé quién es. Muchas personas que crecieron sin padre ansían reconectarse con él cuando son mayores, pero yo nunca lo sentí. De hecho, me alegra que nunca haya aparecido en mi vida. Todo aquello con lo que me pudo haber ayudado —y las enseñanzas que me pudo haber dejado— ha quedado atrás. No creo que haya algo positivo que pudiera sumarle a mi vida ahora.

Como muchas otras personas, al principio continué con el ciclo de disfunción que empezó con la muerte de mi madre. Cuando nació mi hijo Marquise, justo al mismo tiempo que mi carrera en el rap comenzaba a despegar, creí que había pasado la página. Recuerdo haberle dicho a un reportero: “Cuando mi hijo llegó a mi vida, mis prioridades cambiaron. Quería tener la relación con él que no tuve con mi padre”.

Ésa era mi intención, pero no fue lo que sucedió. En cambio, la madre de Marquise, Shaniqua, y yo nos enfrascamos en una relación sumamente disfuncional, pero hablaré de mis frustraciones con Shaniqua y Marquise más adelante. Por ahora, debo admitir que muchas de las críticas que he recibido por la forma en que lidié con esa situación están justificadas.

Soy una persona muy honesta y transparente; las cosas que he dicho en público sobre mi hijo mayor son el mismo tipo de cosas que muchos padres que están atrapados en relaciones poco saludables también sienten y piensan. Pero ellos no las externan. Eso no significa que esté bien, pero podría hacerlo más comprensible.

Si algo he hecho bien con respecto a la familia es que he intentado romper ese ciclo de disfunción con mi hijo menor, Sire. Su madre y yo no estamos juntos, pero he tratado de estar muy presente en su vida. Él vive con su mamá, así que voy a verlo siempre que tengo la oportunidad. Pasamos el rato en la piscina, jugamos videojuegos y vemos deportes. Cosas normales para padres e hijos. Lo más importante es que no hay tensión cuando lo veo. Su madre y yo estamos en la misma frecuencia y hemos aprendido a sobrellevar la crianza compartida. Así que, cuando Sire ve que me acerco para abrazarlo, sabe que ahí no hay más que amor.

Me hace feliz saber que siempre seré parte importante de su vida y que estaré con él para ayudarlo a transitar los inevitables picos y valles de la vida. Quiero asegurarme de que Sire no cometa los mismos errores que yo. Es lo mismo que quería para Marquise, pero ni su madre ni yo teníamos la madurez emocional como para darle las bases para que así fuera. La verdad es que tenía miedo de formar una familia; quizás ella también. Y nuestro hijo sufrió las consecuencias de ello. Hoy en día, mi relación con Marquise no es más que un reflejo de la energía negativa que hubo entre su madre y yo.

La relación con Marquise es el área de mi vida que más trabajo necesita. Ha habido momentos, incluso en últimas fechas, en los que he considerado desechar esa relación por completo. No quiero hacerlo, pero, a veces, cuando te han lastimado demasiado —y tú has lastimado bastante también—, parecería que lo mejor es simplemente alejarse.

Estuve a punto de hacerlo no hace mucho, después de un encuentro inesperado con él en el local de mi joyero en Manhattan. Yo no sabía que estaba en la ciudad, por lo que me sorprendió verlo. Intenté entablar una conversación, pero Marquise de inmediato me acusó de estarlo siguiendo. Le dije que eso era una locura, pero todo se derrumbó en ese momento.

La energía entre nosotros era terrible. Incluso dijo: “¿Qué? ¿Se supone que debo tenerte miedo?”. Fue como una patada en la entrepierna. A pesar de ser mi hijo, de ser sangre de mi sangre, no podíamos hablar, mucho menos abrazarnos y sonreírnos tras un encuentro inesperado. Entonces, sin decir una palabra, huyó de la tienda, y yo me quedé estupefacto.

Un par de mis muchachos salió a la calle para intentar alcanzarlo y decirle: “¿Qué te pasa? Es tu padre. Entra y habla con él”, pero Marquise ya había desaparecido. No quería que lo encontraran. Ni siquiera pude seguirlos; tenía la mente brumosa y no podía pensar bien. Tardé varios minutos en recobrar la compostura.

Hay muy pocas cosas que me afectan de esa manera tan terrible, y sé que si pasa algo así es porque siempre hay un asunto familiar de por medio. Si me topo con un rapero que me insultó o con un empresario con quien tuve una tensa negociación, sé que voy a estar bien. De hecho, estaré de maravilla. Esos momentos no me afectan; de hecho, vivo y respiro con tal de pasar por ellos. Sólo las cosas familiares parecen desconcertarme.

Y no es sólo mi relación con Marquise. Ni siquiera me gusta ir a casa en las fiestas, pues ver a mi familia me tensa. Visito la vieja casa de mi abuela días antes de navidad para pasar un rato con mi abuelo, pero no regreso para las celebraciones. Incluso si llevo sólo vibras positivas a la casa, alguien siempre usará su negatividad en mi contra. Una tía o un primo dirán: “Estoy harto de que todos le besen los pies sólo porque es 50 Cent. Carajo, ni que fuera tan especial”. En vez de celebración, la noche entera se vuelve una discusión sobre qué hice por una persona y no por todos los demás. Ese tipo de energía me pone muy incómodo.

Sé que mi miedo a la familia no es saludable y estoy trabajando en ello. Podría tomarme años, pero estoy comprometido con lograrlo. Así que, para cuando tenga la edad de mi abuelo, con algo de suerte tendré una relación sólida con mis hijos y quizá con sus hijos también.

Trabaja duro, trabaja con astucia

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