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13. Vivir de la Palabra

Cuando tus palabras me llegaban, yo las devoraba; era tu palabra para mí gozo y alegría del corazón, pues era reconocido por tu Nombre (Jeremías 15,16)

Cuando llega el otoño, los jardines del hospital se adornan con colores nuevos. La luz del sol apenas calienta. Tan solo unos rayos se filtran a través de las hojas de los árboles y dan algo de su calor a los pacientes que, adormilados, están sentados en los bancos de delante de su clínica.

Entre ellos está Antonio, buen amigo desde hace años. Antonio es un hombre mayor que siempre va vestido de manera juvenil, con tejanos, camisas de colores llamativos y una gorra de algún club de futbol. Cuando me acerco a él y le pregunto cómo está, noto en él una alegría inesperada. Hoy me dice que no está ni eufórico ni desesperado. Se siente feliz y equilibrado porque por fin experimenta lo que Dios le había prometido: «Aunque vuestros pecados fuesen rojos como la grana, como nieve blanquearán» (Is 1,18), me comenta, y añade también lo que dice san Pablo: «Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). Mientras me habla de la Palabra como si fuera una continuación de su vida, le veo contento, pleno y con una nueva esperanza…

Es el mismo caso que el de aquel hombre pobre que encontré en la iglesia de mi barrio, hace ya algunos años. Su aspecto era descuidado y parecía haber pasado la noche en la calle. Recuerdo que se movía ansioso de un lado para otro y que se santiguaba continuamente de una manera extraña y exagerada. Cuando vio al párroco, se acercó a él y le dijo: «Padre, soy de la tribu de Benjamín, ¡de Benjamín Toshack! Hace años que leo la Biblia y quisiera pedirle que me recomendara algún libro del Antiguo Testamento». El sacerdote, algo perplejo, le dijo: «Bueno, puedes leerte el libro de los Reyes», a lo que respondió: «Gracias Padre, pero ¿cuál de los dos, el primero o el segundo?». Aquel hombre, aún con sus dificultades, conocía la Palabra y trataba de llevarla a su vida.

Dos hombres que, como nos dice el P. Chevrier, reciben la Palabra con atención, sumisión, respeto y amor y que tratan de que esta penetre en su corazón como el dedo en cera blanda.

Dos vidas que le pueden decir a Jesús: «Señor, mi casa y mi mente están destruidas, pero Tú vives en ellas».

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