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18 PAINTER STREET
ОглавлениеLas provisiones enlatadas de la cabaña no incluían nada que nos tentara como desayuno. Nos conformamos con café preparado con agua sumamente rancia de un cubo galvanizado.
Después de andar kilómetro y medio llegamos a una granja donde había un chico al que no le importó ganarse unos dólares llevándonos de regreso a la ciudad en el Ford de la familia. Tenía un montón de preguntas, a las que respondimos con embustes o silencios. Nos dejó delante de un pequeño restaurante en la parte alta de King Street, donde comimos tortas de alforfón y beicon en grandes cantidades.
Un taxi nos llevó hasta la puerta de Dinah poco antes de las nueve. Le hice el favor de registrar la casa del tejado hasta el sótano y no encontré indicios de que hubiera tenido ninguna visita.
—¿Cuándo volverás? —me preguntó mientras me seguía hasta la puerta.
—Intentaré pasarme antes de medianoche, aunque sea solo unos minutos. ¿Dónde vive Lew Yard?
—En el 1622 de Painter Street. Painter queda tres manzanas más allá. El 1622 está cuatro manzanas hacia arriba. ¿Qué tienes que hacer allí? —Antes de que pudiera contestar me cogió el brazo con las dos manos y me suplicó—: Trinca a Max, ¿vale? Me da miedo.
—Tal vez luego anime a Noonan a que lo haga. Depende de cómo vayan las cosas.
Me dijo que era un maldito traidor o algo por el estilo al que le traía sin cuidado lo que le pasara a ella siempre y cuando cumpliera con su trabajo sucio.
Fui a Painter Street. El 1622 era una casa de ladrillo rojo con garaje debajo del porche delantero.
Una manzana calle arriba me encontré a Dick Foley en un Buick alquilado sin conductor. Me senté a su lado y le pregunté:
—¿Cómo va?
—Pillo dos. Sigo tres y media, despacho a Willsson. Mickey. Cinco. Casa. Ajetreo. Apostado. Salgo tres, siete. Todavía nada.
Con eso quería informarme de que localizó a Lew Yard a las dos la víspera por la tarde; lo siguió a casa de Willsson a las tres y media, hasta donde Mickey había seguido a Pete; se fue tras los pasos de Yard a las cinco, hasta su domicilio; vio entrar y salir gente de su domicilio, pero no había seguido a nadie; mantuvo vigilada la casa hasta las tres de la madrugada, y había regresado a su puesto a las siete de la mañana; desde entonces no había visto entrar o salir a nadie.
—Más vale que dejes esto y vayas y te plantes delante de la casa de Willsson —le dije—. He oído que Thaler el Susurro se esconde allí, y me gustaría tenerlo vigilado hasta que decida si se lo entrego o no a Noonan.
Dick asintió y puso en marcha el ruidoso motor. Me apeé y volví al hotel.
Allí me esperaba un telegrama del Viejo:
ENVÍE EN CORREO URGENTE EXPLICACIONES DETALLADAS DEL CASO EN CURSO Y LAS CIRCUNSTANCIAS EN QUE LO ACEPTÓ JUNTO CON INFORMES DIARIOS HASTA LA FECHA
Me metí el telegrama en el bolsillo con la esperanza de que las cosas fueran resolviéndose rápido. Enviarle la información que quería en ese momento habría sido lo mismo que presentarle la dimisión.
Me puse un cuello de camisa limpio y me fui a toda prisa al ayuntamiento.
—Hola —me saludó Noonan—. Esperaba que viniera por aquí. He intentando localizarlo en el hotel pero me han dicho que no había pasado allí la noche.
No tenía buen aspecto esta mañana, pero bajo su habitual entusiasmo fingido me dio la impresión, para variar, de que se alegraba de veras de verme.
Cuando me sentaba, sonó uno de sus teléfonos. Se llevó el auricular a la oreja, dijo: «¿Sí?», escuchó un momento, afirmó: «Más vale que vayas allí tú mismo, Mac», y tuvo que hacer dos intentos de volver a colocar el auricular en la horquilla antes de conseguirlo. Se le había puesto la cara un tanto pálida, pero su voz sonó casi normal cuando me dijo:
—Se han cargado a Lew Yard: lo han abatido ahora mismo cuando salía de su casa.
—¿Algún detalle? —pregunté mientras me maldecía por haber retirado a Dick Foley de Painter Street una hora antes de lo debido. Vaya mala pata.
Noonan negó con la cabeza, mirándose el regazo.
—¿Vamos a echar un vistazo a los restos? —sugerí, al tiempo que me levantaba.
No se puso en pie ni alzó la mirada.
—No —dijo en tono hastiado como si le hablara a su regazo—. A decir verdad, no quiero. No sé si podría aguantarlo ahora mismo. Estoy asqueado de tanta muerte. Me está afectando; bueno, me está poniendo de los nervios.
Volví a sentarme, sopesé su bajo estado de ánimo y le pregunté:
—¿Quién supone que lo ha matado?
—¡Dios sabe! —masculló—. Todos están matando a todos los demás. ¿Dónde vamos a ir a parar?
—¿Cree que ha sido cosa de Reno?
Noonan se estremeció, hizo amago de mirarme, cambió de parecer y repitió:
—Dios sabe.
Lo abordé desde otro ángulo:
—¿Cayó alguien anoche en la batalla del Silver Arrow?
—Solo tres.
—¿Quiénes eran?
—Un par de chorizos llamados Blackie Whalen y Put Collings que acababan de salir bajo fianza ayer a las cinco, y Jake Wahl el Holandés, un pistolero a sueldo.
—¿De qué iba aquello?
—Una trifulca, supongo. Parece ser que Put y Blackie y los demás que salieron en libertad con ellos estaban celebrándolo con unos amigos y la juerga acabó a tiros.
—¿Eran todos hombres de Lew Yard?
—No sé nada de eso —respondió.
Me levanté y dije: «Ah, bueno, vale», camino ya de la puerta.
—Un momento —me llamó—. No se largue así. Supongo que sí lo eran.
Volví a mi asiento. Noonan tenía la mirada fija en el tablero de la mesa. La cara se le veía gris, fofa, húmeda, como masilla fresca.
—El Susurro se esconde en casa de Willsson —le dije.
Levantó la cabeza de golpe. Se le oscureció la mirada. Luego se le contrajo la boca y dejó caer la cabeza de nuevo. Su mirada perdió intensidad.
—No puedo seguir adelante con esto —dijo entre dientes—. Estoy harto de esta carnicería. Ya no lo soporto.
—¿Tan harto como para renunciar a la idea de vengar la muerte de Tim, si así se alcanza la paz? —indagué.
—Así es.
—Ese fue el motivo —le recordé—. Si está dispuesto a dejarlo correr, tal vez se pueda poner fin al asunto.
Levantó la cara y me miró igual que un perro a un hueso.
—Los otros tienen que estar igual de hartos —continué—. Póngales las cosas claras. Celebren una reunión y firmen la paz.
—Se creerían que me traigo algo entre manos —objetó con desconsuelo.
—Reúnanse en casa de Willsson. El Susurro está allí escondido. Sería usted el que correría riesgos al acudir allí. ¿Es eso lo que le asusta?
Me miró ceñudo y preguntó:
—¿Irá conmigo?
—Si quiere.
—Gracias —dijo—. Lo... lo intentaré.