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Encíclicas papales

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El pontificado de Pío XI (1922-1939) fue prolífico en cuanto a la producción de documentos. A través de diversas encíclicas, el papa lombardo expresó la posición de la Iglesia sobre diferentes temáticas. Dio nuevo impulso a la Doctrina Social de la Iglesia y, en ese marco, retomó las críticas al liberalismo y al socialismo. También publicó textos críticos acerca de los excesos del fascismo, y condenó al nazismo y al comunismo ateo. Asimismo, se ocupó de reprobar el laicismo y de reivindicar el derecho de la Iglesia a impartir educación y formación religiosa. A partir del siguiente apartado se realizará un breve repaso sobre esos trascendentales documentos pontificios.

Quadragesimo anno (1931): actualización de la Doctrina Social

Con motivo de cumplirse los cuarenta años de la publicación de la encíclica Rerum novarum5 –que inició la reflexión de la Cátedra de Pedro sobre posibles soluciones a la llamada cuestión social–, el 15 de mayo de 1931 el papa Pío XI promulgó un documento conmemorativo de aquella, dedicado a la “restauración del orden social en perfecta conformidad con la ley evangélica” (Pío XI, 1931b). Rerum novarum (“De las cosas nuevas”) –obra de León XIII–6 fue la primera encíclica dedicada íntegramente a la cuestión obrera. Dio nacimiento a la Doctrina Social de la Iglesia. En ese trascendental texto se propugnó una tercera posición, alejada del liberalismo y del socialismo, cuya línea fue ratificada en el cuadragésimo aniversario de su publicación, a través de una nueva encíclica que se llamó –justamente por ese motivo– Quadragesimo anno.

El papa Pío XI –en Quadragesimo anno– denominó a Rerum novarum como la carta magna en la que debía fundarse toda actividad cristiana en cuestiones sociales. En buena medida, el nuevo documento papal ratificó las enseñanzas del escrito fundacional acerca de la cuestión social.

Rerum novarum había marcado que el sistema capitalista –hacia finales del siglo XIX– había generado una insoportable injusticia social, donde la sociedad humana aparecía cada vez más claramente dividida en dos clases. Existía, por un lado, una minoría privilegiada con abundantes riquezas y, por el otro, en cambio, las mayorías obreras se encontraban reducidas a una angustiosa miseria. El catolicismo debía encontrar una respuesta y una salida justa a esta situación aborrecida por los principios evangélicos. Algunos proponían caer en la falsa solución del socialismo marxista, pero la Iglesia ya había indicado que no era recomendable ese camino. Las injusticas del liberalismo individualista no se reparaban con una revolución socialista marxista. El “remedio a la inmerecida indigencia de los proletarios” no podían darlo ni el liberalismo (impotente para resolver con justicia la cuestión social) ni el socialismo (proponía un remedio peor que el mismo mal). La solución había que buscarla en la sabiduría de la Doctrina Social de la Iglesia católica, que bebía de la fuente viva y vital del Evangelio.7 A tal fin se estimuló la creación de asociaciones de obreros, campesinos, artesanos y asalariados de todo tipo.

Tanto en Rerum novarum como en Quadragesimo anno se cuestiona la concepción liberal del Estado que se desentiende de la cuestión social. En contraposición, el catolicismo propugna una organización estatal comprometida con la prosperidad de la comunidad y de las personas, teniendo como prioridad a los más necesitados y débiles. Para la Iglesia, el Estado debe propender hacia el bien común y tutelar a los más humildes. Mientras que la clase social de mayor riqueza material se puede defender por sus propios medios, el pueblo precisa de la defensa del Estado, que debe abrazar con cuidado y providencia peculiares a los asalariados que forman parte de la clase pobre.

En Quadragesimo anno se recuerda que –a través de Rerum novarum– la voz del catolicismo se levantó para contrarrestar la perniciosa política del liberalismo que había impedido que se realizara una obra justa de gobierno. La Iglesia empezó a promover una política social más activa. Pero no se quedó en el ámbito de la propuesta, sino que actuó para hacerla efectiva. Los miembros de la Iglesia –laicos y religiosos– trabajaron arduamente para implementar una nueva legislación social y hacerla realidad. La encíclica Rerum novarum contribuyó considerablemente a mejorar la condición de los obreros. Explícita y categóricamente se reclamaba en ese documento que se los protegiera especialmente (Rerum novarum, N.º 27). Las nuevas normativas impulsadas por la Iglesia aseguraron los sagrados derechos de los obreros que les corresponden por su dignidad humana. Esas leyes protegían el alma, la salud, la familia, la vivienda, los salarios, las consecuencias de los accidentes de trabajo de los asalariados.

Asimismo, en Rerum novarum León XIII señaló que el liberalismo estimulaba y favorecía a las asociaciones de las clases privilegiadas y, al mismo tiempo, combatía a las asociaciones de trabajadores que se iban formando para defenderse de los atropellos de los poderosos. El catolicismo, en sentido contrario, defendía el derecho natural de los obreros de formar sus propias asociaciones y mantenerlas. La sabia encíclica de León XIII exhortó a los obreros cristianos a formarlas y les enseñó el modo de hacerlas. Esta actitud alejó a muchos de las opciones socialistas que se presentaban, falsamente, como el único refugio de los humildes y oprimidos. La finalidad de estas asociaciones de obreros era conseguir la perfección moral y religiosa de cada uno de los asociados y obtener el mayor aumento posible de los bienes del cuerpo, del espíritu y de la fortuna. Para alcanzar la paz y la prosperidad de la sociedad, era indispensable que se establecieran relaciones mutuas entre los miembros. Las asociaciones cristianas de obreros debían defender sus intereses temporales sin olvidar los preceptos religiosos. A través de su misión contribuyeron a la justicia y colaboraron con las demás clases sociales a la restauración cristiana de toda la vida social. Como nota fundamental para cumplir fielmente su tarea, los sindicatos debían contar con autonomía e independencia del poder estatal.8

Las asociaciones de obreros y de patrones cumplen un rol fundamental en esta tarea de conciliación de clases. En la encíclica Rerum novarum –el concepto es ratificado en Quadragesimo anno– se promueve la conciliación entre el capital y el trabajo. “No puede existir capital sin trabajo, ni trabajo sin capital”, sentenció León XIII en Rerum novarum (N.º 15), pero la defensa principal debe ser dirigida hacia pobres y débiles. A ese fin, la doctrina social católica propone que se eleve la condición material de los obreros, sin descuidar el cultivo del espíritu cristiano. La urgencia de lo material debe ser atendida con celeridad, pero sin olvidar la primacía de lo religioso y moral.

Del mismo modo, en la encíclica Quadragesimo anno se denunciaba que el sistema capitalista no solamente generaba concentración de riqueza, sino que esos potentados acumulaban inmenso poder. Se creaba, de ese modo, una dictadura económica, consecuencia de “la libertad infinita de los competidores que solo dejó supervivientes a los más poderosos”. El espíritu individualista en el campo económico trajo consecuencias funestas: la libre competencia se destruyó y el mercado libre fue suplantado por la prepotencia económica. El peor efecto de esta situación era la aparición del imperialismo internacional, es decir, el internacionalismo del capital.

Escapa a los fines de este apartado hacer un estudio exhaustivo de tan profundo documento, pero valga el breve resumen aquí expuesto para tener una noción sobre los principales lineamientos de un texto que ejerció –como se analizará en los capítulos posteriores– una inmensa influencia sobre los acontecimientos políticos de la década siguiente.

¿Cómo se gestó el peronismo?

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