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16 SALE JERRY
ОглавлениеHabía una muchedumbre en torno al First National Bank. Nos abrimos paso hasta la puerta, donde encontramos a McGraw con cara de pocos amigos.
—Eran seis, enmascarados —le informó al jefe cuando entrábamos—. Han cometido el atraco hacia las dos y media. Cinco han conseguido huir con la pasta. El vigilante ha abatido a uno, Jerry Hooper. Está en ese banco, tieso. Hemos cortado las carreteras y he telegrafiado a todas partes, por si no es ya muy tarde. Los han visto por última vez al doblar la esquina de King Street, en un Lincoln negro.
Fuimos a echar un vistazo a Jerry, que yacía muerto en uno de los bancos del vestíbulo cubierto con un abrigo marrón. La bala le había entrado por debajo del omoplato izquierdo.
El vigilante del banco, un viejo zoquete de aspecto inofensivo, sacó pecho y nos lo contó:
—Al principio no ha habido ocasión de hacer nada. Estaban dentro antes de que se diera cuenta nadie. Y hay que ver la prisa que se han dado. Han recorrido las ventanillas una por una, venga a recogerlo todo. Entonces no he tenido oportunidad de hacer nada. Pero me digo: «Muy bien, chavales, ahora lo tenéis todo de cara, pero a ver qué pasa cuando intentéis salir».
»Y he cumplido mi palabra, pueden creerlo. Salgo por la puerta detrás de ellos y me lío a tiros con mi vieja arma. He alcanzado a ese tipo justo cuando se montaba en el coche. Seguro que me habría llevado por delante a algún otro si llego a tener más munición, porque es muy difícil disparar así, plantado en la...
Noonan atajó el monólogo del viejo tarugo palmeándole la espalda hasta dejarlo sin aire, al tiempo que le decía:
—Eso está muy bien, desde luego. Eso está muy bien, desde luego.
McGraw volvió a cubrirle la cabeza al muerto con el abrigo y gruñó:
—Nadie puede identificar a nadie. Pero si está Jerry en el ajo, seguro que el lío lo ha montado el Susurro.
El jefe asintió con gesto alegre y dijo:
—Lo dejo en tus manos, Mac. ¿Va a hurgar por ahí, o viene al ayuntamiento conmigo? —me preguntó.
—Ni una cosa ni otra. Tengo una cita y quiero ponerme unos zapatos secos.
El pequeño Marmon de Dinah Brand estaba delante del hotel. No la vi. Subí a mi habitación y no eché la llave. Me había quitado el sombrero y el abrigo cuando entró sin llamar.
—Dios mío, cómo apesta a alcohol esta habitación —exclamó.
—Son los zapatos. Noonan me ha llevado a chapotear en ron.
Cruzó hasta la ventana, la abrió, se sentó en el alféizar y preguntó:
—¿A qué ha venido eso?
—Creía que iba a encontrar a tu Max en un antro que se llama la posada de Cedar Hill. Así que hemos ido allí, hemos acribillado el garito, nos hemos cargado a unos puñeteros italianos, hemos derramado litros y litros de alcohol y le hemos prendido fuego al local.
—¿La posada de Cedar Hill? Pensaba que llevaba más de un año cerrada.
—Eso parecía, pero alguien la utilizaba de almacén.
—¿No habéis encontrado a Max? —preguntó.
—Por lo visto, mientras estábamos allí han atracado el First National Bank de Elihu.
—Eso lo he visto yo —dijo—. Acababa de salir de Bengren’s, una tienda a un par de puertas de allí. Me he montado en el coche y entonces he visto a un tipo enorme que salía de espaldas del banco con un saco y una pistola; llevaba la cara tapada con un pañuelo negro.
—¿Estaba con ellos Max?
—No, ¿cómo iba a estar? Siempre envía a Jerry y a sus chicos. Para eso los tiene. Jerry sí estaba. Lo he reconocido en cuanto se ha bajado del coche, a pesar del pañuelo negro. Todos lo llevaban negro. Han salido cuatro del banco y han bajado corriendo hacia el coche junto al bordillo. Jerry y otro tipo estaban en el coche. Cuando venían los cuatro por la acera, Jerry se ha bajado de un salto y ha salido a su encuentro. Entonces han empezado los disparos y Jerry ha caído. Los demás se han subido al carro y se han largado. ¿Qué hay de la pasta que me debes?
Conté diez billetes de veinte dólares y una moneda de diez centavos. Se apartó de la ventana para venir a por ellos.
—Eso por entretener a Dan para que pudieras echarle el guante a Max —dijo una vez se hubo guardado el dinero en el bolso—. ¿Y qué hay de lo que iba a llevarme por indicarte dónde podías hallar pruebas de que se cargó a Tim Noonan?
—Tendrás que esperar a que lo acusen. ¿Cómo sé que esa información es buena?
Frunció el ceño y preguntó:
—¿Qué haces con todo el dinero que no gastas? —Se le iluminó la cara—: ¿Sabes dónde está Max en estos momentos?
—No.
—¿Cuánto pagarías por saberlo?
—Nada.
—Te lo digo por cien pavos.
—No querría aprovecharme de ti.
—Te lo digo por cincuenta pavos.
Negué con la cabeza.
—Veinticinco.
—No tengo interés en él —dije—. Me trae sin cuidado dónde esté. ¿Por qué no le vendes esa información a Noonan?
—Sí, y luego tendría que intentar cobrársela. ¿Solo usas el alcohol para perfumarte, o dejas algo para beber?
—Aquí tengo una botella, se supone que de Dewar, que he cogido en Cedar Hills esta tarde. En la maleta hay una botella de King George. ¿Qué prefieres?
Votó por el King George. Echamos un trago cada uno, solo, y dije:
—Ponte cómoda y entretente con esto mientras me cambio de ropa.
Cuando salí del cuarto de baño veinticinco minutos después estaba sentada al escritorio, fumando un pitillo y estudiando una libreta de apuntes que guardaba en un bolsillo lateral de mi maleta de cuero.
—Supongo que estos son los gastos que has incluido en tu minuta en otros casos —dijo sin levantar la vista—. Te aseguro que no entiendo por qué no puedes mostrarte más generoso conmigo, maldita sea. Mira, aquí hay una entrada por seiscientos dólares en la que se indica «Info.». Eso es información que le compraste a alguien, ¿no? Y debajo hay otra por ciento cincuenta, «Remate», vete a saber qué es eso. Y aquí hay otro día en el que gastaste casi mil dólares.
—Deben de ser números de teléfono —repuse mientras le arrebataba la libreta—. ¿A ti dónde te educaron? ¡A quién se le ocurre registrarme el equipaje!
—Me educaron en un convento —dijo—. Me llevé el premio por buen comportamiento todos y cada uno de los años que estuve allí. Creía que las niñas que se ponían más azúcar de la cuenta en el chocolate iban al infierno por gula. Ni siquiera estaba enterada de que existiera la blasfemia hasta los dieciocho años. La primera vez que oí a alguien maldecir casi me desmayo. —Escupió en la alfombra, justo delante, echó la silla hacia atrás, cruzó los pies encima de la cama y me preguntó—: ¿Qué te parece?
Le quité los pies de la cama y dije:
—Yo me crie en una taberna de los muelles. No vuelvas a ensalivarme el suelo o te saco de aquí a rastras por el cuello.
—Antes vamos a tomar otro trago. Oye, ¿qué me das por información confidencial sobre cómo los chicos no perdieron un centavo en la construcción del ayuntamiento, la que figuraba en los documentos que le vendí a Donald Willsson?
—Así no vas a convencerme. Inténtalo con otra cosa.
—¿Qué tal los motivos de que la primera señora de Lew Yard fuera ingresada en el manicomio?
—No.
—King, nuestro sheriff, tenía deudas por valor de ocho mil dólares hace cuatro años, y es ahora propietario de más manzanas de edificios de oficinas en el centro de las que puedes imaginar. Todo eso no te lo puedo explicar con detalle, pero sí indicarte dónde averiguarlo.
—Tú sigue intentándolo —la animé.
—No. No quieres comprar nada. Confías en conseguir algo a cambio de nada. No está mal este whisky escocés. ¿De dónde lo has sacado?
—Lo traje de San Francisco.
—¿Cómo es que no estás interesado en la información que te ofrezco? ¿Te parece que puedes obtenerla más barata?
—Ahora esa clase de información no me sirve de gran cosa. Tengo que actuar deprisa. Me hace falta dinamita, algo que los haga saltar por los aires.
Se echó a reír y se levantó de un brinco con los ojos de pronto brillantes.
—Tengo una tarjeta de Lew Yard. Supón que le enviamos a Pete la botella de Dewar que mangaste acompañada de la tarjeta. ¿No lo tomaría como una declaración de guerra? Si Cedar Hill era un almacén clandestino de alcohol, seguro que era propiedad de Pete. Al recibir la botella con la tarjeta de Lew, ¿no te parece que llegaría a la conclusión de que Noonan arrasó el antro siguiendo órdenes?
Lo sopesé y dije:
—Eso es muy poco sutil. No se lo tragaría. Además, prefiero que Pete y Lew estén aliados contra el jefe en estos momentos.
Hizo pucheros y dijo:
—Te crees muy listo. Lo que pasa es que es difícil congeniar contigo. ¿Me llevas a dar una vuelta esta noche? Tengo un vestido nuevo que los dejará bizcos.
—Vale.
—Ven a recogerme a eso de las ocho.
Me dio una palmadita en la mejilla con una mano cálida, dijo «Adiós» y salió por la puerta cuando sonó el teléfono.
—Mi pavo y el de Dick están juntos en la choza de tu cliente —me informó Mickey Linehan por teléfono—. El mío anda más atareado que una puta con dos camas, aunque aún no sé qué se trae entre manos. ¿Alguna novedad?
Dije que no había nada y me tumbé al sesgo en la cama para reunirme conmigo mismo e intentar dilucidar qué consecuencias tendría el ataque de Noonan contra la posada de Cedar Hill y el atraco al First National Bank perpetrado por el Susurro. Cuánto habría dado por oír lo que estarían diciendo en casa del viejo Elihu, este, Pete el Finlandés y Lew Yard. Pero no tenía ese talento, y nunca se me había dado muy bien la adivinación, así que después de devanarme los sesos durante media hora dejé de atormentarme y eché un sueño.
Eran casi las siete cuando desperté de la siesta. Me lavé, me vestí, llené los bolsillos con una pistola y una petaca de medio litro de whisky y me fui camino de casa de Dinah.