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8. Un hombre bueno

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre (Juan 6,51)

No puedo hablaros de mi amigo como un hombre docto ni erudito. No puedo hablaros de él como alguien que hablara con brillantez, que fuera capaz de atraer a las masas ni que irradiara un magnetismo irresistible. Solo puedo deciros de mi amigo Joan que era un hombre bueno.

Joan fue niño durante la terrible Guerra Civil Española. Siempre recordaba cuando subía al terrado de su casa con imprudencia de niño a ver como los aviones lanzaban sobre Barcelona su carga de horror y muerte.

Sufrió el hambre de la posguerra y estudió para sacerdote cuando en el Seminario vivían casi trescientos jóvenes. De sus años en el Seminario me contaba a menudo una anécdota que me hizo pensar…

Mi amigo Joan me relataba que dormía en una pequeña habitación que estaba en la parte más alta del Seminario. La estancia, junto con la de sus compañeros, era parte de un laberinto formado por una colmena de pequeñas celdas sin techo. Las habitaciones eran modestas y sencillas, apenas tenían una cama y una mesita.

El ambiente de aquella colmena era piadoso y alegre, oscurecido a veces por la añoranza de la familia y por la escasez de la comida. Eran tiempos de estudio, de oración y de escucha atenta de la Palabra.

Un día leyeron el texto del libro del Éxodo en que Dios envía el maná a su pueblo: «Entonces el Señor dijo a Moisés: Voy a hacer que os llueva comida del cielo…». El texto fue para muchos seminaristas tan solo una anécdota curiosa. Otros, más piadosos, lo relacionaron con la Eucaristía. Solo uno de ellos obtuvo del fragmento un provecho inesperado…

Ese domingo por la tarde, cuando algunos seminaristas regresaban de casa de sus padres para continuar su formación en el Seminario, vieron algo inesperado. Algo caía del cielo. Era blanco… Se trataba de paracaídas construidos ingeniosamente de los cuales iban atados grandes trozos de tortilla de patatas.

Uno de los seminaristas, que volvía de la granja de sus padres, meditó la palabra y la puso en práctica. Como dice el papa Francisco, la palabra pasó de su mente al corazón y del corazón a las manos.

Aquel fue el pan que el Señor les dio como alimento aquel día. Gracias, Mn. Joan, por compartir tu sabiduría sencilla. Siempre la llevaré en el corazón.

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